lunes, 18 de enero de 2010
No pudo haber sido el americano...
Flash de Cosas de Mao
Por Isaías Medina Ferreira
Como era costumbre en la Era de Trujillo, una comitiva de tres individuos llegó a una aldea apartada del país para pasar el censo, lo cual tomaba a lo sumo un día, pero que dada la distancia y los accidentes del terreno generalmente obligaba a los “voluntarios” a dormir en la aldea.
Esta comitiva, en especial, estaba compuesta de gente sumamente respetable: un americano (un primo mío, muy amigo de las bromas pesadas, que en paz descanse), un “notario” y un “caballero de la Orden de Colón”. El americano, muy colorado, de bigotes y cabellos rojizos y ojos azules, necesitaba atención especial pues no poder soportar el calor y tenerle miedo a las aves, sobre todo a los pavos, con esos “pescozos” tan feos, según decía, por lo que los aldeanos tenían que estar echándole fresco constantemente y espantando esas criaturas feroces que lo obligaban a encaramarse en sillas o en mesas cada vez que los veía merodear por los alrededores.
Como pudo, el americano, con todo el terror que le rodeaba, sobrevivió el día. Se fueron todos a dormir y bien temprano en la mañana, antes de que los demás despertaran, partió la comitiva y, con ella, todas las aves y dos monturas de los aldeanos, quienes pasaron el día tratando en vano de hacer sentido del tiro que le habían dado. No pudo ser el notario, decían, pues ese señor ni hablaba; mucho menos podía ser el caballero de Colón quien se pasaba el día rezando el rosario… ¿el americano? Nooo, ¡qué va'sei!, se reían a carcajadas todos, si ese pendejo le tenía un miedo del diablo a esos animales…
Por Isaías Medina Ferreira
Como era costumbre en la Era de Trujillo, una comitiva de tres individuos llegó a una aldea apartada del país para pasar el censo, lo cual tomaba a lo sumo un día, pero que dada la distancia y los accidentes del terreno generalmente obligaba a los “voluntarios” a dormir en la aldea.
Esta comitiva, en especial, estaba compuesta de gente sumamente respetable: un americano (un primo mío, muy amigo de las bromas pesadas, que en paz descanse), un “notario” y un “caballero de la Orden de Colón”. El americano, muy colorado, de bigotes y cabellos rojizos y ojos azules, necesitaba atención especial pues no poder soportar el calor y tenerle miedo a las aves, sobre todo a los pavos, con esos “pescozos” tan feos, según decía, por lo que los aldeanos tenían que estar echándole fresco constantemente y espantando esas criaturas feroces que lo obligaban a encaramarse en sillas o en mesas cada vez que los veía merodear por los alrededores.
Como pudo, el americano, con todo el terror que le rodeaba, sobrevivió el día. Se fueron todos a dormir y bien temprano en la mañana, antes de que los demás despertaran, partió la comitiva y, con ella, todas las aves y dos monturas de los aldeanos, quienes pasaron el día tratando en vano de hacer sentido del tiro que le habían dado. No pudo ser el notario, decían, pues ese señor ni hablaba; mucho menos podía ser el caballero de Colón quien se pasaba el día rezando el rosario… ¿el americano? Nooo, ¡qué va'sei!, se reían a carcajadas todos, si ese pendejo le tenía un miedo del diablo a esos animales…
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