domingo, 9 de junio de 2013
SE HACE CAMINO AL ANDAR...
MINI CUENTO
Por Miriam Mejía
CONVERSACIÓN
Se recostaron plácidamente sobre la mullida grama verde del casi desierto parque. Ajenos a todo, conversaron entretenidos. No les importaba en lo más mínimo el sentirse observados, de manera inquisitiva, por dos mujeres de edad madura sentadas en un banco a muy pocos pasos de ellos. Hablaban sin parar y reían a ratos, al observar las formas cambiantes de las nubes en lo alto del firmamento. El sol comenzaba a reclinar la ardiente verticalidad de sus rayos sobre la recién nacida tarde, abrillantándole los lozanos rostros con gotas de sudor desganado y persistente. Ella se sentó y secó su cara morena con el vuelo de su florida falda, mientras él le pasó la mano por el corto y ensortijado pelo negro. En un gesto tierno ella le encajó la cara entre sus dos manos y le estampó un sonoro beso en la mejilla. A seguidas le preguntó:
—¿Te quieres casar conmigo? —No, no puedo —respondió él imperturbable —¿Por qué? —Porque tengo novia—¿Cómo se llama? —Su nombre es Amanda —¿Y es bonita? —Sí, es bonita y tiene el pelo largo —¿Y ustedes viven juntos? —No, ella vive con su mamá y yo en mi casa con mi mamá y mi abuela. Ella atrapó una hormiga grande y se la ofreció dadivosa. Él extendió su mano para
recibir el regalo. Dejó que la hormiga se desplazara por su antebrazo mientras reía a carcajadas por el cosquilleo que le producía el desplazamiento de las diminutas patitas sobre su piel. Entonces exclamó a voz en cuello.
—¡Vamos a hacerles cosquillas a ellas!, señalando hacia el cercano banco donde permanecían las dos mujeres. Ya frente al banco, saltaron con toda la energía de sus cuatro años y ágilmente fueron a sentarse en las piernas de sus respectivas abuelas.
Por Miriam Mejía
CONVERSACIÓN
Se recostaron plácidamente sobre la mullida grama verde del casi desierto parque. Ajenos a todo, conversaron entretenidos. No les importaba en lo más mínimo el sentirse observados, de manera inquisitiva, por dos mujeres de edad madura sentadas en un banco a muy pocos pasos de ellos. Hablaban sin parar y reían a ratos, al observar las formas cambiantes de las nubes en lo alto del firmamento. El sol comenzaba a reclinar la ardiente verticalidad de sus rayos sobre la recién nacida tarde, abrillantándole los lozanos rostros con gotas de sudor desganado y persistente. Ella se sentó y secó su cara morena con el vuelo de su florida falda, mientras él le pasó la mano por el corto y ensortijado pelo negro. En un gesto tierno ella le encajó la cara entre sus dos manos y le estampó un sonoro beso en la mejilla. A seguidas le preguntó:
—¿Te quieres casar conmigo? —No, no puedo —respondió él imperturbable —¿Por qué? —Porque tengo novia—¿Cómo se llama? —Su nombre es Amanda —¿Y es bonita? —Sí, es bonita y tiene el pelo largo —¿Y ustedes viven juntos? —No, ella vive con su mamá y yo en mi casa con mi mamá y mi abuela. Ella atrapó una hormiga grande y se la ofreció dadivosa. Él extendió su mano para
recibir el regalo. Dejó que la hormiga se desplazara por su antebrazo mientras reía a carcajadas por el cosquilleo que le producía el desplazamiento de las diminutas patitas sobre su piel. Entonces exclamó a voz en cuello.
—¡Vamos a hacerles cosquillas a ellas!, señalando hacia el cercano banco donde permanecían las dos mujeres. Ya frente al banco, saltaron con toda la energía de sus cuatro años y ágilmente fueron a sentarse en las piernas de sus respectivas abuelas.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Muy bien logrado, mi amiga. Gracias por su valiosa colaboración.
ResponderBorrarIsaías