miércoles, 17 de marzo de 2010
¿Por qué somos impuntuales?
Por Isaías Ferreira
En nuestra cultura; la cultura latinoamericana, eso es, y en unos pueblos más que en otros, por supuesto, es legendaria la impuntualidad. Tan enraizado está entre nosotros el vicio de llegar tarde a todo, que generalmente fijamos el comienzo de un acto dos horas antes de la hora real. Y con todo, los actos nunca comienzan a tiempo. Siempre hay rezagados y, más que nada, muchas veces, quienes deben ser la atracción principal de un acto, son generalmente los más notados ofensores.
¿Por qué somos así? Pero, sobre todo, ¿qué importa que seamos así? ¿No debemos celebrar ese fenómeno cultural (1) como algo muy nuestro que se ha ido pasando de generación en generación y al que no debiéramos oponer resistencia?
¡No, no debemos celebrarlo como algo muy nuestro! ¡Tampoco debemos sentirnos orgullosos por algo que en su más mínima expresión es una falta de respeto y desconsideración a los demás y por otro lado resulta costoso!
¿Por qué somos impuntuales? Creo que se debe a la falta de apreciación que tenemos por el valor del tiempo, tanto nuestro como de nuestros semejantes. De alguna manera, vivimos la vida de una manera informal, sin planificación... como si dijéramos, ¡a lo que venga! No nos amoldamos a un patrón de autodisciplina para administrar con estricto control la más cara y escasa de las materias primas: el tiempo... ese que, una vez ido, no vuelve ni se recupera. Pareciera como si no tuviéramos conciencia de que transitamos en una cuenta regresiva que no para hasta la hora en que nuestras almas pasan al descanso eterno. Esto debiera hacernos conscientes de que debemos sacar el máximo provecho del tiempo de que disponemos, esa donación invaluable que tan generosamente se nos ha suministrado, pues después será tarde, y el tiempo perdido jamás se recupera.
Dicho lo anterior, debe resultar claro que no prestar atención al paso del tiempo y al valor que tiene, tanto para nosotros como para nuestros semejantes, está en la raíz de la impuntualidad. Por ello, no llegar a una velada o reunión cuando está programada, no sólo es una falta de cortesía, sino, como apuntamos, una falta de respeto mayúscula hacia los demás. Y debemos recordar, que recibiremos respeto en la medida que lo proporcionemos a los demás. Por eso, si algún día vamos a erradicar el costoso mal de la impuntualidad de nuestra sociedad, se imponen cambios drásticos en nuestra conducta, comenzando con cada individuo: “cambia tú... y el mundo cambiará”, dice la máxima.
Por tanto, si tenemos que asistir a una reunión, tratemos de salir con tiempo suficiente para que arribemos antes de empezar la misma; borremos para siempre de nuestras mentes eso de “Ah, dicen que van a comenzar a las 6:00, pero tú sabes cómo somos... ¡te apuesto a que no comienzan hasta las 7:30!”
Frases como esa última son las que perpetúan una condición que da sello de autenticidad idiosincrásica a algo que no es más que un vicio que refleja atraso social y pereza.
Para sobreponernos a la impuntualidad y erradicarla de nuestras vidas y nuestra sociedad, es imperativo comenzar por organizarnos y rechazar todo aquello que nos distraiga de la meta que perseguimos. Concienzudamente, debemos, con propósito celoso, rectitud, autodisciplina y perseverancia, cuidar nuestro tiempo como la más preciada de nuestras posesiones; debemos hacer comprender a nuestras amistades, con diplomacia y de manera amable, que las llamadas telefónicas deberán tener un límite de tiempo; nuestras amistades deberán, además, comprender que las visitas no anunciadas son perjudiciales y por tanto inaceptables.
Asimismo, tendremos que tomar conciencia de no dejar para mañana lo que podemos hacer hoy, y convertirlo en un credo viviente, no un simple juego de palabras que suena bonito y nos da aire de sabiduría; tendremos que planificar con anticipación cada evento, y darnos tiempo suficiente para que no haya coincidencia entre un evento y otro; deberemos aprender a decir NO cuando sea físicamente imposible nuestra presencia en un evento si ello implica infracción a esta ley de la puntualidad; deberemos comenzar (y terminar) las reuniones o eventos para el tiempo en que fueron anunciadas, no una hora o dos después. Es posible que haya dos o tres reuniones en que la asistencia sea limitada, pero poco a poco la voz se riega y es posible que en futuras reuniones asista más gente de lo acostumbrado, pues no hay nada más pesado que ir a una reunión que además de no comenzar para cuando se anunció, dura por tiempo ilimitado porque no hay una agenda bien planificada. Tendremos que respetar al máximo el tiempo de los demás por aquello de que “no debes hacer a otros lo que no quieres te hagan a ti” o “porque no debemos exigir a los demás, lo que no nos exigimos a nosotros mismos”.
En conclusión, la cura de la impuntualidad radica en desenmascararla como lo que es: una falta de respeto y una infracción al derecho de un semejante, tan burdo, abusador y ultrajante como la agresión física o el libelo. Si practicamos conscientemente estas reglas sencillas, estaremos contribuyendo en grande a eliminar ese costoso monstruo el cual no debemos permitir en nuestras vidas, ni imponer a los demás, pero mucho menos aceptar que nos impongan.
Aquí cabe la frase, miles de veces usada, pero tan fresca como cuando la dijera el preclaro Benito Juárez: “EL RESPETO AL DERECHO AJENO ES LA PAZ”.
(1) Cultura
Como la he usado en este escrito, no se refiere a ilustrado o ilustrada, sino “al conjunto de valores, tanto explícitos como tácitos, que nacen de las costumbres, las que son a su vez un producto de nuestras experiencias como entes sociales, y que se pasan de generación en generación y se convierten en reglas o modo de vida que todos observamos sin resistencia”.
En nuestra cultura; la cultura latinoamericana, eso es, y en unos pueblos más que en otros, por supuesto, es legendaria la impuntualidad. Tan enraizado está entre nosotros el vicio de llegar tarde a todo, que generalmente fijamos el comienzo de un acto dos horas antes de la hora real. Y con todo, los actos nunca comienzan a tiempo. Siempre hay rezagados y, más que nada, muchas veces, quienes deben ser la atracción principal de un acto, son generalmente los más notados ofensores.
¿Por qué somos así? Pero, sobre todo, ¿qué importa que seamos así? ¿No debemos celebrar ese fenómeno cultural (1) como algo muy nuestro que se ha ido pasando de generación en generación y al que no debiéramos oponer resistencia?
¡No, no debemos celebrarlo como algo muy nuestro! ¡Tampoco debemos sentirnos orgullosos por algo que en su más mínima expresión es una falta de respeto y desconsideración a los demás y por otro lado resulta costoso!
¿Por qué somos impuntuales? Creo que se debe a la falta de apreciación que tenemos por el valor del tiempo, tanto nuestro como de nuestros semejantes. De alguna manera, vivimos la vida de una manera informal, sin planificación... como si dijéramos, ¡a lo que venga! No nos amoldamos a un patrón de autodisciplina para administrar con estricto control la más cara y escasa de las materias primas: el tiempo... ese que, una vez ido, no vuelve ni se recupera. Pareciera como si no tuviéramos conciencia de que transitamos en una cuenta regresiva que no para hasta la hora en que nuestras almas pasan al descanso eterno. Esto debiera hacernos conscientes de que debemos sacar el máximo provecho del tiempo de que disponemos, esa donación invaluable que tan generosamente se nos ha suministrado, pues después será tarde, y el tiempo perdido jamás se recupera.
Dicho lo anterior, debe resultar claro que no prestar atención al paso del tiempo y al valor que tiene, tanto para nosotros como para nuestros semejantes, está en la raíz de la impuntualidad. Por ello, no llegar a una velada o reunión cuando está programada, no sólo es una falta de cortesía, sino, como apuntamos, una falta de respeto mayúscula hacia los demás. Y debemos recordar, que recibiremos respeto en la medida que lo proporcionemos a los demás. Por eso, si algún día vamos a erradicar el costoso mal de la impuntualidad de nuestra sociedad, se imponen cambios drásticos en nuestra conducta, comenzando con cada individuo: “cambia tú... y el mundo cambiará”, dice la máxima.
Por tanto, si tenemos que asistir a una reunión, tratemos de salir con tiempo suficiente para que arribemos antes de empezar la misma; borremos para siempre de nuestras mentes eso de “Ah, dicen que van a comenzar a las 6:00, pero tú sabes cómo somos... ¡te apuesto a que no comienzan hasta las 7:30!”
Frases como esa última son las que perpetúan una condición que da sello de autenticidad idiosincrásica a algo que no es más que un vicio que refleja atraso social y pereza.
Para sobreponernos a la impuntualidad y erradicarla de nuestras vidas y nuestra sociedad, es imperativo comenzar por organizarnos y rechazar todo aquello que nos distraiga de la meta que perseguimos. Concienzudamente, debemos, con propósito celoso, rectitud, autodisciplina y perseverancia, cuidar nuestro tiempo como la más preciada de nuestras posesiones; debemos hacer comprender a nuestras amistades, con diplomacia y de manera amable, que las llamadas telefónicas deberán tener un límite de tiempo; nuestras amistades deberán, además, comprender que las visitas no anunciadas son perjudiciales y por tanto inaceptables.
Asimismo, tendremos que tomar conciencia de no dejar para mañana lo que podemos hacer hoy, y convertirlo en un credo viviente, no un simple juego de palabras que suena bonito y nos da aire de sabiduría; tendremos que planificar con anticipación cada evento, y darnos tiempo suficiente para que no haya coincidencia entre un evento y otro; deberemos aprender a decir NO cuando sea físicamente imposible nuestra presencia en un evento si ello implica infracción a esta ley de la puntualidad; deberemos comenzar (y terminar) las reuniones o eventos para el tiempo en que fueron anunciadas, no una hora o dos después. Es posible que haya dos o tres reuniones en que la asistencia sea limitada, pero poco a poco la voz se riega y es posible que en futuras reuniones asista más gente de lo acostumbrado, pues no hay nada más pesado que ir a una reunión que además de no comenzar para cuando se anunció, dura por tiempo ilimitado porque no hay una agenda bien planificada. Tendremos que respetar al máximo el tiempo de los demás por aquello de que “no debes hacer a otros lo que no quieres te hagan a ti” o “porque no debemos exigir a los demás, lo que no nos exigimos a nosotros mismos”.
En conclusión, la cura de la impuntualidad radica en desenmascararla como lo que es: una falta de respeto y una infracción al derecho de un semejante, tan burdo, abusador y ultrajante como la agresión física o el libelo. Si practicamos conscientemente estas reglas sencillas, estaremos contribuyendo en grande a eliminar ese costoso monstruo el cual no debemos permitir en nuestras vidas, ni imponer a los demás, pero mucho menos aceptar que nos impongan.
Aquí cabe la frase, miles de veces usada, pero tan fresca como cuando la dijera el preclaro Benito Juárez: “EL RESPETO AL DERECHO AJENO ES LA PAZ”.
(1) Cultura
Como la he usado en este escrito, no se refiere a ilustrado o ilustrada, sino “al conjunto de valores, tanto explícitos como tácitos, que nacen de las costumbres, las que son a su vez un producto de nuestras experiencias como entes sociales, y que se pasan de generación en generación y se convierten en reglas o modo de vida que todos observamos sin resistencia”.
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Hermano mío,aunque conozco de tu capacidad,no deja de asombrarme la facilidad que tienes para expresar un pensamiento, de una forma tan sencilla, que todos podemos entenderlo:Ese tema de la impuntualidad,refleja nuestro sub desarrollo,como tu dices,cambiemos nosotros,y todo cambiará. Jochy Reyes.
ResponderBorrarEl artículo ilustra varios puntos del cómo nuestra idiosincrasia le tiene tan poco respeto al tiempo; al nuestro tiempo, y peor aun, al tiempo de otros. La certeza de este dicho me parece simplemente fenomenal. Somos unos desinteresados de lo que verdaderamente importa y a la vez unos irrespetuosos con la voluntad de los otros...
ResponderBorrarDe igual modo el escrito, dando un consejo del cómo erradicar esta tendencia, usa un refrán que yo suelo colocar en mi muro de Facebook, a cada rato; casualmente hace tres días lo iba a hacer: “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Lo que hago es que lo repito, me lo repito como cinco veces. Debe uno entender que es hoy que se deben hacer las cosas y no mañana. Porque el mañana nunca llega, hoy es siempre todavía; concatenando dos expresiones aquí: una de un matemático que no me viene a la mente, y la otra del poeta Machado. Y usando un paralelo con lo de llegar a tiempo. Cuando pienses a qué horas te vas a empezar a preparar, como alude la recomendación, hazlo media hora antes del que te viene a la mente. Y elimina cualquier posibilidad de llegar tarde. Y ya.
Escuché decir una vez al exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, una expresión que la uso en mi diario vivir, (la voy a parafrasear): “Es preciso decir que uno va a llegar unos 10 minutos o 20 más tarde de la cuenta, y cuando apareces antes, luces como un héroe. Si lo haces al revés, se te juzga tajantemente.
Por, Luis Alberto Nina