martes, 11 de marzo de 2014
INTRODUCCIÓN A LA JUVENTUD, AÑOS 50
Por Dileccio Guzmán Guzmán
Por algunas semanas este artículo se negaba a salir a la luz, se amparaba en la especie de fobia literaria de su autor. Vaya usted a ver, un ingeniero acostumbrado a manejarse con varilla y cemento intentando adentrarse en los difíciles vericuetos de la literatura, algo que él considera reservado para seres privilegiados, eso de componer metáforas, hipérboles, concatenar frases y expresiones para ser compartidas con otros. La verdad que se siente una especie de “miedo escénico” por llamarlo de alguna manera.
Entonces solo me resta recurrir a la benevolencia de mis compueblanos y solicitarles muy encarecidamente hacerse de la vista gorda ante las fallas encontradas en este escribidor, que de seguro, serán muchas.
Advierto que este atrevimiento está motivado por un grave anuncio hecho por quien según consta en su partida de nacimiento, es el padre genético de este medio, el buen amigo Isaías Ferreira.
Sin que nosotros estuviéramos advertidos, una extraña enfermedad estaba amenazando la vida de MEEC. Había perdido peso de manera considerable, el color le había desaparecido de la piel y lucía completamente pálido, anémico y demacrado, apenas podía mantenerse en pie.
Isaías tenía varias noches sin dormir preocupado porque en una de ellas MEEC no despertara y se mantenía atento a lo que pudiera pasar. Había tomado todas las precauciones ante lo que parecía inevitable, se había comunicado con un equipo médico y lo había puesto al tanto de lo que sucedía, con la recomendación de que era conveniente ingresarlo sin pérdida de tiempo en un centro de salud.
Aunque MEEC carecía de seguro médico, todos los padres adoptivos se mostraron en la mejor disposición de sufragar todos los gastos que conllevara su internamiento.
La noche anterior había sufrido un paro que se prolongó por unos veintitrés segundos en los que se vivió una angustia indescriptible.
No se podía perder mas tiempo, era necesario seguir la recomendación médica y llevarlo rápidamente a un centro médico.
Se hicieron los preparativos de lugar, y partieron con MEEC en una ambulancia equipada con equipos de última generación, aunque se pensaba que las posibilidades de vida eran escasas.
Fueron catorce minutos los que duró el trayecto, catorce minutos que parecieron eternos.
Por fin teníamos la clínica frente a nosotros. Los paramédicos que nos acompañaron conocían bien su oficio y en cuestiones de segundos teníamos al enfermo en la camilla corriendo hacia la sala de emergencia.
La entrada por emergencia fue un verdadero pandemónium.
Hubo que tomar un largo pasillo para llevarlo a la sala de emergencias. Una nueva camilla esperaba para llevarlo rápidamente a una sala donde se le colocaron un sinnúmero de aparatos y tubos que le dieron la apariencia de ser un extraterrestre. Era necesario diagnosticar con propiedad la enfermedad del paciente. Los médicos que habían sido llamados estuvieron prestos a realizar los chequeos pertinentes en casos como este. Intercambiaban opiniones entre ellos, y daba la sensación de que no se ponían de acuerdo en el diagnóstico. Los síntomas eran sumamente extraños y preocupantes, si no se daba rápido con la enfermedad el paciente podía morir. Una sensación de impotencia parecía adueñarse del equipo médico. El sistema renal no funcionaba, el páncreas había colapsado, el pulmón izquierdo había acumulado una gran cantidad de líquido, las plaquetas habían caído a niveles extraordinariamente bajos.
La presión arterial había bajado a niveles sumamente preocupantes. El corazón parecía haberse agotado. Era muy difícil determinar por donde empezar.
En poco tiempo se habían presentado otros prestigiosos especialistas maeños, una junta médica comienza a auscultar órganos para tratar de determinar la enfermedad. En principio fue difícil llegar a un consenso en el diagnóstico por las dificultades que presentaba el paciente, los síntomas no definían una enfermedad conocida, todo era sumamente confuso y preocupante, los signos vitales continuaban en niveles críticos. Pero en ese momento el Dr. Tabaré Rodríguez que presidia el equipo médico, da la noticia de que por una de esas extrañas coincidencias hacía poco tiempo había tratado un paciente con los mismos síntomas que presentaba este, y que después de muchos y prolongados análisis y consultas a colegas dedicados a la investigación de enfermedades raras, por medio de teleconferencia en diferentes ciudades del mundo, habían llegado a la conclusión que se trataba de una rara enfermedad conocida como hemoglobinuria paroxística, de muy difícil diagnóstico, que afecta a 1 de cada 500 mil personas y que expone al paciente a riesgos muy elevados si no se le anda con tiempo y se le aplica el tratamiento adecuado.
La aplicación de los medicamentos apropiados logró lo que parecía imposible. La presión arterial alcanzó en poco tiempo su nivel normal, el color apareció de nuevo, los órganos averiados recuperaron sus funciones, tanto Isaías como los que los acompañaban dejaban escapar una sonrisa, el rostro de preocupación pasó a ser de satisfacción, todo parecía un milagro, y MEEC estaba como nuevo.
Al momento de pedir cuenta para realizar el pago de la clínica y honorarios médicos, nos encontramos la grata sorpresa de que tanto la clínica como los médicos lo habían hecho de manera desinteresada y no fue necesario realizar pago alguno.
Afortunadamente este padecimiento no deja ninguna secuela en quien lo padece aunque si se hace necesario mantenerse atento y colaborar para que MEEC no vuelva a sufrir nunca jamás una recaída, y que viva entre nosotros por largos años. Ese es el compromiso asumido por todos nosotros.
La verdad es que este no era el tema que iba a tratar en este espacio. Tenía pautado presentar el articulo a que hice referencia a la entrada, pero la situación padecida por MEEC no la podía dejar de lado sin referirme a ella. Prefiero para no hacer demasiado larga esta lectura, y no quiero abusar de la gentileza de mis compueblanos, lo dejo aquí y mantengo sujeto para que no se escape al artículo titulado “La juventud maeña de los años cincuenta” para la próxima semana
Por algunas semanas este artículo se negaba a salir a la luz, se amparaba en la especie de fobia literaria de su autor. Vaya usted a ver, un ingeniero acostumbrado a manejarse con varilla y cemento intentando adentrarse en los difíciles vericuetos de la literatura, algo que él considera reservado para seres privilegiados, eso de componer metáforas, hipérboles, concatenar frases y expresiones para ser compartidas con otros. La verdad que se siente una especie de “miedo escénico” por llamarlo de alguna manera.
Entonces solo me resta recurrir a la benevolencia de mis compueblanos y solicitarles muy encarecidamente hacerse de la vista gorda ante las fallas encontradas en este escribidor, que de seguro, serán muchas.
Advierto que este atrevimiento está motivado por un grave anuncio hecho por quien según consta en su partida de nacimiento, es el padre genético de este medio, el buen amigo Isaías Ferreira.
Sin que nosotros estuviéramos advertidos, una extraña enfermedad estaba amenazando la vida de MEEC. Había perdido peso de manera considerable, el color le había desaparecido de la piel y lucía completamente pálido, anémico y demacrado, apenas podía mantenerse en pie.
Isaías tenía varias noches sin dormir preocupado porque en una de ellas MEEC no despertara y se mantenía atento a lo que pudiera pasar. Había tomado todas las precauciones ante lo que parecía inevitable, se había comunicado con un equipo médico y lo había puesto al tanto de lo que sucedía, con la recomendación de que era conveniente ingresarlo sin pérdida de tiempo en un centro de salud.
Aunque MEEC carecía de seguro médico, todos los padres adoptivos se mostraron en la mejor disposición de sufragar todos los gastos que conllevara su internamiento.
La noche anterior había sufrido un paro que se prolongó por unos veintitrés segundos en los que se vivió una angustia indescriptible.
No se podía perder mas tiempo, era necesario seguir la recomendación médica y llevarlo rápidamente a un centro médico.
Se hicieron los preparativos de lugar, y partieron con MEEC en una ambulancia equipada con equipos de última generación, aunque se pensaba que las posibilidades de vida eran escasas.
Fueron catorce minutos los que duró el trayecto, catorce minutos que parecieron eternos.
Por fin teníamos la clínica frente a nosotros. Los paramédicos que nos acompañaron conocían bien su oficio y en cuestiones de segundos teníamos al enfermo en la camilla corriendo hacia la sala de emergencia.
La entrada por emergencia fue un verdadero pandemónium.
Hubo que tomar un largo pasillo para llevarlo a la sala de emergencias. Una nueva camilla esperaba para llevarlo rápidamente a una sala donde se le colocaron un sinnúmero de aparatos y tubos que le dieron la apariencia de ser un extraterrestre. Era necesario diagnosticar con propiedad la enfermedad del paciente. Los médicos que habían sido llamados estuvieron prestos a realizar los chequeos pertinentes en casos como este. Intercambiaban opiniones entre ellos, y daba la sensación de que no se ponían de acuerdo en el diagnóstico. Los síntomas eran sumamente extraños y preocupantes, si no se daba rápido con la enfermedad el paciente podía morir. Una sensación de impotencia parecía adueñarse del equipo médico. El sistema renal no funcionaba, el páncreas había colapsado, el pulmón izquierdo había acumulado una gran cantidad de líquido, las plaquetas habían caído a niveles extraordinariamente bajos.
La presión arterial había bajado a niveles sumamente preocupantes. El corazón parecía haberse agotado. Era muy difícil determinar por donde empezar.
En poco tiempo se habían presentado otros prestigiosos especialistas maeños, una junta médica comienza a auscultar órganos para tratar de determinar la enfermedad. En principio fue difícil llegar a un consenso en el diagnóstico por las dificultades que presentaba el paciente, los síntomas no definían una enfermedad conocida, todo era sumamente confuso y preocupante, los signos vitales continuaban en niveles críticos. Pero en ese momento el Dr. Tabaré Rodríguez que presidia el equipo médico, da la noticia de que por una de esas extrañas coincidencias hacía poco tiempo había tratado un paciente con los mismos síntomas que presentaba este, y que después de muchos y prolongados análisis y consultas a colegas dedicados a la investigación de enfermedades raras, por medio de teleconferencia en diferentes ciudades del mundo, habían llegado a la conclusión que se trataba de una rara enfermedad conocida como hemoglobinuria paroxística, de muy difícil diagnóstico, que afecta a 1 de cada 500 mil personas y que expone al paciente a riesgos muy elevados si no se le anda con tiempo y se le aplica el tratamiento adecuado.
La aplicación de los medicamentos apropiados logró lo que parecía imposible. La presión arterial alcanzó en poco tiempo su nivel normal, el color apareció de nuevo, los órganos averiados recuperaron sus funciones, tanto Isaías como los que los acompañaban dejaban escapar una sonrisa, el rostro de preocupación pasó a ser de satisfacción, todo parecía un milagro, y MEEC estaba como nuevo.
Al momento de pedir cuenta para realizar el pago de la clínica y honorarios médicos, nos encontramos la grata sorpresa de que tanto la clínica como los médicos lo habían hecho de manera desinteresada y no fue necesario realizar pago alguno.
Afortunadamente este padecimiento no deja ninguna secuela en quien lo padece aunque si se hace necesario mantenerse atento y colaborar para que MEEC no vuelva a sufrir nunca jamás una recaída, y que viva entre nosotros por largos años. Ese es el compromiso asumido por todos nosotros.
La verdad es que este no era el tema que iba a tratar en este espacio. Tenía pautado presentar el articulo a que hice referencia a la entrada, pero la situación padecida por MEEC no la podía dejar de lado sin referirme a ella. Prefiero para no hacer demasiado larga esta lectura, y no quiero abusar de la gentileza de mis compueblanos, lo dejo aquí y mantengo sujeto para que no se escape al artículo titulado “La juventud maeña de los años cincuenta” para la próxima semana
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Gracias a Dios, que el enfermo ya està como un trinquete; parece que fue una alerta, para que jamàs se decuide su salud.
ResponderBorrarRolando Espinal
,
Debo informar con orgullosa satisfacción que las atenciones médicas recibidas por MEEC han sido de primerísima calidad y colmadas de una empatía que solo puede demostrase a un ser muy querido.
ResponderBorrarGracias encarecidas. Y espero que MEEC pueda contar siempre con el apoyo de todos para que no decaiga el entusiasmo. En ese sentido: por favor, comenten los artículos de los colaboradores... es un incentivo extraordinario. Una vez más, mil gracias.
Isaías
Excelente narracion Dileccio. Esperando con ansias tu proximo tema.
ResponderBorrarRosa Rodriguez
Gracias al Señor que el padecimiento no dejó secuela alguna, aunque es de lugar mantenernos atentos y colaborar para que MEEC no vuelva a recaer. Gracias Dileccio por tu oportuna y bien elaborada intervención, cargada de muy buena intención.
ResponderBorrarDiómedes Rodríguez
Dileccio, como bien debes saber, el "paciente"'sufrió una inesperada disfunción orgánica, ocasionándole febrícolas e incomodidades momentáneas, que hicieron estremecer notoriamente su vigorosa fisiología, pero sus reminiscencias no afectaron su sistema inmune, como todos somos partícipes, manteniéndose incólume, dinámico y expectante ante cualquier evento adverso,expresando a viva voz genuinas molestias por el "posible abandono de sus enconados dolientes".
ResponderBorrarSoy de los que pedimos mayor apoyo y colaboración a estos extraordinarios desinteresados esfuerzos desplegados por Isaías y los que, de igual manera, manifestamos a través de este Idóneo Medio, nuestras experiencias, vivencias y auténticos sentimientos en todo lo que acontece en nuestro querido pueblo, sus coterráneos y su rico y variado entorno. Los que aquilatamos su gran valía, no permitiremos, sin duda alguna, ningún desvarío que permita contrariar su plena vigencia.
En esta oportunidad, me permito congratular a Dileccio por esta intima preocupación, cuyo enfoque certero ha estimulado genuinas y cálidas expresiones de quienes respetuosamente me antecedieron, sin dejar de reiterar nueva vez, el pretendido y solidario apoyo que permita mantenernos al unísono en esta enjundiosa y noble labor vanguardista.
Con mi mayor consideración y respeto para ustedes, queridos amigos, los éxitos de MEEC,son los nuestros.
Cuqui Rodríguez Martínez