viernes, 7 de octubre de 2016

LOS NIÑOS COJOS

TERCER CAMINO
Por Lavinia del Villar


Eché mi vida en una bolsa y salí a trotar… Llovía a cántaros, y la lluvia obliga a pensar, remueve recuerdos, produce nostalgia, e invita a la enmienda. Todavía hay tiempo de cazar ensueños, pescar quimeras y alcanzar estrellas, me dije. Y así, con la sensación de que se hacía tarde, caminé de prisa para llegar a buscar la conversión y la justicia.

No estaba en mis manos, pero sí en las de Dios, por eso le pedí me condujera a la senda que buscaba. En ese explorar, no supe cuando me extravié y de momento todo se hizo oscuro, hasta que al fin una luz me condujo a un lugar donde habitaban muchos niños cojos y hambrientos.

- ¿Es esta mi senda Señor?... desconcertada pregunté.

- ¿Qué les pasa? ¿Por qué están cojos?

- Carecemos de padre o de madre, o de los dos, respondieron.

- ¿Murieron? - No, viven pero no en nuestras vidas, por eso tenemos hambre de ternura, de cuidado y de dirección, y estamos cojos por falta del equilibrio que da la seguridad, la cobija y la protección.

-¿Qué puedo hacer Señor? Imploré…

Desgraciadamente vivimos en una sociedad de niños cojos, producto de la pobreza en que nos movemos. Niños que viven con la tía, la abuela, el padrastro, un padre solitario o una madre soltera, porque los que faltan, la mayoría de las veces tienen que emigrar para buscar una mejor vida, o simplemente se van… aunque se justifiquen con mandar un poco de dinero para el sustento. Niños que pasan años y solo escuchan la voz del ser querido por teléfono, pero que añoran tener padre y madre, para ser iguales a los que ellos consideran dichosos… ¿Qué puedo hacer Señor? Insistí…

¡Ahora me doy cuenta por qué Dios me puso en ese camino de niños cojos!

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