lunes, 27 de octubre de 2014
RIQUEZA Y CORRUPCIÓN EN LA R. D.
Por Fernando Rodríguez Céspedes
La riqueza y la corrupción son condiciones difíciles de disimular, sobre todo cuando conllevan la ostentación propia de la impunidad que prevalece en nuestro país.
Cuando la riqueza es producto de la corrupción pública o privada, ostentarla es una afrenta a la población honrada que se siente burlada y desprotegida.
Despierta indignación, no envidia, mueve a repulsa en quienes abogamos por una sociedad decente y más equitativa para todos los dominicanos.
El cáncer de la corrupción pública vino con los conquistadores españoles, siguió con la República y se oficializó en la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina.
El sátrapa sustentó su régimen en un insaciable poder económico unido a una innata vocación de criminal patológico que sembró el terror en todos los rincones del país.
Con la caída de la tiranía, vino un periodo de turbulencia política y saqueo de los bienes públicos cuyos beneficiarios fueron muchos militares y allegados al régimen.
Señores que aún exhiben sin pudor esas fortunas y una pretendida alcurnia social que restriegan en el rostro sudoroso de un pueblo que hace malabares para subsistir.
Tras ese borrascoso período hubo elecciones libres en las cuales el profesor Juan Bosch resultó electo presidente de la República por el Partido Revolucionario Dominicano.
Bosch se empeñó en sanear la administración pública sobre la base de la honradez, la justicia social y respeto a los derechos humanos.
El intento resultó demasiado para un país cuyas estructuras de poder y corrupción trujillista se encontraban prácticamente intactos.
A los siete meses, se dio el golpe de estado motorizado por militares corruptos, una burguesía inconforme y la anuencia de la iglesia católica y los Estados Unidos de América.
Luego vino la revuelta de Abril y la imposición norteamericana del doctor Joaquín Balaguer con sus gobiernos fraudulentos, corruptos y sanguinarios.
Por último, el PRD y el PLD con sus respectivas fábricas de millonarios en base al erario, quienes se pasean impunemente haciendo alardes del dinero mal habido mientras el pueblo sigue sumido en la miseria.
La riqueza y la corrupción son condiciones difíciles de disimular, sobre todo cuando conllevan la ostentación propia de la impunidad que prevalece en nuestro país.
Cuando la riqueza es producto de la corrupción pública o privada, ostentarla es una afrenta a la población honrada que se siente burlada y desprotegida.
Despierta indignación, no envidia, mueve a repulsa en quienes abogamos por una sociedad decente y más equitativa para todos los dominicanos.
El cáncer de la corrupción pública vino con los conquistadores españoles, siguió con la República y se oficializó en la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina.
El sátrapa sustentó su régimen en un insaciable poder económico unido a una innata vocación de criminal patológico que sembró el terror en todos los rincones del país.
Con la caída de la tiranía, vino un periodo de turbulencia política y saqueo de los bienes públicos cuyos beneficiarios fueron muchos militares y allegados al régimen.
Señores que aún exhiben sin pudor esas fortunas y una pretendida alcurnia social que restriegan en el rostro sudoroso de un pueblo que hace malabares para subsistir.
Tras ese borrascoso período hubo elecciones libres en las cuales el profesor Juan Bosch resultó electo presidente de la República por el Partido Revolucionario Dominicano.
Bosch se empeñó en sanear la administración pública sobre la base de la honradez, la justicia social y respeto a los derechos humanos.
El intento resultó demasiado para un país cuyas estructuras de poder y corrupción trujillista se encontraban prácticamente intactos.
A los siete meses, se dio el golpe de estado motorizado por militares corruptos, una burguesía inconforme y la anuencia de la iglesia católica y los Estados Unidos de América.
Luego vino la revuelta de Abril y la imposición norteamericana del doctor Joaquín Balaguer con sus gobiernos fraudulentos, corruptos y sanguinarios.
Por último, el PRD y el PLD con sus respectivas fábricas de millonarios en base al erario, quienes se pasean impunemente haciendo alardes del dinero mal habido mientras el pueblo sigue sumido en la miseria.
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