jueves, 10 de mayo de 2012

MAO EN EL RECUERDO

EN LA PULPERÍA DE PASITO
Por el Dr. Guarionex Flores Liranzo

Cuadro: Un alto en la pulpería, de Prilidiano Pueyrredón

La palabra pulpería aparece en mi viejo diccionario pequeño Larousse descrita como: “Tienda donde se venden comestibles, bebidas y géneros pertenecientes a droguería, buhonería, mercería, etc.”

Este americanismo describe con bastante precisión el concepto que tenemos aquellos que vivimos en el pueblo de Mao de la década de los 1950s acerca de aquel importante comercio minorista que tan buenos recuerdos nos ha dejado. Un excelente trabajo de Manito Santana, que abarca en un maravilloso “Directorio” los comercios maeños de la época, me sirve (como a los músicos) para empatar una historia presenciada en mi infancia.

Antes de proceder con la misma, recordaré que la pulpería fue un establecimiento comercial ampliamente conocido en los países independizados del imperio español en el continente americano, donde concurrían compradores, se planeaban citas amorosas, se ingerían bebidas alcohólicas y hasta se hacían guitarreadas gauchas. Así, encontramos la misma descripción de la pulpería en países tan alejados de nosotros, como Argentina y Perú.

Dejo a mis coterráneos más viejos ampliar el listado de mercancías que se vendían en nuestras pulperías pueblerinas, pero, como nieto de pulpero, me atrevo a avanzar que se vendían muchas cosas. Aparte del queroseno para lámparas, del tabaco en “andullo” (que se cortaba en una especie de guillotina con un cuchillo), en algunas pulperías podían aparecer colgados, pares de “calzapollos y soletas”, aquellos calzados de emergencia del campesino desposeído, hasta aspirinas y machetes Collins (colines)… “Por un momento, nadie se movió en el interior de la pulpería de Pasito, situada en la calle Presidente Trujillo (hoy Duarte), a media cuadra del Parque Central. Los ojos expectantes de niños, marchantas y hombres, estaban fijos en el grotesco personaje (al que los pequeños temíamos con el nombre de Mandufe), que tenía una callosa mano apoyada de canto en la hojalata del mostrador. A unas pocas pulgadas, dos moscas revoloteaban nerviosas y rápidas hasta posarse en unos irresistibles granos de azúcar parda. En cuanto confiaron sus trompitas al dulce producto de la caña, McDuffy las atrapó con un relampagueante movimiento. Acto seguido, con inigualable eficiencia se las metió en su boca grande escasa de dientes pero rodeada de espesa barba negra, y se las comió. El morboso cabecilla de la pequeña concurrencia de aquel teatro inverosímil de la realidad, le pagó los diez centavos acordados. El orate se marchó feliz, como llegó, el pelo crecido, descalzo, vistiendo el saco sin botones de un difunto, sin camisa, y con el pantalón ceñido a la parte baja del pecho mediante una cuerda.”

2 comentarios:

  1. Guaro:

    Este "pobre diablo" se comía cualquier insecto por dos o tres cheles. La falta de madurez, y por qué no, la ignorancia de las generaciones de esos años, hacían que la escena que describes se repitiera con cierta frecuencia. Una vez le vi comerse una cucaracha... y casi me volteo con lo adentro pa' fuera de tanto vomitar... Lamentable, viéndolo en retrospectiva.

    Nunca sabremos de qué murió el pobre McDuffy...

    Un abrazo,

    Fernan Ferreira.

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  2. Guarionex,
    Hace mucho Evelio escribió algo respecto a McDuffy, que yo no me he atrevido a publicar debido a lo repugnante que es la perversidad de quienes ponían al pobre loco a comer cuanta porquería se les antojara. Prometo que lo publicaré, pero no es nada agradable.
    Isaías

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