jueves, 16 de febrero de 2012

LEYSIMELOCUENTA

VICENTE SANTANA (CHENCHO)
Por Ley Simé

Relato anecdótico para que los jóvenes maeños conozcan la laboriosidad de sus gentes y para refrescarle la memoria a los que compartimos estas experiencias.

Vicente Santana, cariñosamente Cencho, fue en Mao un personaje intenso, así como lo fueron todos aquellos que dedicaron toda una vida al trabajo tesonero. En el caso particular de Chencho, este dedicó su vida al negocio del transporte de cargas, en contraposición a Pomplín, Coplé, Diógenes, Chilo, por mencionar solo unos cuantos, que se dedicaron al transporte de pasajeros. Chencho, se dedicaba al transporte de mercancías por encargo. Salía diariamente en su flagrante camioneta GMC, marca de todos los vehículos conocidos en esa época, con un motor de batalla, hacia Santiago tras la búsqueda de todas las mercancías encargadas por los diferentes comerciantes maeños de entonces, las cuales debía poner en las puertas de esos negocios, al otro día temprano. Tenía como soporte de ayuda, a sus hijos.

Chencho, contrajo su primer matrimonio con la señora Colasa, con la cual procreó dos hijos, Eladio y Denis. Luego casó con doña Brígida ( Pira) con la que trajo al mundo a los amigos y hermanos: Humberto, Patato, Vicente, hijo, y Nieve Santana, amigos con los cuales nos unen lazos fraternos de amistad. Vicente hijo se nos fue a lo alto a destiempo. Paz amigo. Al romperse ese matrimonio, Chencho se une a una dulce y tratable dama, doña Marina, y de esa unión vienen al mundo, la hoy Dra. Basilia, Pipí, Popo y patricia Santana, todos apreciados por nosotros.

Algo loable que debe atribuírsele a Chencho, es que mantuvo esa composición familiar unida bajo la más estricta tutela de un padre ejemplar, a excepción de los dos primeros, Eladio y Denis, que se fueron al exterior a muy temprana edad.


Chencho era una persona afable, suave y que dejaba escapar su buen sentido de humor, pero recto ante cualquier desviamiento conductual de sus hijos y todo el que lo rodeaba. Sus hijos, sobre todo, los mayores, debían trabajar junto a él y cumplir sus obligaciones, de lo contrario, pagaban por ello.

En una ocasión, cuando regresábamos del liceo a nuestra casa, ya pasada la una de la tarde, encontramos a Vicente sentado en un banco del parque, algo inusual, nos acercamos para preguntarle qué hacía ahí. Nos manifestó que no podía llegar a su casa, porque el viejo lo estaba esperando con algo en la mano para ajustar algo pendiente. ¿Qué hiciste? Ayer me escondí para no ir a Santiago a trabajar y para colmo le cogí un poco de la comida a ambos, Humberto y patato. Eso enfadaba mucho a Chencho, que le mellaran la comida al que estaba trabajando. Ese día, Chencho le trajo a Marina ocho o diez libras de batata y le pidió que estuvieran sancochadas bien temprano al otro día. La mañana siguiente, bien temprano, Chencho con palo en mano, levantó a Vicente y le pidió que fuera a la mesa a desayunar. Al ver esa ponchera llena de batata, Vicente no tuvo otro remedio que empezar a comer bajo la amenaza de padre con un palo en la mano. Vicente comenzó a comer su abultado desayuno. “Eso es para que se te quite el hambre y respete la comida del que anda trabajando”. Ya había comido algo mas de una libra, cuando en una distracción o descuido de Chencho, Vicente sale disparado por un callejoncito que había en un lateral de la casa y desaparece por la calle. Así nos justificó el por qué estaba sentado en el parque a esa hora sin atreverse a llegar a su casa.

Muchos de los muchachos de esa época conocimos a Santiago mediante los viajes de Chencho. Nos íbamos temprano a su casa a esperar la partida. Muchos nos poníamos de tarea visitar a Santiago en la flamante camioneta. Pensábamos para entonces, que era un viaje de placer y andanzas por las calles de la ciudad de los treinta caballeros, pero era en realidad un viaje de trabajo.

Cuando nos tocó tomar parte de esa aventura, recuerdo que al llegar a Santiago, nos fuimos directo a la Canela, donde funcionaba o funciona la Industria Victorina. Allí nos esperaba una pila de unas quince cajas de salsa, las cuales debíamos cargar y estibar en la camioneta, bajo la supervisión de Chencho, de modo que debíamos dejar espacio suficiente para las otras mercancías que debíamos recoger por la Ave. Valerio en los almacenes de los Ureña. Allí era más fácil, pues se trataba de sacos llenos de habichuelas que eran llevados a la camioneta por los empleados del almacén.

El siguiente paso era ir a los almacenes de Hillay Mayol frente al parque de los ‘chachases” en la Ave. Franco Bidó. Alli nos esperaba otra pila de cajas, pero en este caso, eran de espagueti. Terminada esa tarea, debimos subirnos (éramos tres) sobre esa carga y bajar por la calle el Sol, luego la 30 de Marzo y luego por la Ave. Central para hacer una prolongada parada cerca del descapotado Cine Jardin, ya pasada la una de la tarde. Aprovechábamos esa estancia para caminar por los alrededores, siempre vigilantes a que Chencho saliera y nos dejara.

La camionetita tenía ya un estibe mas arriba de unos hierros que se levantaban sobre la baranda de la camioneta y nosotros encima agarrados de unas sogas que sujetaban la carga. Esto daba motivo a que cada policía de tránsito, de aquellos que usaban un casco blanco, que al verlos de lejos parecían clavos de zinc, nos detuvieran. Cuando se acercaba al chofer, ya Chencho le tenía preparado un vaso de agua. Algunos la tomaban, pero otros le oí decir, yo no tengo sed, Chencho le daba un saludo de mano y veíamos cuando el policía cerraba su mano por debajo de la de Chencho y nos hacia proseguir. Eran tantas las paradas que en una nos dimos cuenta de que en la mano de Chencho había una moneda de diez centavos.

NO ERA UN FLY AL CATCHER, CONOCER A SANTIAGO USANDO COMO TRANSPORTE LA CAMIONETA DE CHENCHO

Vicente Santana (Chencho) era uno de los pocos que poseía un televisor en su casa. Cuando había eventos como las Series Mundiales de béisbol, Juegos de Estrellas, etc., nos íbamos a su casa a ver si nos permitía ver esos encuentros. Solo con percibir que estaba de buen humor, se nos hacía más fácil y hasta él mismo nos decía que entráramos, pero en orden y debíamos guardar silencio. Nos acomodábamos en el piso unos diez muchachos a disfrutar del espectáculo y Chencho sentado en su cómodo sillón acolchado y vigilante a si algunos de nosotros se salía del “tieto”. Muchas veces ni él ni nosotros podíamos aguantar la emoción de una buena jugada, pero sin comentarios. Todo marchaba bien, hasta que se apareció Porfirio Colón, (el Borracho). Estábamos tranquilos respetando la disciplina requerida por Chencho, que hasta nos dejaba libar algunas emociones. El Borracho entra y se coloca de pies detrás del grupo, siempre bajo la vigilancia de Chencho que conocía de sus travesuras. Cuando aparece Lou Brock en la pantalla y lo enfocan de cerca, Chencho reacciona y exclama: Ese si es feo, ¡miren, parece un puerco! Al oír esto, el Borracho encara a Chencho y suelta una carcajada de burla, que al Chencho darse cuenta, salta del sofá y le dice: - Vamos, fuera de aquí. Y eso provocó la atención de nosotros, y al verlo nos dijo: ¿no oyeron? ¡Fuera todos de aquí! Y salimos frustrados al no poder terminar de ver el juego. En el parque en un radio portátil que tenía Sixto Crespo, acabamos de oír el partido.

COSAS DE CHENCHO

Cuéntase que en una ocasión pasó un señor vendiendo tórtolas. Chencho lo llama y le compra las cuatro docenas que cargaba. Las entregó a Marina, su esposa, para que se las guisara. Al terminar su labor culinaria, Marina le pone en la mesa a Chencho una fuente con el contenido de las tórtolas. Chencho comienza a comer y el olor del sazón atrajo a una perrita que andaba cerca y se sentó frente a Chencho. Al darse cuenta de la presencia del animalito, Chencho empieza a echarle los huesitos que pelaba. La perrita comía animosamente lo que el buen samaritano le ofrecía. Antes de haber comido las tres docenas, la perrita se sació tanto que parecía una tambora y opta por marchase. Al Chencho darse cuenta de su partida, se levanta del asiento y le dice: ¡Párate pa’que lleve, que te voy a reventar!

2 comentarios:

  1. Apreciado Ley:

    Mientras leía tu artículo, mi mente "viajaba" por el Mao de ayer, y recreaba algunas imágenes del recordado Chencho. Entre estas: a) Me pareció verlo entrar a la Tienda Ferreira a entregar alguna mercancía que el Viejo había comprado a algún suplidor de Santiago, y b) Recordé un incidente que tuvo con mi compadre Antonio Cruz Espinal, empleado de la Tienda, en el cual, ambos se insultaron. Cuando Chencho se marchó sumamente molesto, mi compadre Antonio exclamó: "me llamó serramo, pero le dije trompa e' puerco".

    Un abrazo,

    Fernan Ferreira.

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  2. Ley S. Muy bueno recordar a hombres como Chencho,ya que tiene mucha tela que cortar sobre su vida por cierto positivas ,ya que su vida entera fue puro trabajo y anécdotas;tiene para hacer otros escritos.Cito algo que muchos no conocen;Chencho,fue un puro antitrujillista,acechado constantemente,además este señor fue un tremendo bailador en su tiempo.
    Para reforzar lo de mi Amigo Ley,aclaro que Vicente Santana primero viajaba en un carro Packard y luego pasó a lo comercial.

    Abrazos
    Manito

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