domingo, 3 de mayo de 2015

LA NOVELA HISTÓRICA

Según Lukacs, fue la Revolución Francesa, la lucha revolucionaria, el auge y la caída de Napoleón lo que convirtió a la historia en una experiencia de masas, y por efecto de esta nueva situación política e ideológica nació la novela histórica, exactamente a principios del siglo XIX, en 1814, con la publicación de Waverley del escritor romántico escocés Walter Scott. En torno al personaje Waverley, Scott cuenta las guerras entre escoceses e ingleses de los años 40 del siglo XVIII. Cinco años más tarde, escribe su novela histórica más conocida: Ivanhoe, ambientada en la Inglaterra medieval. La técnica o esquema que él utiliza es reunir, dentro del texto novelesco, un trasfondo histórico, con sucesos y personajes veraces, plenamente conocidos, sobre el cual se desarrollan otros hechos totalmente ficticios, que terminan entrelazándose con los históricos. En este esquema, lo histórico sirve de fondo, de contexto de los hechos ficticios, pero estos ocupan el primer plano de la acción novelesca; o sea la historia está supeditada a la fantasía. Ejemplo La Guerra y la paz de Tolstoi, publicada en fascículos entre 1865 y 1869. Paradójicamente, Tolstoi no estudió a fondo a Scott, y al decir de Lukacs se convirtió en su propio Walter Scott, creando una novela histórica de un carácter muy singular, que solo en los últimos y más generales principios de la composición, significa una genial renovación y continuación de la novela histórica clásica del tipo scottiano. Como interludio debemos expresar que en esa época, 1857, el francés Gustave Flaubert publicó Madame Bovary, con la cual inició la novela moderna que aún perdura hasta hoy. Flaubert, cinco años más tarde, también incursionó en el género estilo scottiano publicando Salambó. Siete años después de la edición de Ivanhoe, el poeta y novelista romántico francés, Alfred de Vigny, contra el esquema scottiano, escribió la novela Cinq Mars, donde lo histórico pasa a un primer plano y lo ficticio a un segundo, marcando así la modernidad del género y convirtiéndose en la estrella del movimiento romántico, del cual sería pronto desplazado por Víctor Hugo con su Nuestra señora de París. Coincidiendo con el esquema de Vigny y en el mismo año en que dio a conocer Cinq Mars (1826), se publicó de forma anónima, en Filadelfia, Jicoténcal, la primera novela histórica en lengua española y la primera indigenista del nuevo mundo.

Por aquel tiempo se creía al autor mexicano porque en Jicoténcal se narra las luchas entre aztecas y tlascaltecas que facilitaron a Hernán Cortés su tarea conquistadora. Hoy se sabe con certeza que el autor fue el poeta cubano José María Heredia, cantor del Niágara, quien erraría al pronosticarle una breve vida al género novela histórica, considerado por él, malo en sí mismo. En resumen, por pura coincidencia, la novela histórica hispanoamericana nació moderna, y en 1878, el dominicano Manuel de Jesús Galván, con la publicación de Enriquillo, superaría en contenido y en forma a Jicoténcal. Galván, que con ojos colonialistas narra en Enriquillo el alzamiento de este cacique contra las autoridades españolas, logra crear la obra más representativa del indigenismo hispanoamericano, el libro más difundido y apreciado de la literatura dominicana, elegido, a finales del siglo pasado, entre los 333 libros más famosos del mundo. En ese siglo, el venezolano Uslar Pietri renovó el género en lo formal y en lo estético con Las Lanzas Coloradas (1931) y El Camino de El Dorado (1947). Dos años más tarde, a esta renovación se le añadió un nuevo giro que le dio Alejo Carpentier con la publicación de El reino de este mundo, desarrollada dentro del marco de la Revolución Haitiana. En El reino de este mundo todos los personajes y episodios narrados son rigurosamente históricos, por lo que cabría preguntarse, “¿cómo puede llamársele novela, a este relato carente de ficción?” El ensayista Alexis Márquez Rodríguez, en una conferencia que dictara en la Academia Nacional de la Historia de Venezuela en 1992, nos da la mejor respuesta: Puede llamarse novela porque lo ficticio sí está presente, pero no en la forma tradicional de personajes y sucesos inventado por el fabulador, sino en los recursos estilísticos que él utilizó a través del lenguaje, en primer lugar, que responde fielmente a un discurso literario como el narrador omnisciente, que es típico de la novela, y absolutamente negado al discurso historiográfico. Segundo, la estructura narrativa es esencialmente novelesca, manejando en ella el recurso cronológico en entera libertad del novelista, sin las limitaciones propias del historiador. Se trata, pues, de ampliar la idea tradicional de lo ficticio como lo creado o inventado por el novelista, y observar que el ficcionamiento de la realidad también puede hacerse sin alterar la veracidad de los hechos, manejándolos mediante un lenguaje y unos recursos apropiados, que lo convierten en literalmente ficticios. (García Márquez, en la misma línea de Carpentier, con El General en su laberinto (1989) lo demostraría con similar verosimilitud). Vargas Llosa, autor también de importantes novelas históricas como La Guerra del fin del mundo (1981) y La fiesta del chivo (2000), le agregaría a la conversión ficticia, la invención de los diálogos, que es otro aporte del fabulador, y afirmaría que documentar los errores históricos de por ejemplo La Guerra y la paz sobre las guerras napoleónicas sería una pérdida de tiempo; es decir, a la novela hay que leerla como novela, no como un libro de historia. Otro escritor que manejó a la perfección la vinculación de lo ficticio con la realidad histórica fue el español Benito Pérez Galdós, así lo demostró en sus Episodios Nacionales, compuesto por 46 novelas. Era tanto su apego a adaptar la ficción a la historia que Pío Baroja llegó afirmar: “Galdós escribe historia; yo la invento”.

Aclaramos que cuando en la obra se utiliza un discurso historiográfico, a veces periodístico, añadiéndoles apenas algunos pasajes y unos que otros personajes ficticios que parecen formar parte del contenido y que ayudan a completar la tesis que se ha propuesto el autor, estamos ante una historia o estudio novelado, como, tratando de imitar a Benito Pérez Galdós, escribió Max Henríquez Ureña en Episodios dominicanos, compuesto por tres obras de los episodios más destacados del siglo XIX: La independencia efímera (1938), La conspiración de Los Alcarrizos (1941) y El arzobispo Valera (1944), dejando inconcluso el del gobierno y la figura de Ulises Heureaux.

Volviendo a Alexis Márquez, él nos habla también de una última evolución del concepto novela histórica, la nueva novela histórica, que de manera gradual deforma los hechos hasta llevarlos a lo paródico y caricatural como por ejemplo Terra Nostra de Carlos Fuentes, donde Felipe II y Juana la loca están presentes de manera tangible, pero totalmente deformados; y nosotros mencionaríamos a El tiempo de las mariposas de Julia Álvarez, donde el contenido apenas refleja la veracidad de los hechos.

Creemos que muchos de estos narradores, desde Scott hasta Julia Álvarez, al explorar el pasado y mostrarlo a través de la ficción, han querido exponer una historia lógica, con sentido, que le es imposible exponer al historiador académico. De si lo han logrado o no, habría que preguntárselo a los mismos historiadores, pero no a los académicos de la realidad, sino a los de la literatura de ficción.

Edwin Disla, 30 de abril del 2015, exposición leída en el coloquio sobre la novela histórica, celebrado en el Pabellón Dominicano de Escritores.

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