Por el Dr. Guarionex Flores Liranzo
Mi madre, Graciela Mercedes Liranzo Bueno, vivió en Monción desde los cuatro hasta los once años de edad con el matrimonio integrado por Alicia América Peralta (Mamá Nego) y José Castillo (Papá Checo). Hacía pocos días que mi madre (a quien llamaban Ceíta) había cumplido años, cuando tuvo lugar un acontecimiento social de sonoro alcance nacional. Este fue el matrimonio de la primera hija del Jefe, Flor de Oro Trujillo Ledesma con (el más tarde famosísimo playboy) Porfirio Rubirosa Ariza, quienes se casaron el 3 de diciembre del 1932 en la comunidad serrana de San José de las Matas, donde se encontraba temporalmente la sede del gobierno. Las edades de los contrayentes eran diecisiete y veintitrés años, respectivamente.
Los desposados, al regresar de Santo Domingo a San José de las Matas, dedicaron un par de días de su luna de miel para conocer la comarca y se desplazaron por carretera hasta Mao, donde se hospedaron. Allí, los lambones que nunca faltan, les sugirieron y entusiasmaron para que visitaran al día siguiente el agradable Monción, hoy distante por carretera unos treinta kilómetros hacia el sur.
Papá Checo justo había llegado a caballo con la valija a la Oficina de Correos de Mao, procedente de la similar en Monción, cuando se encuentra con que lo encargan nada menos que a él de disponer el recibimiento de los recién casados. El pobre hombre solicitó llamar por teléfono(*) a Monción para que fueran a su casa y buscaran su mujer, a quien le comunicó la novedad, con miras a que iniciara los preparativos, incluyendo habilitar el aposento matrimonial para el descanso de la joven pareja.
Es extraño que se hiciera esta petición a gente que no era precisamente pudiente, cuando había verdaderos ricos en el refrescante pueblito enclavado entre lomas. Quizás fue porque se sabía que en su casa había una fonda. Una solicitud de ese tipo nunca se rechazaba, pues desdecía de la proverbial hospitalidad campesina. Además era impensable no acceder a recibir y agasajar a la recién casada hija del Generalísimo. Mamá Nego, recibidas las instrucciones de Papá Checo, enseguida mandó a comprar (fiado) un puerco para hacerle una comida a tan distinguidos visitantes. Este tipo de actividad no era para ella (fuera de lo intempestiva) de gran dificultad, puesto que en una enramada atendía la fonda junto a su empleada Basilisa y una vecina de apellido Simé, casada con Andrés (hijo de un hermano), a quien Mamá Nego había criado.
El matrimonio de edad madura dispuso a la carrera pintar (tarea en la que participó Ceíta) la casa con piso de tierra con cal, las piedras de la entrada y algunas partes con añil, incluso a la luz de hachones casi hasta el amanecer.
Los visitantes llegaron a eso de las diez de la mañana montando caballos, actividad que se haría resentir en las ilustres posaderas de la desposada. Mi madre recordaría que la pareja usaba pantalones bombachos de montar, de tela Khaki, como la ropa militar de Rubirosa. Los alrededores de la casa se colmaron de mirones que venían a conocer (de lejos) a la hija del Jefe. Entre estos, un poeta rural obtuvo permiso para acercarse a la enramada y le improvisó a la jovencita el siguiente verso:
“Floi de Oro, Floi bonita
Damita con ditinción
Eperamo que repita
su visita a Monción”
Los Rubirosa-Trujillo disfrutaron junto a sus acompañantes, de un opíparo banquete de cerdo horneado, yuca, casabe de La Cacique y otras guarniciones y postres, todo hecho y servido por aquella buena gente campesina. Como estaba previsto, luego del hartazgo vino la somnolencia que pide siesta, lo cual hizo la distinguida parejita.
Pero existía un peligroso inconveniente, y era que el dueño de la casa tenía una escopeta sin permiso, que utilizaba para cazar palomas, y ante la inminencia de la llegada de militares extraños acompañando a tan extraordinarios huéspedes, no encontraban dónde meterla. No quisieron esconderla al lado, en la casa de la mamá de Mamá Nego, donde sería más sospechosa, comprometiendo a la pobre suegra. No podían esconderla en la letrina porque es un lugar muy frecuentado. La cocina… el horno…. el baúl… el armario. Cualquier lugar podía ser curioseado o inspeccionado por los escoltas. ¡Tremendo apuro para Papá Checo y su mujer! Por último, la colocaron debajo del colchón de la misma cama donde los invitados habrían de dormir la siesta: un lugar libre de toda sospecha.
Hasta que estos no hubiesen partido, el pobre hombre y su mujer no tuvieron alivio, pues temían que, de encontrarse dicha arma, pudiera interpretarse como una intención de atentar contra la primogénita de Trujillo. Con apenas dos años como gobernante absoluto de la República Dominicana, éste ya tenía bien ganada fama de hombre implacable y de crueldad sin límite, que su banda de asesinos llamada “La 42” así le había acreditado. Fíjese usted cómo el terror había calado desde entonces hasta en la comunidad más remota.
Mi madre recuerda que Flor de Oro era una chica agradable… “tenía los dientes un chin pa’lante, y era rubia; la recuerdo sentada en un altico de la enramada, de frente a unas flores. No era de belleza notoria”; pero que fue cariñosa con ella, y que la llamaba “la chinita”. “Rubirosa era buen mozo, blanco. Se veían enamorados”.
[Aquí debemos acotar que se confunde la protagonista de estos recuerdos al decir que Flor de Oro era rubia, pues no luce como tal en las fotos de esos días, sino el característico pelo negro de mulata que exhibe en la mayoría de las fotos que se conservan de ella en distintas etapas de su vida, y como lo describe el mismo Rubirosa en sus memorias escritas entre 1963 y 1964. (Vea: «La impresionante vida de un seductor: Porfirio Rubirosa», de Lipe Collado)]
Al levantarse de la cama-escondite de escopeta, la jovencita le pidió a Mamá Nego huevos revueltos con pan, del que se hacía en el horno de barro todos los días. En vista de los estragos infligidos por la cabalgata de la mañana en su esposa, Rubirosa había mandado llamar a Mao para que subieran el automóvil, el cual fue traído por su chofer. Mi madre refiere que era un carro grande de color gris-azulado. Con seguridad se trataba de un Packard, automóvil favorito del Jefe, de los que había varios para uso oficial de la Presidencia.
-Packard del 1930.-
Al despedirse de Mamá Nego - cerca de las cuatro de la tarde - para regresar a Mao, Flor de Oro le dijo: “¡Su regalo viene! ”.
Ese regalo nunca llegó a sus manos, y ella sospechaba que debe haberle sido retenido en Mao por los mismos alcahuetes que recomendaron su hospitalidad. ¿Quién sabe si era dinero o si era uno de los numerosos pares de aretes que recibió la joven como regalo de bodas? La única recompensa de aquella gente humilde ha sido que una niña recordara los detalles de esa visita para que los compartamos con los demás.
(*) Para ilustración de muchos, debemos consignar que el Presidente Carlos Fco. Morales Languasco había dispuesto el 4 de abril del 1905... “unir a la red telefónica las siguientes cabeceras de provincia con sus comunes: Azua – San José de Ocoa, Santiago – Mao, El Seybo- Hato Mayor y La Vega – Bonao; así como la cabecera de Distrito Municipal Barahona con la común de Neyba”. (www.indotel.gob.do)
viernes, 21 de octubre de 2011
EL REGALO DE MAMÁ NEGO
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Dr. G. Flores hijo:
ResponderBorrarQué hermoso artículo (cuento) breve pero sustancioso, donde plasmas tus incuestionables dotes narrativas. Como describes esa paradisíaca cordillera central, específicamente Monción, San José de las Matas, y abajo nuestra ubérrima Mesopotamia maeña. Sus gentes sanas y sencillas, hospitalarias. Como describes la ornamentación de la casa, el ambiente bucólico, eglógico, aldeano, con el encanto del piso pintado con cal y las piedras azules. Yo no existía ni tú, pero vi esos tonos usados para dar buena impresión a los visitantes de nuestros pueblos cuando no había la modernidad y el progreso de hoy.
Un abrazo de Héctor Brea Tió.