sábado, 9 de agosto de 2014

TREINTA DÍAS FUERA DE FACEBOOK

Por José Carvajal

Fuera de Facebook la vida es más normal de lo que parece. El mundo gira distinto y la atmósfera de lo cotidiano es más llevadera y menos conflictiva. Abandoné esa cancha de las redes sociales durante todo el mes de agosto para atender asuntos más importantes; y a pesar del vaticinio de fracaso por parte de amigos cercanos, puedo decir que cumpliré sin mayor esfuerzo este alejamiento del muro electrónico que conduce a los usuarios más activos a una especie de estrellato virtual sin pena ni gloria.

¿Cómo sería la vida sin Facebook? En mi caso me permite estar más concentrado en tareas productivas, aumentar mis horas de lecturas diarias, enterarme menos de los chismes de pasarela electrónica, cumplir a tiempo los compromisos profesionales, no leer cursilería de cumpleaños ni aniversarios, no enterarme de enfermedades ni muertos que no conozco, no recibir noticias incómodas sin previo aviso, y olvidar rostros desagradables que surgen en fila india cuando estalla alguna polémica inútil debido al infantilismo de quienes no son capaces de respetar el trabajo profesional y aceptar el criterio de los demás.

Lo más difícil no es abandonar Facebook, sino cambiar el hábito de levantarse todos los días sin abrir esa ventana electrónica que da al mundo como la del papa Francisco a la legendaria Plaza de San Pedro. Y es que a veces esa ventana que abre con un clic resulta tan eficaz y necesaria como una taza de café con tostada a la hora del desayuno; es un mundo, un universo, un viaje constante por el ciberespacio que poco a poco ha ido dejando de ser un misterio incluso para los escépticos. Pero el peligro de adicción es latente, y si no controlamos los impulsos la vida puede degenerar solo en espejismo y así perder el maravilloso sentido de la realidad.

A raíz de mi salida temporal de Facebook muchos amigos cercanos me han escrito por correo electrónico preocupados por mi suerte y destino, solo porque no me ven activo en ese mundo visual. Y aunque agradezco dicha preocupación, que a mí me parece genuina por tratarse de gente que quiero y siento que me quiere, insisto en que la mayoría de las amistades de las redes sociales no pasa de lo profusamente virtual. Hay quienes tienen miles y miles de amigos en las redes, pero viven inmersos en un “laberinto de la soledad” que en otras circunstancias no tendría explicación.

De modo que la trampa de las redes sociales no es pertenecer y beneficiarse de ellas de una manera inteligente, sino desarrollar adicción a un mundo que no es físico. Las fotos, los videos, los comentarios y todo lo que pasa por allí cae en una constelación inexistente y viaja ese otro universo como desperdicios espaciales que alimentan la falsa proyección de lo humano, pero no la esencia de lo que realmente somos.

Es posible vivir fuera de las redes sociales, fuera de Facebook. En principio a uno lo invade la sensación de perderse lo que acontece en el mundo y de estar aislado totalmente, pero también es bueno descubrir que somos capaces de controlar las emociones y de transitar ese puente o túnel que vuelve a conectarnos con la realidad concreta y nos invita a mirar de nuevo cosas que ya habíamos olvidado al convertirnos en miembros de la galaxia virtual.

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