martes, 6 de julio de 2010
SOBRE EL PANTANAL
Por Handry Santana
Sola vuela hasta el fondo, pone su vientre en el agua. Perpleja se asombra. No ve los reflejos del cristal de la Luna. Canturrea algún sonido para encantar la soledad y vencer el miedo a partir.
¡Zumba! Quiere hacer de su voz la roca que golpeé corazones; pero es pequeña. Es un susurro.
Los mapas de la vida están tatuados en sus ojos, donde alberga la esperanza de encontrar un nuevo hogar.
Se adueñó de paisajes extraordinarios pintándolos en el lienzo de su memoria.
“¿A dónde iras libélula? ¿A dónde?”. Renunció al riachuelo. Su tiempo se agota, mientras el agua oscurece. Desterrada, la libélula, vuela sobre un pantanal en busca de alimento para el alma. Observa con cautela los enemigos que se acercan, los distrae.
Es hermosa, dueña de la inspiración de miles de poemas y protagonista de infinitos cuentos.
Aislada, la pequeña reina del cielo Ibérico, sucumbe de pena. Larga metamorfosis de un insecto sin luz, de volátil alegría. Ha vivido entre serpientes y palomas. No tiene cicatrices para mostrar de sus batallas.
“Odonato, anisóptero, te escucho libélula. Te veo volar, al desamparo de ti misma. Cargas en tus alas las pesadas gotas de la lluvia del odio, de los que han visto en ti la pureza”.
Sube. Baja. Gira sobre su cuerpo, detiene su vuelo y flota. Nadie logra tal proeza.
“¡Sorprendente Libélula! ¿Quién te imita? Un batallón completo de sombras te persigue. Saben que eres fuerte. Descansa”. Se escabulle en la calidez de la mañana. Su brújula es el destino.
No le interesa el pasado. Vio miles de otoños, escribiendo sus versos en los cielos. Fue testigo de cómo el mundo se consumía en su miseria.
Los pensamientos que se elevaban como súplicas pidiendo perdón rozaron sus alas al alcanzar el cielo. Los tocó con su magia y pudo verlos como espirales de distintos colores. Cada uno del color de cada corazón.
“¿Cómo seguir sin salpicarme en el pantanal? Dímelo tu heroína de los tiempos. No puedo continuar mi camino, he perdido las señales.
¿Cómo enfrento este pantano sobre mis pies? ¿Aún hay esperanzas? Si por lo menos pudiera volar, te perseguiría al otro lado”. Por un segundo se detiene.
Observa las aves rastreras. Su plumaje hermoso viste de gala el cielo; pero comen la carne de los caídos. No quiere recordar, los recuerdos son las cadenas del presente.
Se aleja. Antes de que el nefasto invierno traiga su muerte y congele lo que infunde su canto. Es valiente, se envuelve en la fuerza del viento sin desmayar.
“Prodigio voluble de exquisita inspiración, se termina tu zumbido, contigo me marcho. ¿Cómo volar? Libélula, hermana del pantanal”.
Sola vuela hasta el fondo, pone su vientre en el agua. Perpleja se asombra. No ve los reflejos del cristal de la Luna. Canturrea algún sonido para encantar la soledad y vencer el miedo a partir.
¡Zumba! Quiere hacer de su voz la roca que golpeé corazones; pero es pequeña. Es un susurro.
Los mapas de la vida están tatuados en sus ojos, donde alberga la esperanza de encontrar un nuevo hogar.
Se adueñó de paisajes extraordinarios pintándolos en el lienzo de su memoria.
“¿A dónde iras libélula? ¿A dónde?”. Renunció al riachuelo. Su tiempo se agota, mientras el agua oscurece. Desterrada, la libélula, vuela sobre un pantanal en busca de alimento para el alma. Observa con cautela los enemigos que se acercan, los distrae.
Es hermosa, dueña de la inspiración de miles de poemas y protagonista de infinitos cuentos.
Aislada, la pequeña reina del cielo Ibérico, sucumbe de pena. Larga metamorfosis de un insecto sin luz, de volátil alegría. Ha vivido entre serpientes y palomas. No tiene cicatrices para mostrar de sus batallas.
“Odonato, anisóptero, te escucho libélula. Te veo volar, al desamparo de ti misma. Cargas en tus alas las pesadas gotas de la lluvia del odio, de los que han visto en ti la pureza”.
Sube. Baja. Gira sobre su cuerpo, detiene su vuelo y flota. Nadie logra tal proeza.
“¡Sorprendente Libélula! ¿Quién te imita? Un batallón completo de sombras te persigue. Saben que eres fuerte. Descansa”. Se escabulle en la calidez de la mañana. Su brújula es el destino.
No le interesa el pasado. Vio miles de otoños, escribiendo sus versos en los cielos. Fue testigo de cómo el mundo se consumía en su miseria.
Los pensamientos que se elevaban como súplicas pidiendo perdón rozaron sus alas al alcanzar el cielo. Los tocó con su magia y pudo verlos como espirales de distintos colores. Cada uno del color de cada corazón.
“¿Cómo seguir sin salpicarme en el pantanal? Dímelo tu heroína de los tiempos. No puedo continuar mi camino, he perdido las señales.
¿Cómo enfrento este pantano sobre mis pies? ¿Aún hay esperanzas? Si por lo menos pudiera volar, te perseguiría al otro lado”. Por un segundo se detiene.
Observa las aves rastreras. Su plumaje hermoso viste de gala el cielo; pero comen la carne de los caídos. No quiere recordar, los recuerdos son las cadenas del presente.
Se aleja. Antes de que el nefasto invierno traiga su muerte y congele lo que infunde su canto. Es valiente, se envuelve en la fuerza del viento sin desmayar.
“Prodigio voluble de exquisita inspiración, se termina tu zumbido, contigo me marcho. ¿Cómo volar? Libélula, hermana del pantanal”.
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