jueves, 11 de noviembre de 2010

MAMACÍA Y YO

¡Como son los designios del Señor. El mismo día que me quita uno de mis grandes amores, me trae la gran noticia de que nuestro primogénito estaba próximo a llegar!

A PROPÓSITO...
Por Fernando Ferreira Azcona

En mi artículo anterior, “Nuestras Vacaciones en El Rubio”, comenté acerca de cuánto anhelábamos nosotros la llegada del 30 de Junio, para irnos por tres meses a El Rubio, donde nuestros abuelos maternos, y lo mucho que disfrutábamos esas vacaciones. Por razones de espacio, omití algunos estribillos de las rancheras que escuchábamos en nuestro trayecto a lomo de caballo, hace ya más de medio siglo, como: “ay, ay, ay canta y no llores, porque cantando se alegran cielito lindo los corazones”, “y la ingrata calandria, después que la soltó, tan pronto se vio libre, voló, voló y voló”, entre otros.

Pero, más importante, omití la tierna relación abuela – nieto, que viví junto a mi adorada Mamacía (Lucía Azcona de Azcona). De inicio, se hace necesaria una acotación, como diría mi hermano Evelio Martínez.

Para aquellos lectores de MEEC que no lo han notado, de todos los hermanos, yo soy quien tiene la tez más oscura, y cuando yo llegué a este mundo, ya Estanislao, Norman, Lourdes, Fausto y Ana Delsa (QEPD), todos “blancos” y de ojos claros, correteaban a sus anchas.

De tal manera, que cuando yo nací, la comadrona que atendió a Mamá, al verme, exclamó: “Ay, éste es Azcona puro”, ya que a decir de Mamacía, nací “prieto y sin un pelo en la cabeza”. Y la verdad es que la única foto que tengo de bebé, no sé si por lo atrasado de la fotografía en esa época o porque la cámara captó la realidad, salí “prieto de verdad”.

La expresión de la comadrona, que hasta hace unos días recordaba su nombre, citada en el párrafo anterior, fue la herramienta que creó un puente invisible de afecto y amor filial entre Mamacia y yo, quien según ella expresaba, era su nieto preferido.

Sus manifestaciones de preferencia llegaban a tal punto, que Tía Celeste, su hija más pequeña llegó a sentirse “desplazada” durante nuestra estancia vacacional en El Rubio. Esto así, porque algunos “cariñitos” de los cuales ella disfrutaba, en su calidad de “nidal”, como el último traguito de café de su jarrito esmaltado y hornear pequeñas tortas de casabe rellenas de maní, entre otras, pasaban a ser míos.

Al caer la tarde, yo me sentaba “horas muertas” en las piernas de mi querida Vieja, quien era regordeta, y durante todo ese tiempo, ella pasaba sus manos por mi negra y lacia cabellera, y no se cansaba de decirme lo bello que yo era y lo mucho que ella me quería. Si llegaba alguna vecina o familiar no muy cercano, y notaba el color de mis ojos, la primera que rechazaba que fueran verdes, era Mamacía. Pues según ella, estos son “color del tiempo”, e insistía con autoridad, “No dejes que nadie diga que tus ojos son verdes. Son color del tiempo”, aludiendo que estos cambian de color “según el tiempo”.

Y es verdad. Estos cambian de color, pero yo creo que responden más a mi estado anímico, que al tiempo, porque cuando estoy de mal humor, se tornan amarillentos, y cuando estoy en paz, rodeado del amor familiar, de Nana, mis hijos y mis nietos, se tornan completamente verdes. Como colofón, en el trabajo, lo han notado y cuando me ven llegar con los ojos amarillentos, “andan pianitos”. Hasta he llegado a escuchar comentarios: “El hombre está hoy intransitable. Hay que esperar que se le baje la marea”.

De mi relación maternal con Mamacía recuerdo, entre muchas otras cosas, que cada vez que nuestras vacaciones en El Rubio estaban por terminar, ella me decía: “Ay mi hijo, esta es la última vez que tú me ves con vida. Ya esta pobre vieja no aguanta más y se muere cualquier día de estos”. Ahí mismo empezaba la lloradera, pues no concebía que ella pudiese morir, si yo la quería tanto.

Esta escena se repetía año con año, tanto al finalizar las vacaciones de verano, como las navideñas. Pero, como dice la canción de Alberto Cortés, “vinieron tiempos de estudios”, y nuestras vacaciones en El Rubio se fueron espaciando. Sin embargo, cada vez que volvíamos de visita, aunque fuera para regresar el mismo día, la despedida de la Vieja era la misma, y las lágrimas volvían a correr a raudales. Ya al final, nos acostumbramos y mejor nos mofábamos de “su letanía”.

En el ínterin, como nosotros no podíamos ir a El Rubio con la frecuencia acostumbrada, ni permanecer todo el tiempo que a ella le gustaría, Mamacía viajaba a Mao y se hospedaba indistintamente “en la vieja casona de madera” o donde Talla, “hasta que se cansaba de molestar” como ella decía. Entonces, teníamos que llevarla a su casa, y volver a buscarla cuando ella ordenara.

Pasaron tres o cuatro lustros, y el 4 de Agosto de 1972, cuando Nana y yo regresamos de Cornell University, Mamacía que estaba en Mao, me recibió con este saludo: “Mi hijo, sólo estaba esperando a que tú llegaras para irme a morir para mi rancho”. Como ya habíamos creado una coraza, la abracé, la besé y rechacé su premonición, de manera jocosa y cariñosa. Pero, ella insistió que esta vez sí era verdad, y que estaba esperando a que Nana y yo llegáramos, porque “no podía irse sin vernos y sin darnos su bendición”.

Unos días más tarde, me pidió que la llevara a El Rubio, a lo cual accedí. Nana no hizo el viaje porque “se sentía rara”. Dos días después, me dijo que creía que estaba embarazada. Llamé a Norman y a Lucía y salimos para el laboratorio a hacerle el Gravindex (prueba de embarazo) en sangre.

Mientras esperaba los resultados de la prueba de embarazo, llegó Domingo Rodríguez y me preguntó: ¿Compadre, usted me puede acompañar a allí? Por unos segundos me quedé mirando fijamente a mi compadre Domingo y le respondí con la siguiente pregunta: ¿Se murió Mamacía? Domingo, que no esperaba esa pregunta, se turbó, pero me lo negó rotundamente. Sin embargo, yo insistí y le dije: “Compadre, no me lo niegue. Yo sé que el allí a que usted se refiere es El Rubio, y que Mamacía acaba de fallecer…”

¡Como son los designios del Señor. El mismo día que me quita uno de mis grandes amores, me trae la gran noticia de que nuestro primogénito estaba próximo a llegar!

1 comentario:

  1. Mi querido amigo Fernan, me imagino que con solo recordar esa historia, debes sentirte un hombre inmensamente feliz porque vacaciones como esas, pocas personas las han disfrutado. Saludos de cuchara.

    ResponderBorrar

Haga su comentario bajo la etiqueta de Anónimo, pero ponga su nombre y su dirección de email al final del mismo: NO SE PUBLICARÁN COMENTARIOS SIN NOMBRE Y SIN DIRECCIÓN DE EMAIL. Los comentarios ofensivos y que se consideren inapropiados, tampoco serán publicados.
El administrador