miércoles, 19 de febrero de 2014
LOS SERMONES
A Rita De Moya de Grimaldi
TERCER CAMINO
Por Lavinia del Villar Jorge de Fernández
“No se pongan a corretear entre la gente; aunque los otros primitos se la pasen comiendo, ustedes no estén metiendo las manos en las bandejas…”
Una de las formas que usaban los padres para disciplinar los niños en mi generación, consistía en orientar sobre la forma en que debíamos comportarnos cuando íbamos de visita a casa ajena. No importaba si era donde la abuela, la tía, la madrina o la amiga, las recomendaciones sobre las cosas que se esperaban de nosotros, eran aclaradas antes de salir. O sea que nos leían la “cartilla” para que no hubiera excusa de que “yo no sabía”.
Mi mamá era especialista en sermones: “Usted se sienta tranquilita y no pone la mano a nada…” “ Las niñas se sientan con las piernas juntas…." “Acuérdese de besarle la mano a todos los tíos”… (¡y todos eran tíos!) “Dios la libre que diga que tiene hambre, usted espera que le ofrezcan la comida…" "Y mucho cuidado con meterse en las conversaciones de la gente grande…" “Acuérdese que no se habla con la boca llena”.
Como creo más en la prevención que en la corrección, pienso que lo interesante de esos sermones era que daban las reglas a seguir, así estabas advertido/a, y sabías a qué atenerte si las rompías.
Me crié a base de sermones y soy de lo más sanita, no me traumaticé para nada, al contrario los extraño, porque veo con tristeza cómo ahora son los niños los que corren el show. Los padres no aclaran a los hijos quién está en control, y aunque resulte gracioso que se la luzcan delante de la gente, a la larga, los valores se quedan rezagados.
Los sermones nos enseñaban además de buenos hábitos, importantes pautas de comportamiento en sociedad, y valores insustituibles como la obediencia, el respeto, y el decoro.
TERCER CAMINO
Por Lavinia del Villar Jorge de Fernández
“No se pongan a corretear entre la gente; aunque los otros primitos se la pasen comiendo, ustedes no estén metiendo las manos en las bandejas…”
Una de las formas que usaban los padres para disciplinar los niños en mi generación, consistía en orientar sobre la forma en que debíamos comportarnos cuando íbamos de visita a casa ajena. No importaba si era donde la abuela, la tía, la madrina o la amiga, las recomendaciones sobre las cosas que se esperaban de nosotros, eran aclaradas antes de salir. O sea que nos leían la “cartilla” para que no hubiera excusa de que “yo no sabía”.
Mi mamá era especialista en sermones: “Usted se sienta tranquilita y no pone la mano a nada…” “ Las niñas se sientan con las piernas juntas…." “Acuérdese de besarle la mano a todos los tíos”… (¡y todos eran tíos!) “Dios la libre que diga que tiene hambre, usted espera que le ofrezcan la comida…" "Y mucho cuidado con meterse en las conversaciones de la gente grande…" “Acuérdese que no se habla con la boca llena”.
Como creo más en la prevención que en la corrección, pienso que lo interesante de esos sermones era que daban las reglas a seguir, así estabas advertido/a, y sabías a qué atenerte si las rompías.
Me crié a base de sermones y soy de lo más sanita, no me traumaticé para nada, al contrario los extraño, porque veo con tristeza cómo ahora son los niños los que corren el show. Los padres no aclaran a los hijos quién está en control, y aunque resulte gracioso que se la luzcan delante de la gente, a la larga, los valores se quedan rezagados.
Los sermones nos enseñaban además de buenos hábitos, importantes pautas de comportamiento en sociedad, y valores insustituibles como la obediencia, el respeto, y el decoro.
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