jueves, 5 de mayo de 2011
LA ARQUITECTURA DE MAO EN EL RECUERDO
MAO EN EL RECUERDO
Por Dr. Guarionex A. Flores Liranzo
A fines del 1958 “La Caja Dominicana de Seguros Sociales” terminó la construcción de un hospital en Mao, pues había crecido mucho el número de obreros afiliados, y las atenciones médicas se prestaban hasta entonces en la estrecha y anticuada Policlínica que funcionaba en una casona de madera (alquilada) ubicada frente al parque y al lado del Samoa Bar. Al Dr. Guarionex Flores Ortiz, mi difunto padre, lo nombraron primer Director del hospital, para cuyo nombre propuso el de su querido maestro del hospital Padre Billini de Ciudad Trujillo, el Dr. Francisco E. Moscoso Puello, fallecido el 20 de enero del 1959. Sin embargo, como Moscoso había sido opositor al Trujillato, Petán impuso el nombre de Aníbal Trujillo, otro hermano, que El Jefe en una ocasión había mandado a asesinar por “bueno” que era, salvándose al refugiarse en la casa de la madre de esa banda de rufianes.
A fines de la década de los 1950s podían contarse con los dedos de las manos las edificaciones construidas enteramente de cemento, paredes y techo; y entre estas se incluyen, aparte del hospital mencionado, la Escuela Pública, la Fortaleza del ejército y el hotel Jaragua. Al ser creada la provincia Valverde (1958), la política del gobierno de Trujillo imponía construir una sede del Partido Dominicano y otra de la Gobernación, de ostentoso y repetitivo diseño oficialista, que se sumaban a las tres antes mencionadas. Existían previamente en el pueblo unos pocos edificios y casas de una planta, con gruesos muros de ladrillos de barro revestidos de cemento hasta la altura del techo, que entonces era de zinc invariablemente, casi exclusivamente dedicados al comercio, como era el caso de la antigua ferretería de Don Apolinar (Polín) Amaro y almacenes como el de Don José Espinal. El techo de zinc (generalmente corrugado) se veía en las calles más céntricas, pues en el resto era común el techo de canas, e incluso de yaguas. El ciento por ciento de las casas familiares eran de madera, siendo de “clavó” (pino labrado) los frentes, el interior de la sala y aposento principal, y algunas paredes externas. Esta era la regla en las casas del centro del pueblo, mientras hacia la periferia iba predominando la humilde y duradera tabla de palma.
Algunas pocas casas estaban hechas de maderas más valiosas que el pino.
Podemos recordar que los pisos invariablemente eran de madera y estaban levantados sobre pilotes que variaban en altura de unas casas a otras. No era de extrañarse también ver pisos de tierra. El progreso eliminó los pisos de madera con sus inconvenientes de mantenimiento y aseo, así como por las molestias ocasionadas cuando se caía una moneda valiosa u otro objeto entre sus uniones. Fueron reemplazados inicialmente por cemento pulido, al cual se añadía color ocasionalmente.
Permítannos referirnos a un detalle arquitectónico, el cual pocos desean mencionar, y que estaba presente en la mayoría de las casas de los maeños que tenemos más de cincuenta años de edad. Se trata de la letrina, la cual con el pasar de los años fue sustituida por el civilizado inodoro, que la borró de la memoria colectiva. Mi madre me contó que cuando llegó (recién casada con mi padre) a vivir a Mao, se hospedaron en el hotel de Doña Gloria, situado en la calle Presidente Trujillo, en las cercanías de la Gobernación. Este hospedaje contaba con una letrina con dos compartimientos, uno para hombres y otro para mujeres. Recordamos de nuestra infancia, que para disuadir enérgicamente a los muchachos que acostumbraban “limpiarse” en los postes interiores de las letrinas, sus dueños los untaban discreta pero efectivamente con ají picante. Quien recuerde el oscuro barnizado de dichos postes a la altura de los infantiles traseros infractores también recordará en carne propia o ajena la salida veloz del ajusticiado, quien, cual si lo persiguiera un vengativo incendio, pedía a gritos la ayuda salvadora de una ponchera con agua para aplacar el incómodo ardor. En torno a este olvidado accesorio sanitario podría escribirse un grueso anecdotario.
Las casas construidas por los viejos y excelentes carpinteros maeños resisten el paso del tiempo. No es raro encontrar todavía en la primera década del siglo XXI decenas y decenas de hermosas y bien cuidadas casas de madera de más de sesenta años de antigüedad, cuyos estilos (muchas veces repetidos) son como la firma de los maestros del serrucho y el martillo que las hicieron.
Aventuramos sugerir que alguna institución interesada en el patrimonio cultural de Mao haga una especie de censo (dirigido por arquitectos) de las casas antiguas, con fotos y clasificación de estilos y rescate los nombres de los antiguos carpinteros para honrar su memoria, lo cual es honrar una comunidad que ama a su pueblo, incluyendo a muchos de sus hijos que la diáspora ha alejado físicamente pero no de su corazón.
Marzo 2011
Por Dr. Guarionex A. Flores Liranzo
A fines del 1958 “La Caja Dominicana de Seguros Sociales” terminó la construcción de un hospital en Mao, pues había crecido mucho el número de obreros afiliados, y las atenciones médicas se prestaban hasta entonces en la estrecha y anticuada Policlínica que funcionaba en una casona de madera (alquilada) ubicada frente al parque y al lado del Samoa Bar. Al Dr. Guarionex Flores Ortiz, mi difunto padre, lo nombraron primer Director del hospital, para cuyo nombre propuso el de su querido maestro del hospital Padre Billini de Ciudad Trujillo, el Dr. Francisco E. Moscoso Puello, fallecido el 20 de enero del 1959. Sin embargo, como Moscoso había sido opositor al Trujillato, Petán impuso el nombre de Aníbal Trujillo, otro hermano, que El Jefe en una ocasión había mandado a asesinar por “bueno” que era, salvándose al refugiarse en la casa de la madre de esa banda de rufianes.
A fines de la década de los 1950s podían contarse con los dedos de las manos las edificaciones construidas enteramente de cemento, paredes y techo; y entre estas se incluyen, aparte del hospital mencionado, la Escuela Pública, la Fortaleza del ejército y el hotel Jaragua. Al ser creada la provincia Valverde (1958), la política del gobierno de Trujillo imponía construir una sede del Partido Dominicano y otra de la Gobernación, de ostentoso y repetitivo diseño oficialista, que se sumaban a las tres antes mencionadas. Existían previamente en el pueblo unos pocos edificios y casas de una planta, con gruesos muros de ladrillos de barro revestidos de cemento hasta la altura del techo, que entonces era de zinc invariablemente, casi exclusivamente dedicados al comercio, como era el caso de la antigua ferretería de Don Apolinar (Polín) Amaro y almacenes como el de Don José Espinal. El techo de zinc (generalmente corrugado) se veía en las calles más céntricas, pues en el resto era común el techo de canas, e incluso de yaguas. El ciento por ciento de las casas familiares eran de madera, siendo de “clavó” (pino labrado) los frentes, el interior de la sala y aposento principal, y algunas paredes externas. Esta era la regla en las casas del centro del pueblo, mientras hacia la periferia iba predominando la humilde y duradera tabla de palma.
Algunas pocas casas estaban hechas de maderas más valiosas que el pino.
Podemos recordar que los pisos invariablemente eran de madera y estaban levantados sobre pilotes que variaban en altura de unas casas a otras. No era de extrañarse también ver pisos de tierra. El progreso eliminó los pisos de madera con sus inconvenientes de mantenimiento y aseo, así como por las molestias ocasionadas cuando se caía una moneda valiosa u otro objeto entre sus uniones. Fueron reemplazados inicialmente por cemento pulido, al cual se añadía color ocasionalmente.
Permítannos referirnos a un detalle arquitectónico, el cual pocos desean mencionar, y que estaba presente en la mayoría de las casas de los maeños que tenemos más de cincuenta años de edad. Se trata de la letrina, la cual con el pasar de los años fue sustituida por el civilizado inodoro, que la borró de la memoria colectiva. Mi madre me contó que cuando llegó (recién casada con mi padre) a vivir a Mao, se hospedaron en el hotel de Doña Gloria, situado en la calle Presidente Trujillo, en las cercanías de la Gobernación. Este hospedaje contaba con una letrina con dos compartimientos, uno para hombres y otro para mujeres. Recordamos de nuestra infancia, que para disuadir enérgicamente a los muchachos que acostumbraban “limpiarse” en los postes interiores de las letrinas, sus dueños los untaban discreta pero efectivamente con ají picante. Quien recuerde el oscuro barnizado de dichos postes a la altura de los infantiles traseros infractores también recordará en carne propia o ajena la salida veloz del ajusticiado, quien, cual si lo persiguiera un vengativo incendio, pedía a gritos la ayuda salvadora de una ponchera con agua para aplacar el incómodo ardor. En torno a este olvidado accesorio sanitario podría escribirse un grueso anecdotario.
Las casas construidas por los viejos y excelentes carpinteros maeños resisten el paso del tiempo. No es raro encontrar todavía en la primera década del siglo XXI decenas y decenas de hermosas y bien cuidadas casas de madera de más de sesenta años de antigüedad, cuyos estilos (muchas veces repetidos) son como la firma de los maestros del serrucho y el martillo que las hicieron.
Aventuramos sugerir que alguna institución interesada en el patrimonio cultural de Mao haga una especie de censo (dirigido por arquitectos) de las casas antiguas, con fotos y clasificación de estilos y rescate los nombres de los antiguos carpinteros para honrar su memoria, lo cual es honrar una comunidad que ama a su pueblo, incluyendo a muchos de sus hijos que la diáspora ha alejado físicamente pero no de su corazón.
Marzo 2011
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¡Waaooo, que bonito retrato hablado del Mao de antaño, y que buena propuesta! Te felicito Guarionex.
ResponderBorrarEntre las pocas construcciones de concreto, estaba también el edificio de oficinas públicas, frente al Hospital del Seguros Sociales. Pero, no ubico el Hotel Jaragua. ¿Te refieres al Hotel Cahoba (así, con H)?
En lo que respecta a las letrinas, "no se conocía" el papel sanitario, por lo que era común encontrar en ellas, papel de periódicos viejos y tusas de maíz para el acto de higiene final. Dicen que muchos preferían las tusas, porque estas "limpian, rascan y desenredan".
Fernan Ferreira.
A propósito de letrinas pasé un percance con mi hija más pequeña. Estábamos en Esperanza entrevistando a Fabio Castro, una persona con mucha experiencia en asuntos catastrales, sobre todo los relacionados con la adquisición de las tierras para el Ingenio Esperanza. De repente, mi hija me dice que quiere al sanitario, y cuando mi esposa y la dueña de la casa la llevaron a la letrina, sencillamente se horrorizó y no me quedó más remedio que salir de inmediato para Mao.
ResponderBorrarPor otro lado, el uso de la letrina er terrible cuando estaba lloviendo o cuando a altas horas de la noche se le ofrecía a uno usarla. En muchos casos no había más remedio que utilizar la bacinilla. En las letrinas de los campos solo se usaban las tuzas que muchas veces rasgaban el ano.
Rafael Darío Herrera
Señores, no humillen las letrinas,ni la desvaloricen, porque durante la época del cambio hubieron muchos que lo lamentaron porque les agradaba escuchar el eco de lo que enviaban. Conocí y conozco hombres que buscando el mismo sonido,no se sientan sino que se colocan con sus piés sobre el sanitario buscando el sonoro sonido de la caída.Hubieron que mantenerles o fabricarles sus letrinas para mantenerlos alegres.
ResponderBorrarHabía un control diarreico natural y era por las noches cundo ud.iba y sentado,de pronto esa cucaracha realizaba un roce,se producía un corte repentino que todo se paralizaba.
No sé pero,hasta hoy le tengo odio al ají al verlo, pues en mi infancia con complejo de violinista,en la primera nota salí huyendo,tal como dice Guarionex y ni el hielo pudo detener mi llanto.
Las tusas eran las mejores ,pero había que tener gallinas y en la ciudad no todo el mundo las tenía. De noche y lloviendo,siempre había una maldita gotera directamente a la cabeza.
De noche sin llover no era malo, malo era el miedo que sentiamos de salir solos al patio, era algo parecido a pasar de noche por el frente del cementerio.
Muy buen escrito Guarionex
Manito
Bueno la cosa era tan precaria, pero muy cotidiana. Muy rara veces fui a una letrina y no descubriera, que los estantes que soportaban el revestido de tablas, no hubieran sido usado como tuzas o papel de periódico. Muchos se las ingeniaban, al llegar allí y no ver con que limpiarse. Dascascaran un palo y lo dejaban lisito, pero con esa huella endeleble.
ResponderBorrarNo se rian, que eso era verdad, verdad.
Abrazos, Ley S.
Agradezco a Fernán Ferreira por corregir el nombre del hotel, que de ninguna manera pude recordar. Quiero precisar que el edificio de Oficinas Públicas no existía cuando salí de Mao en el año 1961.
ResponderBorrarGuarionex
La foto es de la casa de Juan Peralta Marrero y Maria Gomez. Ubicada en la calle Duarte casi esquina Agustin Cabral.
ResponderBorrarJanio Perez Estevez
Excelentes recordatorios de aquella época. Llegué a este blog buscando fotos de las casas antiguas de la Hacienda Bogaert en la entrada de Mao.
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