miércoles, 5 de agosto de 2015

LA PENA DE LA MUERTE

PARA CURAR EL ALMA
Por Doris Rodríguez


No existe manera alguna de describir la magnitud del dolor que se siente tras la muerte de un ser querido. Si buscamos una definición a ase dolor probablemente digamos que sentimos que el corazón se nos rompió, que nuestra alma se fue del cuerpo, negándonos aceptar la realidad, incluso quisiéramos irnos con ese ser que nos dejó el alma vacía.

La muerte de un ser especial como una madre, un padre, un hijo parece detener la vida y de pronto el dolor se apodera de cada momento sin que podamos hacer mucho para mitigarlo. La confusión, la angustia, la depresión o simplemente vacío de aceptación son algunas de las emociones que sentimos cuando perdemos un ser querido. Ni los amigos, ni el exceso de trabajo, ni las salidas forzadas pueden curar la herida que abre la muerte.

El dolor por la muerte de una persona amada nos produce algunas reacciones físicas como opresión en el pecho, llanto, músculos tensos, problemas para relajarnos, poca energía, nerviosismo o problemas para concentrarnos.

Las emociones pueden ser más intensas o más profundas de lo habitual; lo importante es, no fijarnos plazos para salir de la situación de pena en la que nos encontremos, sino vivir el presente y dejar este proceso que siga el curso del día a día. Es preciso exteriorizar los sentimientos, hablar de lo que se siente. Nada más alentador que aprender a comunicar la verdad que habita dentro de uno mismo; se siente una descarga que acompañan las lágrimas y nos sentimos mejor

Asumir con serenidad la ausencia, centrándonos y volviéndonos a las actividades cotidianas, no creer que si no se llora no se sufrirá. Muy por el contrario, no hay que cerrarse al dolor, pues tarde o temprano termina por explotar, afectando nuestro cuerpo y mente. Además, es esencial mantener los espacios personales, y respetar esa privacidad, si queremos estar sola/o y llorar hasta secar los ojos. Debemos ser respetadas /os.

En medio del dolor, es reconfortante recibir la visita de amigos, que te den un abrazo, escuchar unas palabras de aliento, apoyarnos en las personas que nos rodean, que siempre son las que tienen la posibilidad de escucharte sin asustarse o intentar callarnos.

En todas las familias hay muertos porque todos tenemos antepasados. Pensar en los que ya no están puede ayudarnos a reconsiderar la relación que mantenemos con los que tenemos cerca.

Una pérdida puede llevarnos a encontrar fuerza en la fe, a cuestionar creencias religiosas o a descubrir significados y conexiones espirituales.

Para los cristianos la fe en Dios es la única dosis que podemos tomar para superar el dolor y reconocer que solo él sabe porqué ocurren las cosas, y que debemos agradecer su voluntad; sólo Dios nos da la conformidad, con el tiempo el dolor se va acomodando en un rinconcito del alma donde quedan dormidos los recuerdos velados por el amor eterno.

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