jueves, 5 de marzo de 2015
CRÓNICAS
PAQUITOS: UNA LECTURA INOLVIDABLE
Por César Brea
Ya nadie lee las tiras cómicas o muñequitos como llamábamos en República Dominicana a las viñetas gráficas con diversos personajes que nos llegaban masivamente desde México y Estados Unidos. ¡Cuántas nostalgias nos traen aquellas revistas de dibujos donde muchos de mi generación aprendieron a leer o tomarle el gusto a la lectura! Otros simplemente la buscaban para reír, seguir aventuras, entretenerse y más de uno para cultivar ese arte humano hoy en decadencia que se conoce como “el sentido del humor”. Para algo sirvieron los paquitos o muñequitos.
Los sábados en la tarde, luego de cobrar nuestro semanal como monaguillo, de manos de Sor María de la Caridad, monja de la orden del Perpetuo Socorro en nuestro natal pueblo de Mao, nos dirigíamos puntualmente hacia la Farmacia Bogaert tras las historietas que publicaba la mítica Editorial Novarro de México sobre los más diversos personajes infantiles que encandilaban nuestra imaginación. Algunos las coleccionaban, otros después de leerlas las intercambiaban, muchos las vendían para seguir comprando nuevos números. En ese tiempo tenían un precio escandaloso para muchos “bolsillos pelados” como los nuestros: diez centavos. Costaban lo mismo que una batida de frutas con leche de la Barra Central o una entrada a la tanda vermouth del Teatro Jaragua que era mucho decir. (Nunca entendí este nombre vinícola de la función dominical matutina del cine).
Aunque muchos expertos consideran este tipo de lectura como simplona, lineal y de poca profundidad narrativa, otros entienden que realmente llena una función educativa, considerando el amarre que hace hacia otras formas de lecturas más expresivas y provechosas culturalmente. Su contenido humorístico o cómico contagia con más facilidad que los textos no-gráficos. De ahí el atractivo de esta modalidad de publicación impresa que ha perdido hoy vigencia. ¡Cuánto nos deleitábamos con una serie de personajes tan variados como lectores tenían! Desde un Llanero Solitario enmascarado cabalgando su caballo “Plata” y siempre acompañado de su fiel amigo indio llamado Toro, hasta ese Supermán todopoderoso que aniquilaba delincuentes pero cuyo “pariguayismo” nunca le permitió dar un solo beso a su eterna enamorada Luisa Lane. Desde aquel Tarzán colonialista, afincado en África donde brincaba como los monos de bejuco en bejuco (lianas) hasta ese caballero misterioso de capa roja y sombrero de copa llamado Mandrake el Mago. Pasando por personajes sencillos pero llenos de inmensa chispa como el pescador y aventurero mejicano Chanoc y su borracho padrino Tsekub Baloyán o aquella pareja de Benitín y Eneas, un grande y un chiquito que siempre andaban juntos (¿Rolando Cuchara y CB?) o aquel matrimonio ejemplar que componían Lorenzo y Pepita Parachoques. Sin olvidar la Pequeña Lulú, simpática, alegre y juiciosa, amiga de Toby, Fito y Anita. Recuerdo a Daniel el travieso con su gorra ladeada y el tirapiedras en el bolsillo trasero rompiendo cristales por todo el vecindario.
¡Qué decir de Olaf el Vikingo quien nunca se quitó de la cabeza un casco pesadísimo con dos pullas de metal o un Trucutú tan truculento y pre-histórico como los hombres de la caverna. Nos maravillaba Batman ese héroe de la Ciudad Gótica que junto a su inseparable camarada Robin se movía en el más apetecido de los automóviles, el Bati-carro y usaba los mejores artefactos: el bati-reloj, la bati-bota y creo que inventó hasta la batidora. Fascinaba ese Fantasma tan grandote andando con botas y traje de baño pero escondido tras un antifaz. Los varones nos enamoramos de La Mujer Maravilla, de senos exuberantes y una estrella en la frente aunque respetábamos su perfil feminista y desbarata hombres. Los gringos nos hicieron confundir con un paquete de vaqueros malos que parecían los buenos de la película, con la ventaja de sus Colt 45 aniquilaban indios y bandidos que muchas veces eran más nobles y menos arrogantes (temo que ahí empezaron los famosos intercambios de disparos). Asoman a mi recuerdo los Hopalong Cassidy, Roy Rogers, Gene Autry y Red Ryder. Diferentes eran los animales que exportaba el Tío Sam que sí tenían mucha gracia: El Pájaro Loco, Tom y Jerry, Garfield el Gato, Mickey y su novia Mimí (a veces sueño que ellos se casaron y de ahí han salido todos los benditos “mouse” que tienen las computadoras). Tribilín tan fiel como inolvidable, el Pato Donald y su novia Daisy y su capitalista Tío Mac. No podían faltar los espías como Dick Tracy, los marines imperialistas como As Solar o aquel otro marinero comedor de espinacas llamado Popeye. Te amo Oliva.
Adorábamos a Archie, a Memín, a Beto el recluta, a Chiricuto (el más bruto de todos los guardias) y al flaco de Torombólo. No soportábamos al Dr. Merengue por su ironía e hipocresía ni a Ramona, aquella sirvienta tan estúpida como sus vanidosos patrones.
Desde el México lindo y querido surgieron muñequitos latinoamericanos que tenían mensajes más positivos y un contenido cercano a nuestras tradiciones. Con el título de “Vidas Ilustres” conocíamos la biografía de grandes personajes de la historia como Napoleón, Arquímedes, Sócrates o Alejandro Magno. “Vidas ejemplares” era otra serie parecida pero abordaba las vidas de los santos de la iglesia. Una colección muy apreciada llevaba por nombre “Aventuras de la vida real” y recuerdo con especial asombro una colección titulada “Leyendas de América” donde se presentaban cuentos y creencias populares típicas de nuestros países latinoamericanos. Nunca he podido olvidar un capítulo de una de estas Leyenda de América donde se relataba la superstición de que “cuando un búho canta, un indio muere, esto no es cierto pero sucede”, me causó mucha impresión esta leyenda folclórica de los aztecas quienes consideraban al búho como una figura demoníaca y de mal presagio. Decían que si el búho cantaba por las noches un indio moría. Pura tradición, pero resulta y viene a ser que pocas noches después de leer aquella impresionante narración, sobrevoló nuestra calle una lechuza produciendo su misterioso graznido, al despertarnos al otro día se regó por el barrio que esa noche había muerto un conocido personaje, vecino del famoso Colmado de Sebastián, creo que en la Calle Luperón. ¡Vaya usted a ver!
Ya en nuestra primera juventud (ahora voy por la tercera), llegó Mafalda, la famosa tira cómica del dibujante argentino Quino. Aquello era otra fragancia. Tras esa niña (algunos llegaron a decir que era una adulta enana) protestona y desinhibida se apreciaban los toques de una ideología cultural nueva y comprometida, mensajes de contenido social y aires de rebeldía contra la sociedad. Como le gustaban Los Beatles y detestaba las sopas, rápidamente hicimos empatía. Estaba rodeada de niños intelectuales, Felipe, Susanita, Miguelito y Manolito, formando un grupo que revolucionó la caricaturesca hispanoamericana. Una cosa es muy cierta, los muñequitos o paquitos hicieron más felices nuestro tránsito por los años infantiles. ¡Cualquier tiempo pasado fue mejor! Al menos eso dijo el poeta español Jorge Manrique en las “Coplas a la muerte de mi padre”.
Por César Brea
Ya nadie lee las tiras cómicas o muñequitos como llamábamos en República Dominicana a las viñetas gráficas con diversos personajes que nos llegaban masivamente desde México y Estados Unidos. ¡Cuántas nostalgias nos traen aquellas revistas de dibujos donde muchos de mi generación aprendieron a leer o tomarle el gusto a la lectura! Otros simplemente la buscaban para reír, seguir aventuras, entretenerse y más de uno para cultivar ese arte humano hoy en decadencia que se conoce como “el sentido del humor”. Para algo sirvieron los paquitos o muñequitos.
Los sábados en la tarde, luego de cobrar nuestro semanal como monaguillo, de manos de Sor María de la Caridad, monja de la orden del Perpetuo Socorro en nuestro natal pueblo de Mao, nos dirigíamos puntualmente hacia la Farmacia Bogaert tras las historietas que publicaba la mítica Editorial Novarro de México sobre los más diversos personajes infantiles que encandilaban nuestra imaginación. Algunos las coleccionaban, otros después de leerlas las intercambiaban, muchos las vendían para seguir comprando nuevos números. En ese tiempo tenían un precio escandaloso para muchos “bolsillos pelados” como los nuestros: diez centavos. Costaban lo mismo que una batida de frutas con leche de la Barra Central o una entrada a la tanda vermouth del Teatro Jaragua que era mucho decir. (Nunca entendí este nombre vinícola de la función dominical matutina del cine).
Aunque muchos expertos consideran este tipo de lectura como simplona, lineal y de poca profundidad narrativa, otros entienden que realmente llena una función educativa, considerando el amarre que hace hacia otras formas de lecturas más expresivas y provechosas culturalmente. Su contenido humorístico o cómico contagia con más facilidad que los textos no-gráficos. De ahí el atractivo de esta modalidad de publicación impresa que ha perdido hoy vigencia. ¡Cuánto nos deleitábamos con una serie de personajes tan variados como lectores tenían! Desde un Llanero Solitario enmascarado cabalgando su caballo “Plata” y siempre acompañado de su fiel amigo indio llamado Toro, hasta ese Supermán todopoderoso que aniquilaba delincuentes pero cuyo “pariguayismo” nunca le permitió dar un solo beso a su eterna enamorada Luisa Lane. Desde aquel Tarzán colonialista, afincado en África donde brincaba como los monos de bejuco en bejuco (lianas) hasta ese caballero misterioso de capa roja y sombrero de copa llamado Mandrake el Mago. Pasando por personajes sencillos pero llenos de inmensa chispa como el pescador y aventurero mejicano Chanoc y su borracho padrino Tsekub Baloyán o aquella pareja de Benitín y Eneas, un grande y un chiquito que siempre andaban juntos (¿Rolando Cuchara y CB?) o aquel matrimonio ejemplar que componían Lorenzo y Pepita Parachoques. Sin olvidar la Pequeña Lulú, simpática, alegre y juiciosa, amiga de Toby, Fito y Anita. Recuerdo a Daniel el travieso con su gorra ladeada y el tirapiedras en el bolsillo trasero rompiendo cristales por todo el vecindario.
¡Qué decir de Olaf el Vikingo quien nunca se quitó de la cabeza un casco pesadísimo con dos pullas de metal o un Trucutú tan truculento y pre-histórico como los hombres de la caverna. Nos maravillaba Batman ese héroe de la Ciudad Gótica que junto a su inseparable camarada Robin se movía en el más apetecido de los automóviles, el Bati-carro y usaba los mejores artefactos: el bati-reloj, la bati-bota y creo que inventó hasta la batidora. Fascinaba ese Fantasma tan grandote andando con botas y traje de baño pero escondido tras un antifaz. Los varones nos enamoramos de La Mujer Maravilla, de senos exuberantes y una estrella en la frente aunque respetábamos su perfil feminista y desbarata hombres. Los gringos nos hicieron confundir con un paquete de vaqueros malos que parecían los buenos de la película, con la ventaja de sus Colt 45 aniquilaban indios y bandidos que muchas veces eran más nobles y menos arrogantes (temo que ahí empezaron los famosos intercambios de disparos). Asoman a mi recuerdo los Hopalong Cassidy, Roy Rogers, Gene Autry y Red Ryder. Diferentes eran los animales que exportaba el Tío Sam que sí tenían mucha gracia: El Pájaro Loco, Tom y Jerry, Garfield el Gato, Mickey y su novia Mimí (a veces sueño que ellos se casaron y de ahí han salido todos los benditos “mouse” que tienen las computadoras). Tribilín tan fiel como inolvidable, el Pato Donald y su novia Daisy y su capitalista Tío Mac. No podían faltar los espías como Dick Tracy, los marines imperialistas como As Solar o aquel otro marinero comedor de espinacas llamado Popeye. Te amo Oliva.
Adorábamos a Archie, a Memín, a Beto el recluta, a Chiricuto (el más bruto de todos los guardias) y al flaco de Torombólo. No soportábamos al Dr. Merengue por su ironía e hipocresía ni a Ramona, aquella sirvienta tan estúpida como sus vanidosos patrones.
Desde el México lindo y querido surgieron muñequitos latinoamericanos que tenían mensajes más positivos y un contenido cercano a nuestras tradiciones. Con el título de “Vidas Ilustres” conocíamos la biografía de grandes personajes de la historia como Napoleón, Arquímedes, Sócrates o Alejandro Magno. “Vidas ejemplares” era otra serie parecida pero abordaba las vidas de los santos de la iglesia. Una colección muy apreciada llevaba por nombre “Aventuras de la vida real” y recuerdo con especial asombro una colección titulada “Leyendas de América” donde se presentaban cuentos y creencias populares típicas de nuestros países latinoamericanos. Nunca he podido olvidar un capítulo de una de estas Leyenda de América donde se relataba la superstición de que “cuando un búho canta, un indio muere, esto no es cierto pero sucede”, me causó mucha impresión esta leyenda folclórica de los aztecas quienes consideraban al búho como una figura demoníaca y de mal presagio. Decían que si el búho cantaba por las noches un indio moría. Pura tradición, pero resulta y viene a ser que pocas noches después de leer aquella impresionante narración, sobrevoló nuestra calle una lechuza produciendo su misterioso graznido, al despertarnos al otro día se regó por el barrio que esa noche había muerto un conocido personaje, vecino del famoso Colmado de Sebastián, creo que en la Calle Luperón. ¡Vaya usted a ver!
Ya en nuestra primera juventud (ahora voy por la tercera), llegó Mafalda, la famosa tira cómica del dibujante argentino Quino. Aquello era otra fragancia. Tras esa niña (algunos llegaron a decir que era una adulta enana) protestona y desinhibida se apreciaban los toques de una ideología cultural nueva y comprometida, mensajes de contenido social y aires de rebeldía contra la sociedad. Como le gustaban Los Beatles y detestaba las sopas, rápidamente hicimos empatía. Estaba rodeada de niños intelectuales, Felipe, Susanita, Miguelito y Manolito, formando un grupo que revolucionó la caricaturesca hispanoamericana. Una cosa es muy cierta, los muñequitos o paquitos hicieron más felices nuestro tránsito por los años infantiles. ¡Cualquier tiempo pasado fue mejor! Al menos eso dijo el poeta español Jorge Manrique en las “Coplas a la muerte de mi padre”.
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¡EXCELENTE CEBRETI!
ResponderBorrarIsaías
Barbarazo...!!!
ResponderBorrarQue mente tan lucida la suya Dr. Brea. Al usted hacer mención de estos personajes de ficción es que me acuerdo de todos ellos, ya que fui asiduo a este tipo de lectura. Gracias por su fenomenal remembranza: la viví con nostalgia y a la vez, paradogicamente, con alegría.
Con afecto,
Diómedes Rodríguez
¡Qué rico artículo! Lo devoré como devoraba esos sabrosos muñequitos. ¡Qué nostalgia! No me había dado cuenta que hasta eso ha perdido nuestra niñez. Buscando los muñequitos nos poníamos en contacto con los periódicos y ya eso era una ganancia. ¡Excelente César! Me encantó.
ResponderBorrarUn abrazo.
Lavinia Del Villar.
Para Diómedes Rodríguez (el hijo de Mercedes y de Nene, el hermano del querido Cuqui): Por segunda vez me dices Doctor, seguro me estas confundiendo con alguno de mis dos hermanos que si son doctores y muy buenos (Eduardo, Médico Veterinario y Héctor (Ricardo), Psiquiatra). Yo no soy nada. Tan solo un maeño agradecido de mi pueblo y de mi gente. Gracias por los elogios de todos uds. Escribo para MEEC por acto de frescura, tampoco se escribir.
ResponderBorrarCésar Brea
Cesar; me hiciste recordar mis enfogonamientos con el maldito que dominaba a Superman con la kriptonita.Que bonita era Diana la novia del Fantasma,Luisa no le daba por los tobillos.Lo que nunca supe lo que decía Toro el secretario del Llanero "quemo sabay" cuando se asombraba.De Red Rider no me gustaba porque negó a "Castorcito" el indito,porque su mamá era india (Dick Tracy lo investigó)
ResponderBorrarCiro "peraloca se hartó de inventar y murió pobre.
Cada rato recuerdo al Dr. Merengue por los tantos que a diario nos encontramos.
Gozamos un mundo con todos esos muñequitos;fueron los que me abrieron la puerta para interesarme a leer a otro nivel.
Gracias Cesar, gigante otra vez.
Manito
Excelente, César. Los niños de épocas pasadas estaban obligados a ejercer la imaginación, es decir, a usar el cerebro. Todo el armamentariun de las tiras cómicas contribuían con ese propósito. Luego, estaban los libros, etapa siguiente en la búsqueda del conocimiento. Picando cerquita los sesenta años, sigo siendo asiduo de algunas tiras cómicas, porque no he declarado cesante la capacidad de reir y soñar.
ResponderBorrarUn abrazo,
Guarionex
guarionexf@gmail.com
César, me hiciste retroceder años de mi vida hacia mi niñez. Ganaba 9 pesos como clarinete en la banda, con diez años de edad y mi primer dinerito que sacaba aparte era para comprar paquitos....hermosos recuerdos. Uno de mis favoritos eran Red Ryder y Gene Autry. Fenomenal.....Gracias por hacerme vivir esos años maravillosos.
ResponderBorrarAbrazos
Juan Colon
Dios Santo!!!
ResponderBorrarCuántas cosas tiene el amigo César en sus archi vos. y lo grandioso es, que nos pone a pasarle vevista y a identificarnos con nuestros héroes de aquellos años. Llegar temprano al cine y leer un par de muñequitos antes de empezar la película eran escenas muy frecuentes.
Afectos por siempre, Ley S.
niñez
He vuelto para atras cuchucientos años leyendo esto! Gracias por devolvernos al pasado de forma tan divertida!
ResponderBorrarGry
Ojalá que no sea el último comentario de este artículo tan refrescante y rememorativo. Lo que más me llama la atención es la excelente destreza narrativa de éste genial maeño.Creo que más que agrónomo debió ser escritor. Todavía hay tiempo para hacerlo.Anímate César.
ResponderBorrarOjalá que no sea el último comentario de este artículo tan refrescante y rememorativo.Lo que más me ha llamado la atención es la excelente destreza narrativa de éste genial maeño. Creo que más que agrónomo debió ser escritor,naturalmente sin restarles méritos a su brillante labor profesional.
ResponderBorrarAntonio Mateo Reyes.
Gracias a estos paquitos le debo mi obsecion a la lectura, que tiempos tan sanos aquellos. Como nuestra imaginacion nos hacia viajar a travez del tiempo, el espacio.
ResponderBorrar