jueves, 7 de enero de 2010
¡Allá voy, Carretón!
Cosas de Mao
Por Isaías Medina-Ferreira
(Lenguaje vulgar)
En sus buenos tiempos, cuando la familia lo dejaba salir y donde quiera que iba le daban de comer, nuestro protagonista ascendía en peso como a 400 libras. Otro de sus pasatiempos favoritos, aparte de comer, eran las películas de vaqueros que presentaba el teatro Jaragua, de Mario Evertz.
Carretón, quien manejaba el proyector y cobraba los diez “cheles” de la entrada, tenía no sólo el problema de que el amigo no pagaba, sino que no cabía en los asientos y tenía que sentarse en medio del pasillo. Nuestro protagonista, además, soltaba unas ventosidades estruendosas como torpedos, y tan hediondas que cada vez que “desacoplaba”, forzaba a quienes lo rodeaban a abandonar el área inmediata a su exagerada anatomía; a veces se veían hasta diez butacas a la redonda desocupadas.
Además de todas esas inconveniencias, a él le gustaba comentar las escenas en voz alta (¡diablo, que trompá, coño!... juye, carajo, que te agarran… mata ai jodío indio dei diablo ese, y así por el estilo), y su risa era tan resonante, que era capaz de despertar a una momia egipcia.
Un día está el amigo por entrar gratis a una matinée, y Carretón le decía una y otra vez: “no, no va a entrar…”; y él que repetidamente le rogaba, con su voz un poco grave y lastimera, “no sea malo, carreta, déjame entrái…”. Ya tienen un buen rato en ese va y viene sin que ninguno dé muestra de dar su brazo a torcer. Ante esa situación, ya cercano el comienzo de la película, el amigo compra como diez “paquetitos” de maní y decide aplicar su plan B; se va a la acera opuesta de la calle y sale trotando hacia la puerta de entrada del teatro y, mientras da ímpetu a sus 400 libras, vocea, “¡Allá Voy, Carretón, párame!”
Demás está decir que nuestro protagonista disfrutó en grande las delicias de la matinée con el “gran” Charles Starrett.
Anotaciones:
-Cada paquetito de maní costaba un centavo
Por Isaías Medina-Ferreira
(Lenguaje vulgar)
En sus buenos tiempos, cuando la familia lo dejaba salir y donde quiera que iba le daban de comer, nuestro protagonista ascendía en peso como a 400 libras. Otro de sus pasatiempos favoritos, aparte de comer, eran las películas de vaqueros que presentaba el teatro Jaragua, de Mario Evertz.
Carretón, quien manejaba el proyector y cobraba los diez “cheles” de la entrada, tenía no sólo el problema de que el amigo no pagaba, sino que no cabía en los asientos y tenía que sentarse en medio del pasillo. Nuestro protagonista, además, soltaba unas ventosidades estruendosas como torpedos, y tan hediondas que cada vez que “desacoplaba”, forzaba a quienes lo rodeaban a abandonar el área inmediata a su exagerada anatomía; a veces se veían hasta diez butacas a la redonda desocupadas.
Además de todas esas inconveniencias, a él le gustaba comentar las escenas en voz alta (¡diablo, que trompá, coño!... juye, carajo, que te agarran… mata ai jodío indio dei diablo ese, y así por el estilo), y su risa era tan resonante, que era capaz de despertar a una momia egipcia.
Un día está el amigo por entrar gratis a una matinée, y Carretón le decía una y otra vez: “no, no va a entrar…”; y él que repetidamente le rogaba, con su voz un poco grave y lastimera, “no sea malo, carreta, déjame entrái…”. Ya tienen un buen rato en ese va y viene sin que ninguno dé muestra de dar su brazo a torcer. Ante esa situación, ya cercano el comienzo de la película, el amigo compra como diez “paquetitos” de maní y decide aplicar su plan B; se va a la acera opuesta de la calle y sale trotando hacia la puerta de entrada del teatro y, mientras da ímpetu a sus 400 libras, vocea, “¡Allá Voy, Carretón, párame!”
Demás está decir que nuestro protagonista disfrutó en grande las delicias de la matinée con el “gran” Charles Starrett.
Anotaciones:
-Cada paquetito de maní costaba un centavo
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Mano:
ResponderBorrarExcelente relato!!!
Después que el protagonista de la historia vió esa película de vaqueros, llegó a creerse que él era Charles Starret, y un domingo, mientras esperábamos que el Padre Franco empezara la misa de las 6:00 AM, en la iglesia donde hoy está el Salón Parroquial, en Mao, provocó a Marrañao, quien se creía boxeador, pero sólo pesaba como 100 libras. En la trifulca, nuestro protagonista de hoy le pegó un "upper-cut" a Marañao en la "quijá" que lo levantó como un pie de la calzada donde estábamos parados.
Fernan Ferreira.