jueves, 15 de agosto de 2013
SEGÚN DARÍO 18:07
LA OTRA BATALLA DE LA BARRANQUITA; LA DE LAS GUERRAS RESTAURADORAS
Por Rafael Darío Herrera
Profesosr universitario, miembro del Comité de Historia de Mao, Inc., y miembro de la Academia Dominicana de la Historia.
Foto del general Gaspar Polanco Borbón.
Creemos oportuno presentar este bien investigado escrito de nuestro historiador Rafael Darío Herrera en el que nos da los pormenores de esta poco conocida gesta de nuestras guerras patrias al celebrarse el 16 de agosto 150 años de la Restauración de nuestra República. IMF.
Cuando mencionamos el memorable e inexpugnable promontorio de La Barranquita de Guayacanes inmediatamente nos llega a la mente, cual reflejo condicionado, la célebre gesta que libró un grupo de patriotas maeños bajo la directriz del general Carlos Daniel, el 3 de julio de 1916, contra un grueso contingente de marines estadounidenses que ocupaban nuestro territorio.
Pero allí también se trabó uno de los más encarnizados combates de la epopeya Restauradora en la tarde del 22 de agosto de 1863, el cual quedó eclipsado por la tenaz persecución al perverso brigadier Buceta acometida el 20 de agosto por los generales Pedro Antonio Pimentel y Benito Monción y por el hecho de que nadie se ocupó de proporcionar un parte de guerra con sus pormenores. El hecho logró reconstruirlo el general José de la Gándara, militar y político español, en su libro Anexión y Guerra de Santo Domingo, publicado en dos tomos en Madrid en 1884 y luego por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos en 1975.
Tenemos la certeza de que este combate tuvo mayor trascendencia que muchos otros conmemorados regularmente con gran pomposidad en los cuales no hubo ni una sola baja dominicana. El general La Gándara lo describe “como uno de los hechos de guerra más reñido, acaso el más distinguido combate y el menos conocido de aquella campaña”. El 22 de agosto próximo se cumplirán 150 años del mismo y en algún momento deberá reconocerse el patriotismo del general Gaspar Polanco Borbón (Guayubín, 1818 y La Vega, 1867), la personificación del valor y el militar de mayor jerarquía en las filas de los patriotas.
Veamos cómo ocurrieron los hechos. Al enterarse el gobernador interino de Santiago de la difícil situación en que se encontraba el asediado brigadier Buceta envió en la mañana de 20 de agosto una columna compuesta por 280 hombres, 50 caballos cazadores de África y dos piezas de montaña, a las órdenes del comandante Florentino Martínez que arribó a Esperanza al día siguiente donde las tropas descansaron, sin imaginarse el aciago momento que le esperaba. El general español Adriano López Morillo sostiene que un “hado fatal” empujaba a las tropas españolas para aproximarse a la ruina pues si en lugar de avanzar para adelante hubieran retrocedido, la columna “se hubiera ahorrado grandes pérdidas y mucha fatiga. Contrario a las tropas estadounidenses, que avanzaban en dirección oeste este, las españolas lo hacían este oeste. Todavía su retaguardia permanecía en Esperanza cuando ya la vanguardia compuesta por Cazadores mandados por el teniente don José López era tiroteada por un fuerte grupo insurrecto que osadamente estaba apostado en el camino”. (Memorias sobre la segunda reincorporación de Santo Domingo a España, 1983, p. 251).
Pero el general Gaspar Polanco, la primera espada de la Guerra Restauradora, que desde el 20 de agosto se había unido a las fuerzas revolucionarias, se enteró de la presencia de los españoles y congregó una gran cantidad de campesinos de la zona que se agazaparon entre los matorrales, estimados por López Morillo en 1,400. El general Gaspar Polanco conocía las ventajas que deparaba este irreductible montículo de La Barranquita. La Gándara describe el estratégico lugar en los siguientes términos: “Consiste este en una profunda cortadura, que se abre en una gran cordillera para hacer accesible su subida por medio de una rápida rampa guarnecida a derecha e izquierda de dos escarpadas alturas impracticables cubiertas de bosque; en el término de la subida, a la vez que se suaviza la pendiente, se empieza a ensanchar el terreno como se va abriendo la boca de un embudo”, p. 333.
En los albores del día 22, mediante la eficaz y sorpresiva técnica conocida como guerra de guerrilla y blandiendo sus afilados machetes, los patriotas locales emboscaron a la vanguardia de la infantería del ejército español y le causaron numerosas bajas, entre ellas las del capitán Goncer y otros cazadores. Al cesar el breve combate el comandante Florentino se guareció en una hacienda abandonada y recopiló información de dos ciudadanos, uno de origen español, Tito Fermín, y otro francés, además lo orientó un práctico conocido con el mote de Negro Matías.
El historiador y capitán de Infantería Ramón González Tablas en Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo, publicado en España 1870, a solo siete años del acontecimiento, y luego en 1974 por la Sociedad de Bibliófilos, ofrece la siguiente versión de la batalla:
“Al llegar a Barrancón (La Barranquita, RDH) observaron que a pesar de haber oscurecido, el enemigo se hallaba posesionado de todas las alturas que dominaban aquel paso, principiando después un brusco ataque; pero habiendo sido desalojado el enemigo de una de las alturas por una brillante carga de bayoneta que dirigió el alférez don Tomás Begetón a la cabeza de veinte cazadores, se colocaron en posición las dos piezas, que con certeros disparos consiguieron alejar a los sublevados, siendo herido de muerte el jefe de la columna, comandante de caballería, don Florentino García, y sufriendo igual suerte el capitán de Victoria don Alejandro Robles y el teniente de artillería don Valentín Doñaveytia”, p. 133.
La Gándara analiza más exhaustivamente el combate y resalta el empeño del general Polanco de cerrarle el paso a la columna española por la barranca de Guayacanes, cometido que logró al oscurecer del día 22. Refiere que antes de comenzar el combate, el comandante Florentino convocó una junta de guerra reunió e informó que solo con algunos sacrificios podían superar los insurrectos pues la topografía los favorecía, lo cual se evidenció en los primeros momentos del combate cuando las agrupadas fuerzas españolas emprendieron un fracasado tiroteo, acción que repitieron sin éxito pues los dominicanos, situados en la desembocadura de la rampa, en la planicie, lo repelieron.
La embestida de los dominicanos “partió como una avalancha”, dice La Gándara, y bajaron del barrancón “con la fuerza de su reconocido arrojo”, aunque los españoles tenían a su favor la calidad de sus armamentos. Se produjo un fuego mutuo durante un prolongado período y muchos soldados españoles perdieron los dedos de la mano izquierda como consecuencia de los ataques al machete de los aguerridos partisanos locales, acción con la cual lograron horrorizar a los españoles. En los días previos a la batalla, y a golpe del machete, los dominicanos habían aniquilado también la escolta del brigadier Buceta.
La superioridad numérica, la mística de los dominicanos y la capacidad militar del general Polanco se impusieron sobre la calidad de los armamentos empleados por los españoles. González Tablas calcula que las tropas españoles sufrieron la friolera de cuarenta y siete bajas. Los dominicanos tuvieron más de 40 heridos y 33 muertes que enterraron al día siguiente en el cementerio de Guayacanes. Pero a diferencia de la española, Polanco tuvo la oportunidad de reconstituir sus fuerzas. Los soldados españoles quedaron extenuados, desalentados, desmoralizados, sin municiones, agobiados por los dolores, muertos de sed, con numerosos heridos. En estas condiciones debían emprender el movimiento de retorno a Santiago en condiciones de “imposibilidad material”. En definitiva, la columna española sufrió un mayor descalabro que las tropas dominicanas no obstante su superioridad militar.
El historiador Alcides García Lluberes, hijo de José Gabriel García, padre de la historiografía nacional, estima que a partir de esta batalla la Guerra Restauradora adquirió otro cariz pues pasó “del período de las escaramuzas o de guerra galana, al de guerra abierta o propiamente dicha”, pues gracias a esta acción bélica quedó “definitivamente franqueado” el paso a los numerosos patriotas insurrectos que desde Capotillo marchaban decididos al asalto y ocupación de la ciudad de Santiago de los Caballeros, acontecimiento determinante en el triunfo de la Guerra Restauradora. (Duarte y otros temas, 1971, p. 432).
Por estas dos grandes epopeyas La Barranquita, El Barrancón o la Sabana de Esperanza como se le ha llamado, será doble y eternamente célebre, santuario del honor y el patriotismo.
Por Rafael Darío Herrera
Profesosr universitario, miembro del Comité de Historia de Mao, Inc., y miembro de la Academia Dominicana de la Historia.
Foto del general Gaspar Polanco Borbón.
Creemos oportuno presentar este bien investigado escrito de nuestro historiador Rafael Darío Herrera en el que nos da los pormenores de esta poco conocida gesta de nuestras guerras patrias al celebrarse el 16 de agosto 150 años de la Restauración de nuestra República. IMF.
Cuando mencionamos el memorable e inexpugnable promontorio de La Barranquita de Guayacanes inmediatamente nos llega a la mente, cual reflejo condicionado, la célebre gesta que libró un grupo de patriotas maeños bajo la directriz del general Carlos Daniel, el 3 de julio de 1916, contra un grueso contingente de marines estadounidenses que ocupaban nuestro territorio.
Pero allí también se trabó uno de los más encarnizados combates de la epopeya Restauradora en la tarde del 22 de agosto de 1863, el cual quedó eclipsado por la tenaz persecución al perverso brigadier Buceta acometida el 20 de agosto por los generales Pedro Antonio Pimentel y Benito Monción y por el hecho de que nadie se ocupó de proporcionar un parte de guerra con sus pormenores. El hecho logró reconstruirlo el general José de la Gándara, militar y político español, en su libro Anexión y Guerra de Santo Domingo, publicado en dos tomos en Madrid en 1884 y luego por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos en 1975.
Tenemos la certeza de que este combate tuvo mayor trascendencia que muchos otros conmemorados regularmente con gran pomposidad en los cuales no hubo ni una sola baja dominicana. El general La Gándara lo describe “como uno de los hechos de guerra más reñido, acaso el más distinguido combate y el menos conocido de aquella campaña”. El 22 de agosto próximo se cumplirán 150 años del mismo y en algún momento deberá reconocerse el patriotismo del general Gaspar Polanco Borbón (Guayubín, 1818 y La Vega, 1867), la personificación del valor y el militar de mayor jerarquía en las filas de los patriotas.
Veamos cómo ocurrieron los hechos. Al enterarse el gobernador interino de Santiago de la difícil situación en que se encontraba el asediado brigadier Buceta envió en la mañana de 20 de agosto una columna compuesta por 280 hombres, 50 caballos cazadores de África y dos piezas de montaña, a las órdenes del comandante Florentino Martínez que arribó a Esperanza al día siguiente donde las tropas descansaron, sin imaginarse el aciago momento que le esperaba. El general español Adriano López Morillo sostiene que un “hado fatal” empujaba a las tropas españolas para aproximarse a la ruina pues si en lugar de avanzar para adelante hubieran retrocedido, la columna “se hubiera ahorrado grandes pérdidas y mucha fatiga. Contrario a las tropas estadounidenses, que avanzaban en dirección oeste este, las españolas lo hacían este oeste. Todavía su retaguardia permanecía en Esperanza cuando ya la vanguardia compuesta por Cazadores mandados por el teniente don José López era tiroteada por un fuerte grupo insurrecto que osadamente estaba apostado en el camino”. (Memorias sobre la segunda reincorporación de Santo Domingo a España, 1983, p. 251).
Pero el general Gaspar Polanco, la primera espada de la Guerra Restauradora, que desde el 20 de agosto se había unido a las fuerzas revolucionarias, se enteró de la presencia de los españoles y congregó una gran cantidad de campesinos de la zona que se agazaparon entre los matorrales, estimados por López Morillo en 1,400. El general Gaspar Polanco conocía las ventajas que deparaba este irreductible montículo de La Barranquita. La Gándara describe el estratégico lugar en los siguientes términos: “Consiste este en una profunda cortadura, que se abre en una gran cordillera para hacer accesible su subida por medio de una rápida rampa guarnecida a derecha e izquierda de dos escarpadas alturas impracticables cubiertas de bosque; en el término de la subida, a la vez que se suaviza la pendiente, se empieza a ensanchar el terreno como se va abriendo la boca de un embudo”, p. 333.
En los albores del día 22, mediante la eficaz y sorpresiva técnica conocida como guerra de guerrilla y blandiendo sus afilados machetes, los patriotas locales emboscaron a la vanguardia de la infantería del ejército español y le causaron numerosas bajas, entre ellas las del capitán Goncer y otros cazadores. Al cesar el breve combate el comandante Florentino se guareció en una hacienda abandonada y recopiló información de dos ciudadanos, uno de origen español, Tito Fermín, y otro francés, además lo orientó un práctico conocido con el mote de Negro Matías.
El historiador y capitán de Infantería Ramón González Tablas en Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo, publicado en España 1870, a solo siete años del acontecimiento, y luego en 1974 por la Sociedad de Bibliófilos, ofrece la siguiente versión de la batalla:
“Al llegar a Barrancón (La Barranquita, RDH) observaron que a pesar de haber oscurecido, el enemigo se hallaba posesionado de todas las alturas que dominaban aquel paso, principiando después un brusco ataque; pero habiendo sido desalojado el enemigo de una de las alturas por una brillante carga de bayoneta que dirigió el alférez don Tomás Begetón a la cabeza de veinte cazadores, se colocaron en posición las dos piezas, que con certeros disparos consiguieron alejar a los sublevados, siendo herido de muerte el jefe de la columna, comandante de caballería, don Florentino García, y sufriendo igual suerte el capitán de Victoria don Alejandro Robles y el teniente de artillería don Valentín Doñaveytia”, p. 133.
La Gándara analiza más exhaustivamente el combate y resalta el empeño del general Polanco de cerrarle el paso a la columna española por la barranca de Guayacanes, cometido que logró al oscurecer del día 22. Refiere que antes de comenzar el combate, el comandante Florentino convocó una junta de guerra reunió e informó que solo con algunos sacrificios podían superar los insurrectos pues la topografía los favorecía, lo cual se evidenció en los primeros momentos del combate cuando las agrupadas fuerzas españolas emprendieron un fracasado tiroteo, acción que repitieron sin éxito pues los dominicanos, situados en la desembocadura de la rampa, en la planicie, lo repelieron.
La embestida de los dominicanos “partió como una avalancha”, dice La Gándara, y bajaron del barrancón “con la fuerza de su reconocido arrojo”, aunque los españoles tenían a su favor la calidad de sus armamentos. Se produjo un fuego mutuo durante un prolongado período y muchos soldados españoles perdieron los dedos de la mano izquierda como consecuencia de los ataques al machete de los aguerridos partisanos locales, acción con la cual lograron horrorizar a los españoles. En los días previos a la batalla, y a golpe del machete, los dominicanos habían aniquilado también la escolta del brigadier Buceta.
La superioridad numérica, la mística de los dominicanos y la capacidad militar del general Polanco se impusieron sobre la calidad de los armamentos empleados por los españoles. González Tablas calcula que las tropas españoles sufrieron la friolera de cuarenta y siete bajas. Los dominicanos tuvieron más de 40 heridos y 33 muertes que enterraron al día siguiente en el cementerio de Guayacanes. Pero a diferencia de la española, Polanco tuvo la oportunidad de reconstituir sus fuerzas. Los soldados españoles quedaron extenuados, desalentados, desmoralizados, sin municiones, agobiados por los dolores, muertos de sed, con numerosos heridos. En estas condiciones debían emprender el movimiento de retorno a Santiago en condiciones de “imposibilidad material”. En definitiva, la columna española sufrió un mayor descalabro que las tropas dominicanas no obstante su superioridad militar.
El historiador Alcides García Lluberes, hijo de José Gabriel García, padre de la historiografía nacional, estima que a partir de esta batalla la Guerra Restauradora adquirió otro cariz pues pasó “del período de las escaramuzas o de guerra galana, al de guerra abierta o propiamente dicha”, pues gracias a esta acción bélica quedó “definitivamente franqueado” el paso a los numerosos patriotas insurrectos que desde Capotillo marchaban decididos al asalto y ocupación de la ciudad de Santiago de los Caballeros, acontecimiento determinante en el triunfo de la Guerra Restauradora. (Duarte y otros temas, 1971, p. 432).
Por estas dos grandes epopeyas La Barranquita, El Barrancón o la Sabana de Esperanza como se le ha llamado, será doble y eternamente célebre, santuario del honor y el patriotismo.
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Los detalles sobre los acontecimientos historicos ocurridos en el cerro de la Barranquita, nos dicen claramente que cada dia mas debemos inclinar reverentemente nuestras frentes, sobres ese lugar de honor y privilegiado de nuestra historia.
ResponderBorrarVeamos estta estrofa del Himno a la Batalla de la Barranquita del 3 de julio de 1916 y que a partir de lo narrado por Rafael Dario Herrera,se convierte en un canto doblemente significativo y que con mas espiritu patriotico debe ser cantado y exaltado.
Barranquita recinto sagrado,
del civismo de nuetra region.
Por patriotas con sangre regado,
en defensa de nuetra nacion.
Autoria de dos hijos, de la Villa de las Aguas.
Rafael Darío. Sigue "escarbando " ,que nos esta dando lecciones,clase de historia de la buena ,del Mao tuyo y mío y lo que compete a nuestro país.
ResponderBorrarEnhorabuena ! Fuerte abrazó ,mi hermano . Evelio Martínez .
Excelente trabajo!. Aprendí un poco más de historia con este relato-investigación del Sr. Herrera. Me siento muy honrado de vivir en SD en la Calle que lleva el nombre del General Gaspar Polanco, prócer de la patria y comandante de esta épica batalla restauradora.
ResponderBorrarCésar Brea
Me honra haber recibido el pan de la enseñanza de parte del Profesor Herrera en las aulas del Colegio Santa Teresita. Que con sus estudios continue dandonos catedras de nuestra historia.
ResponderBorrarCesar Nuñez Jaquez
Gracias a todos los amigos que han comentado este artículo. La Guerra Restauradora, a diferencias de las precedentes, fue obra de los sectores populares del país. La hizo el campesinado dominicano, mayoritario en ese momento histórico. Fue una guerra realizada por los de abajo, los humildes, los grupos subalternos, quienes actuaron cuando vieron lesionados sus intereses por las políticas públicas del poder español así como por el sentimiento de conciencia nacional de que se hallaban imbuidos. Los demás sectores de clase media se incorporaron a la guerra cuando vieron el ímpetu popular de la misma. Es casi seguro que campesinos meaños participaran masivamente en los diferentes momentos de la acción bélica. Pero como la historia la hacen siempre los letrados sus nombres permanecen en anonimato.
ResponderBorrarTal vez por su condición de analfabeto al general Gaspar Polanco no se le ha reconocido el rol protagónico que jugó en la Guerra. Este fue el hombre que se negó a negociar y a transigir con los españoles de quienes demandó debían abandonar el país sin ningún tipo de condicionamiento a la soberanía nacional, el que fue a Montecristi a desafiar al poderoso ejército comandado por el general José La Gándara. Luperón aprendió el arte de la guerra al lado del general Gaspar Polanco.
Rafael Darío Herrera
¡Excelentes! Tanto el artículo, como el comentario complementario del autor. Te felicito, Rafael Darío. Cada vez que escribes en MEEC, somos muchos los que aprendemos nuevos y valiosos aspectos de nuestra historia.
ResponderBorrarUn abrazo,
Fernan Ferreira.
Gracias Fernan por tus estimulantes palabras.
ResponderBorrarRafael Darío Herrera