miércoles, 5 de febrero de 2014
LAS TIMACLAS DEL BARRIO
TERCER CAMINO
Por Lavinia del Villar
Cuando mi amiga Cheíta se comprometió con el que gracias a Dios todavía es su esposo, abandonó nuestro vecindario y se mudó a casa de una tía donde el ambiente era más apropiado para recibir a su novio. Su madre, con la cual vivía sola por la muerte de su padre, se pasaba el día trabajando, y no era correcto que una muchacha comprometida estuviera sola en su casa, no solo para evitar cualquier visita furtiva, sino también por el qué dirán. Yo, que ya era huérfana, me quedé más huérfana todavía, sin mi hermanita del alma, pues aunque no se mudó tan lejos, como ya debía explicación y respeto a su futuro consorte, el tiempo para compartir con las amigas se redujo casi a cero. “Y entonces, ¿qué hago?, ¿con quién voy a ir al concierto?”... tenía más amiguitas, pero no vivían cerca, y acordémonos que no existían los celulares.
Me propuse entonces conseguir la aceptación de dos vecinas, Elvia y Quisqueya, que eran mis amigas de toda la vida, compañeras de travesuras, de iniciar los días y terminarlos con el “hola y babay”, pero no de compartir salidas al parque ni a otro lugar, porque eran más “señoritas” que yo, no me consideraban apta para andar con ellas, y también porque mi mutual era Cheíta con la que siempre andaba de gancho. Cuando me introducía entre ellas haciéndome la simpática, paraban la conversación porque temían que saliera a decir lo que hablaban. Sin embargo, a fuerza de tratar, me gané al fin su confianza, y terminamos formando un trío, que Elvia, que es la más ocurrente, bautizó como “Las Timaclas del barrio”.
Unas fuimos las damas de los matrimonios de las otras, nacieron los hijos, nos fuimos, volvimos, llegaron los nietos, y aunque hemos disfrutado de muchas llegadas alegres, todo no ha sido fiesta…también hemos compartido partidas tristes y grandes penas. Todavía recordamos nuestra complicidad como las Timaclas del barrio, el cariño sigue siendo nuestro norte y la sinceridad nuestra bandera. Por eso hoy, quiero rendir tributo a la maravillosa bendición de esa hermosa amistad que nos ha unido siempre y que ha prevalecido a través del tiempo y la distancia.
Por Lavinia del Villar
Cuando mi amiga Cheíta se comprometió con el que gracias a Dios todavía es su esposo, abandonó nuestro vecindario y se mudó a casa de una tía donde el ambiente era más apropiado para recibir a su novio. Su madre, con la cual vivía sola por la muerte de su padre, se pasaba el día trabajando, y no era correcto que una muchacha comprometida estuviera sola en su casa, no solo para evitar cualquier visita furtiva, sino también por el qué dirán. Yo, que ya era huérfana, me quedé más huérfana todavía, sin mi hermanita del alma, pues aunque no se mudó tan lejos, como ya debía explicación y respeto a su futuro consorte, el tiempo para compartir con las amigas se redujo casi a cero. “Y entonces, ¿qué hago?, ¿con quién voy a ir al concierto?”... tenía más amiguitas, pero no vivían cerca, y acordémonos que no existían los celulares.
Me propuse entonces conseguir la aceptación de dos vecinas, Elvia y Quisqueya, que eran mis amigas de toda la vida, compañeras de travesuras, de iniciar los días y terminarlos con el “hola y babay”, pero no de compartir salidas al parque ni a otro lugar, porque eran más “señoritas” que yo, no me consideraban apta para andar con ellas, y también porque mi mutual era Cheíta con la que siempre andaba de gancho. Cuando me introducía entre ellas haciéndome la simpática, paraban la conversación porque temían que saliera a decir lo que hablaban. Sin embargo, a fuerza de tratar, me gané al fin su confianza, y terminamos formando un trío, que Elvia, que es la más ocurrente, bautizó como “Las Timaclas del barrio”.
Unas fuimos las damas de los matrimonios de las otras, nacieron los hijos, nos fuimos, volvimos, llegaron los nietos, y aunque hemos disfrutado de muchas llegadas alegres, todo no ha sido fiesta…también hemos compartido partidas tristes y grandes penas. Todavía recordamos nuestra complicidad como las Timaclas del barrio, el cariño sigue siendo nuestro norte y la sinceridad nuestra bandera. Por eso hoy, quiero rendir tributo a la maravillosa bendición de esa hermosa amistad que nos ha unido siempre y que ha prevalecido a través del tiempo y la distancia.
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Qué bonita experiencia, Profe! Yo también tuve la dicha de tener unos "Timacles" de amigos. Ya dos de ellos no están con nosotros en el plano terrenal. Sin embargo, viven conmigo en mi mente y en mi corazón, cada minuto de cada día. Me pregunto si en estos tiempos de vida agitada, de cibernética, tabletas y teléfonos inteligentes, se dá este tipo de amistad? Ojalá que sí... Quiera Dios que nuestros hijos y nuestros nietos cuando pasen del "medio quintal" de años puedan contar historias tan bellas como ésta.
ResponderBorrarGracias, Lavinia, por deleitar nuestro espíritu con este manjar.
Un beso,
Fernan Ferreira.
Querido Fernan: Hasta hoy no había podido entrar a MEEC y por ende no había disfrutado de tu comentario tan gratificante. ¿Verdad que sí, que esos tiempos eran más que hermosos, únicos? Andábamos de gancho como yuntas de bueyes y eso era representativo de una verdadera amistad. Gracias por compartir.
BorrarLavinia