lunes, 5 de diciembre de 2016

VENEZOLANOS Y DOMINICANOS: UN ABRAZO ENTRE HERMANOS, QUE NOS HONRA Y ENALTECE - SEGUNDA PARTE

Por Sergio Reyes II

Enlace a la Primera parte

En la primera parte de esta serie de escritos sobre la relación entre venezolanos y dominicanos, nos extendimos en el análisis de algunos tópicos de carácter histórico que han contribuido enormemente para que en el curso de la creación y desarrollo de nuestros pueblos esa relación se haya estrechado al punto de compactar lazos indisolubles de solidaridad y hermandad que perduran hasta nuestros días.

El aspecto histórico así como la profunda carga psicológica y emocional que arropa al peregrino que se ve forzado a salir de su lar nativo, unas veces asumiendo el sendero del proscrito, por causa de la represión política, y otras tantas asumiendo un exilio voluntario, con ribetes de inmigración por razones de corte económico y de subsistencia, viene a colación debido a que en estos días y en los meses precedentes en todo el ámbito nacional ha comenzado a fluir una oleada de carácter inmigratorio proveniente de la hermana nación sudamericana que es motivo de nuestras cuitas y evocaciones.

Es sabido de todos que esa hermana nación que aprendió a nadar en la bonanza de los altos precios derivados de la venta del petróleo en los mercados extranjeros, atraviesa en el presente por una delicada situación económica que le ha acarreado padecer una delicada crisis social que se manifiesta de manera principal en el desabastecimiento de productos de primera necesidad y pérdida del valor adquisitivo de la moneda nacional, lo que deviene en hambre, desempleo, inseguridad ciudadana e inestabilidad política.

La dependencia, casi exclusiva, de los pingues beneficios derivados de la factura petrolera, la renuencia en otorgar facilidades a la inversión privada -nacional o extranjera- en proyectos agrícolas a gran escala, industriales o de servicios, junto a la falta de incentivos que faciliten el repunte del turismo y el negocio del entretenimiento, entre otros factores, han contribuido a inclinar la balanza negativamente, a tal extremo de que en el día a día venezolano, con dinero o sin él, se dificulta adquirir los elementos fundamentales de la dieta alimenticia, se incrementan penosamente las filas en los expendios de venta de comestibles y el desabastecimiento termina por imponerse, en niveles alarmantes que hacen peligrar la seguridad ciudadana y podrían constituirse en la antesala de un estallido social que ponga en riesgo la estabilidad política y económica en esa hermana nación sudamericana

No nos mueve, por el momento, profundizar en los orígenes de la actual crisis económica y política que padece el hermano pueblo venezolano, ni la responsabilidad que en ello pueda tener la actual administración del Presidente Nicolás Maduro, quien carece en muchos aspectos del coraje, el arrojo y la capacidad de manejo que adornaban al extinto Mandatario Hugo Chávez, para enfrentar este tipo de situaciones calamitosas.

Tampoco vamos a esconder la cara en la arena, como el avestruz, aparentando desconocer las artimañas y triquiñuelas desplegadas por el gran capital y sus socios y orientadores del imperio del norte, quienes por medio de exigencias desmesuradas en el cobro de la deuda pública y el fomento subrepticio o abiertamente descarado de iniciativas políticas desestabilizadoras, tanto a nivel legislativo como de tipo social, mueven los hilos artificiosamente, en la taimada intención de inducir el fracaso y descrédito de la gestión bolivariana de Maduro.

Lo que si nos interesa puntualizar es que, a esa novedosa oleada inmigratoria de venezolanos con carácter de amistosa invasión pacifica que nos visita en estos días, los dominicanos debemos darle las mayores muestras de amistad, colaboración y aprecio de que podemos ser capaces. Un incremento de un 40 % en la llegada de venezolanos a nuestra patria, en comparación con las estadísticas de años recientes, nos pone sobre aviso de que lo que allí ocurre no es simplemente un manejo noticioso, alentado por fines politiqueros.

Se hace evidente que un alto porcentaje de ciudadanos de la tierra de Bolívar andan en nuestro suelo en busca de opciones de vida, trabajo y sustento que no pueden obtener en su propia tierra, por las razones citadas. Profesionales de todas las disciplinas, maestros, artistas, comerciantes, industriales, operarios y técnicos altamente capacitados, algunos muy bien posicionados en su tierra años recientes, se han hecho notorios en las calles y plazas de Santo Domingo, Boca Chica, Juan Dolio, Guayacanes y otros puntos de la zona Este y el resto del país, en donde han podido establecerse gracias a las facilidades que les otorga la tarjeta de turistas o visa provisional con la que pueden ingresar al país.

A tono con su nivel de capacitación, y las facilidades con que cuenten para desarrollar su labor, algunos han comenzado a incursionar a nivel de inversionistas o propietarios de pequeñas empresas en el ramo de los plásticos, industrias de varillas, ropa, calzados, correa, artesanías y actividades relacionadas con la industria hotelera.

Otros, más pragmáticos y emprendedores, andan a la búsqueda de empleos o se dedican con desenfado y entereza a promover por las calles un sinnúmero de productos de la rica y variada estampa gastronómica venezolana, que siempre ha contado con el aprecio y la aceptación de los dominicanos.

En el Conde peatonal y otras emblemáticas vías del área metropolitana de Santo Domingo, recorriendo las ardientes y atestadas playas del litoral sur de la isla y deambulando por nuestros barrios y urbanizaciones populares, es común encontrarse con la presencia de joviales, amistosos y educados jóvenes venezolanos -y hasta algunos entrados en edad-, en grupos de dos o tres, por lo general, que nos ofrecen la novedosa oferta de las arepas, cachapas, café, jugos naturales, hallacas, yogurts y otras delicias culinarias, confeccionadas por ellos mismos, con derroche de higiene, sabor y calidad.

Detrás de las manos que confeccionan esos ricos presentes con que nos halagan nuestros hermanos sudamericanos hoy día, puede estar un eficiente maestro, un ingeniero, médico, electricista, músico o pintor, con sobrada calidad y valía para descollar en sus áreas de capacitación respectivas, ya sea cuando mejore la situación económica en su país de origen o si logran insertarse, con mejores alicientes, en el país que les acoge.

Todo aquel que ha trillado en solitario las calles de un país extraño, al que se acude en condición de inmigrante o exiliado, sabe cuán doloroso resulta recibir el desdén, la mofa y la estigmatización con que algunos seres adocenados y faltos de humanidad persiguen y denostan a quienes llegan hasta su lar nativo en busca de nuevos y más auspiciosos horizontes.

Resulta mezquino y falto de lógica pretender atribuir a los nacionales venezolanos que nos visitan, el incremento en la delincuencia y la prostitución, flagelos que mantienen en vilo a la sociedad dominicana y que en las últimas décadas han alcanzado niveles alarmantes, que ameritan la toma de medidas extremas, para poder ser controlados.

La sociedad sensata conoce el origen de esos males, que ya existían en nuestro medio mucho antes de que comenzase a producirse el flujo inmigratorio de los venezolanos. También se conoce donde se incuba el flagelo, quienes lo prohíjan y quienes se benefician de ello.

Por ello, entendemos que a la delincuencia –y a los delincuentes- hay que aplicarle todo el peso de la ley, caiga quien caiga, sin culpables preferidos y sin andar con la lupa en la mano, a la caza de nacionalidades. El delincuente solo busca resolver sus pérfidos objetivos. No persigue causas nobles ni justicieras ni se escuda en nacionalidades. En ese tenor, debe ser perseguido y recibir el castigo adecuado, ya fuese un nacional dominicano o cual que fuere el país de donde provenga.

Esta tierra pródiga que Dios nos regaló como morada y paraíso debe abrir las puertas y recibir con los brazos abiertos y el corazón desplegado a todo aquel que llegue con deseos de trabajar y de progresar honradamente, puesto que en esa medida se contribuye con el desarrollo del país.

Cuantas veces lo hemos necesitado, los dominicanos hemos recibido el apoyo fraternal y hospitalario de los venezolanos. Otro tanto ha de decirse de los hermanos boricuas, cubanos, haitianos, estadounidenses, panameños, mejicanos, de diversos puntos del continente europeo y de un sinfín de lugares en donde hemos ido a recalar, huyéndole a la represión política o en busca de mejoría económica para el sustento propio y de los familiares y relacionados.

Estaríamos dando un pésimo mensaje a las generaciones del presente si cerramos las puertas y tratamos con desdén y animadversión a un pueblo esforzado, dinámico y trabajador, como el venezolano, que tantas muestras de amor y desinterés nos ha ofrecido en todo el curso de nuestra historia republicana.

¡Bienvenidos sean, hermanos de Venezuela y del mundo!

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