jueves, 5 de septiembre de 2013

MANICOSAS

LA GRAN MAESTRA, LA PRIMARIA Y YO
Por Manito Santana


Doña Camelia; luego de unos 15 años sin verla por mi ausencia de Mao, y unos descuidos también, decidí en uno de mis viajes pasar a visitarla; pues existía un cariño para con ella fuera de serie ¿Motivos de ese cariño? Muchos.

En el trayecto hacia su hogar iba recordando el por qué de la grandeza de esa Gran Maestra.

Dama de caminar pausado y equilibrado que hacía resaltar su rectitud; mujer de personalidad que inspiraba respeto que la llevó a enseñar y a educar por unos 78 años.

Dentro de ese período, por los años 50, se encontró con una serie de jóvenes traviesos (yo estaba en ese grupo) a quienes supo encarrilar por las normas escolares usando los libros, sus manos y la regla; maestra de un enseñar con atención, no permitía descuidos ni travesuras en sus alumnos y de lo contrario usaba sus manos para una “tabaná” de las que recibí varias o un reglazo. Un sistema muy efectivo hoy en desuso, suplantado por un método sicológico dizque para evitar las frustraciones del joven y sus locuras; pero cuánto desearía yo verlo de nuevo, porque no he visto un loco ni frustrado por un par de “tabaná ni reglazo” de aquella época; por el contrario.

Con la Doña no había desperdicios impartiendo sus clases, había delicadeza pedagógica, inspiraba respeto con su mirar profundo, te creaba un ambiente de aprendizaje; cualidades innatas en esa Gran Maestra.

Cuántos buenos recuerdos de esa primaria de esos años: el 3ro y el 7mo de doña Flérida Matias y sus pellizcos; el 4to de la Doña, el 5to de la Srta. Moraima y sus chillidos; doña Rosa Gilma Fernández con su 6to curso y el 8vo con la jovencita Lavinia del Villar, a quien los viernes había que recitarle o cantarle algo, quería ver las cualidades artísticas de cada uno; yo era fijo con dos poesías : “Yo soy Rafelito, muchacho valiente…” y “La rosa cayó entre el agua…”.

No menciono el 2do curso, me saltaron del 1ro al 3ro, por vivo, no por inteligencia.

Los demás profesores: Doñas Leca Diaz, Dalba Reyes Gómez, Uca Muñoz, Melba y MarininTió, Quirina de Mena, Chefa Medina, Alercia Felipe, Tatica Rodríguez, Lucía Colón, Blanquita Castellanos, Blasina Ventura, Ligia Diloné, Gina Reyes, Pura Colón, Josefina Aquino; y los Profesores Eduardo Pou y Danilo Cabral. Todos con sus dotes de enseñanzas no improvisadas; estaban porque les gustaba enseñar. Mis excusas a la falta de otros no mencionados.

No puedo olvidar la botellita del Trópico, una especie de chocolate con leche, muy bueno por cierto, administrado por Maruquito Vargas en la cocina al final del pasillo lateral.

Recuerdo la entrada de mi escuela con su asta al frente, donde para el izamiento de la bandera era cantado el Himno por nosotros y luego entrar e indirectamente ver al Corazón de Jesús en la pared del pasillo, donde tantas veces mi Doña me arrodillaba y no era por la fe; luego mirar al fondo la oficina de la dirección con su guardián próximo a su puerta el famoso Busto del Jefe, quien luego fuera puesto a comer M… con su esquelita “come ahí papá”; acto este de embarre realizado por mi gran amigo profesor de Cultura Física Manuel Rodríguez y Nelson García (nieto del Señor García), trayendo esto como consecuencia la aparición de un joven ahorcado en la mata de granada del ala derecha del plantel.

Como olvidar cuando aprendí a enderezar la letra 'D’, siempre escrita torcida y la Doña al notar mi poco interés en corregir la falla al no prestarle la atención debida, me la puso a escribir en la pizarra hasta enderezarla; por suerte, luego de llenar el pizarrón lo logré en la última D escrita.

Nuestro Himno nacional aprendido completo con todas sus estrofas (ahora es fácil con tan solo la mitad). Al ser cantado por el grupo durante su aprendizaje, la Doña con su agudo oído artístico y notaba cuando alguien trataba de hacerle mímicas.

Ya como Directora, cometo una de las mías; en el curso tenemos una profesora sustituta, Josefina Reyes, mientras ella escribía en la pizarra, le lanzo un Cacatembo o Cacahueso (bolita negra, semilla de un árbol, las “bellugas” del pobre) y le pega en su espalda; me expulsa del aula, voy todo el pasillo riéndome cabizbajo de la acción cometida, pero de pronto oigo “pissss, pisss… oiga, ¿para dónde vas?” ¡La Doña! Apareció repentinamente, y al tratar de responderle, fruto del susto se me tranca la voz y con un gallito sonoro me salió un “eeehh, eeehh” al no encontrar qué responderle.

Devuelto al aula agarrado por la camisa, le pregunta a la profesora: ¿Qué hizo ahora? Y al saber mi acción; me llevó empinado agarrado por una oreja con sus respectivas “tabaná” hasta el Corazón de Jesús. Encontré ese trayecto desde el aula hasta el Santo el más largo de mi vida; más nunca volví a pensar en los Cacatembos.

Al cabo del tiempo, se van notando los resultados positivos del sistema de aprendizaje empleado por la Doña y el profesorado de ese tiempo, ya en mi etapa juvenil de adolescencia me motiva a analizar las travesuras escolares, me llevan a evaluar mi formación escolar y social buscando razones del cambio; me doy cuenta que de no haber sido frenado por ese sistema educativo empleado por esa Gran Maestra e imitado en parte por ese profesorado; no habría encontrado el camino que me llevó a ser útil a la sociedad.

Es ahí, cuando en mi se produce el cambio de aquel temor y en parte rechazo sentido hacia Doña Camelia fruto de la ignorancia. Es aquí donde nace aquel cariño, la confianza, la admiración y el amor que como yo y todo ser consciente bien agradecido siente por esa Gran Madre y Maestra.

Con el paso de los años, nuestro cariño fue creciendo porque cada paso de avance dado por mi ella era enterada, recibiendo felicitaciones de su parte y la sentía orgullosa y alegre de ver los resultados obtenidos de aquel travieso muchachito.
Hoy, en plena madurez, se acrecienta más el cariño y el respeto para Doña Camelia, no tan solo por agradecimiento, sino por aquella MUJER de hierro, que se olvidó de los años para así seguir aprendiendo y enseñando.

Interrumpo todo lo que en mi mente vengo recordando volcado en esta página al darme cuenta que ya estaba frente a la casa de mi Gran Maestra y amiga.

Me detengo entre las rejas que cubren su hogar, y al no ver a nadie lanzo un ¡SALUDOOO!, al no poder tocar su puerta al tener una verja protectora puesta por necesidad ya que la inseguridad existente lo exige.

Arrastrando una manguera con la que regaba sus plantas, se da cuenta quien es, suspende el riego, se acerca lentamente, pensando yo que con esos años acumulados difícilmente me reconocería y en el trayecto previo abrirme sus puertas me dice: “creí que te ibas a ir y no pasar por aquí, buen vagabundo”, y enseguida me pregunta: “¿y el otro dónde está?; me enteré que andan los dos aquí”. (El otro era Lilí, mi hermano). De inmediato pensé, ohh, pero ella todavía nos conoce, ¡tiene su mente igualita Dios mío! Abre sus puertas y un deseado abrazo por ambas parte es consumado.

Iniciamos un diálogo, luego de las preguntas de rutina sobre salud y familia y un café brindado; diálogo este que se extendió por unas dos horas y media, y todo giraba sobre educación, el país y ese patriotismo sembrado en su mente que me la engrandecía cada vez más.

Le expliqué detalladamente sobre nuestro Proyecto lo que la motivó más y me pide que la incluya porque algo ella pueda hacer.

Me habla de hechos donde le da coraje el miedo adoptado por uno de sus protagonistas; me enarbola nuestra bandera al narrarme sobre hechos históricos.

Nos fuimos al Arte, me declama, me canta, me muestra algo inconcluso; y le digo: “Doña, eso cabe en un merengue”. Me dice: ¿Tú crees? Le digo: Si; soy conocido del Torito a través de un amigo de él”. “Pero está inconcluso”, me dice y le respondo: “Doña, termínelo, yo me voy mañana; vengo el año que viene y lo hacemos”. Y me responde: “está bien, no te quedes”.
Una de sus buenas amigas, Diana Mármol, y yo teníamos planificado tener un diálogo con la doña sobre distintos temas con grabadora, para de este modo hacer un CD y guardarlo como un gran recuerdo para su historia.

Varios días antes de producirse el deceso Diana me dice: “Manito, recuerda traer en tu viaje la grabadora”. Lo reafirmo… No tuvimos tiempo.

¡Cuánto patriotismo salía de mi Gran Maestra!

4 comentarios:

  1. Apreciado Mano,tus gratas apreciaciones y convivencias han traído enriquecedoras remembranzas de aquellos tiempos que nos tocó coincidir con la excepcional pedagogía de la Excelsa Maestra, Eximia Consejera y Amiga Doña Camelia, de quien guardo recuerdos inolvidables.

    De ella, se continuarán esbozando sus virtudes, dones y otras privilegiadas acepciones que la hicieron un ser único e incomparable.

    Gracias hermano, por gratificarnos con esas ricas narraciones que conceptualizan con creces la regia personalidad de nuestra Distinguida Maestra de siempre.

    Cuqui Rodríguez M.

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  2. Her-Manito. Tu sigues siendo Rafelito (no la Yuyi)lo que pasa es que tu rosa cayo en el agua y se desojó y te volviste "caca tembló".
    En serio,tremenda reseña gráfica de tu paso por la
    vida pedagógica de una maestra de maestra la
    siemptre insigne y valiosa ,nuestra Doña Camelia.
    Instructivo artículo como homenaje a la "Doña".
    Fuerte abrazó. Evelio Martínez .

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  3. Después de tantos años de conocerte, ahora es que sé el origen de ese CABEZON que tienes. Y fueron los cocotazos que llevaste por malcriado y rebucero. Gracias a las "terapias" de la Doña no fuiste peor, y hasta monumento le quieres hacer a los que algún día pelearon - claro está - esta vez por la Patria. Muy bueno cabeza de cocol, te la comiste con todos esos lindos y terapéuticos recuerdos de nuestra infancia. Jochy Reyes

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  4. Muy bueno, Cabezón. Puedo "ver gráficamente", a través de mi imaginación, cada escena de las por tí narradas, sin hacer mucho esfuerzo. Creo que todos los que conocimos a Doña Camelia, tuvimos algún condiscípulo travieso, y con ellos pasó lo mismo que contigo. Doña Camelia no hacía excepciones. Le aplicaba su método a todos por igual.

    Lástima que no pudieras grabar esa conversación, ni llevarle el merengue a El Torito. Ambas acciones hubiesen sido tremendo palo!

    Un abrazo,

    Fernan Ferreira.

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