sábado, 17 de noviembre de 2018

MI PRIMERA EXPERIENCIA EN EL TERRENO DE JUEGO DEL ESTADIO CIBAO

Por Ley Simé

Pasándole revista a la memoria, recuerdo que una de las ilusiones de un jovencito, de mi tiempo, que jugaba beisbol, era algún día jugar pelota en el Estadio Cibao de Santiago. Con esa ilusión soñaba. Aun no se presentaba esa oportunidad. Ya en el año 1973 ingresamos a la Universidad Madre y Maestra de Santiago, año precisamente cuando el Comandante Caamaño desembarcó con un grupo de guerrilleros por Playas Caracoles, Azua. Semanas después, cuando los guerrilleros eran asediados por los militares, se originó, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo un movimiento pidiendo se respetaran las vidas y la integridad de los guerrilleros, dado su reducido número.

La Universidad Madre y Maestra decidió apoyar los reclamos de la UASD y entró, por primera vez, en movilizaciones estudiantiles. Un día los estudiantes revoltosos querían bloquear la autopista Duarte que conecta a Santiago con la Capital. Fue entonces cuando intervinieron las autoridades policiales y hubo enfrentamiento entre policías y estudiante del hasta ese momento pacífico centro de estudios. Un tarde tensa. La policía bloqueaba las dos únicas entradas al campus universitario hasta llegada la noche que negociaron para que los estudiantes pudieran salir pacíficamente. Nosotros desesperados, abordamos el primer autobús que se preparaba para salir. ¡Oh sorpresa! Cuando la guagua puso sus llantas fuera del campus un jeep de militares franqueaba la guagua y otro venía en la retaguardia. Los estudiantes comenzaron a vociferarles ¡asesinos! ¡asesinos! al tiempo que lanzaban objetos por las ventanas de la guagua. Esa guagua fue conducida repleta de estudiantes directa al Estadio Cibao entrando por un portón lateral y colocada en el centro del estadio y a seguidas rodeada de militares antes de ordenar la salida de la misma a los estudiantes en grupos de cinco. Nos ordenaron sentarnos en pequeños pelotones. Y para ironía de la vida, a mí me tocó sentarme cerca del "pitching box". Pero estaba preso y no había fanáticos en las graderías. Solo militares apostados en la verja interior. Así veía frustradas todas aquellas ilusiones de algún día entrar al Estadio Cibao como pelotero y arrancarle al público algunos aplausos, como acostumbraba a oír, con algunas buenas jugadas de agrado de la fanaticada. En tiempos posteriores jugué muchísimas veces en el Estadio Cibao, y nunca pude borrar de mi mente el fantasma de aquel día de prisionero.

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