martes, 19 de enero de 2010
Las retretas de mi pueblo
Vivencias
Por Pablo Mustonen
Todos los domingo a las 8:00 P.M y sin fallar, allí estaba la Banda Municipal, que normalmente era dirigida por los Arté (creo que eran padre e hija).
Los muchachos nos vestíamos con lo mejor que teníamos, bañaditos y con los zapatos bien lustrados, los cabellos envaselinados (con la vaselina Yardley) que tomábamos prestada de nuestros hermanos mayores.
Las marchas y los pasodobles eran el deleite de la muchachada, que al salir del "matinée" de las cinco, siempre nos quedábamos a la espera del inicio del concierto. Matábamos el momento de espera, casi siempre en el colmado que quedaba en la esquina, famoso por sus borugas en vaso grande y que hacíamos acompañar de un pan. La agradable y alimenticia ración costaba 5 centavos. Nos metíamos en los bolsillos casi siempre un chicle pollito (de los que tenían premios -banderitas, etc.-) y un par de mentas ekla. Minutos antes de las 8:00 nos reuníamos alrededor de un banco del parque, a comentar el último "extra" de la colección de las postalitas o los 9 ceros que había tirado Emilio Cueche. Tan pronto la música empezaba, también nosotros iniciábamos nuestra marcha de 2 horas; los "carajitos" caminábamos siempre en sentido del reloj, haciendo girar un llavero (normalmente, un pedazo de gangorra, que nos molestaba y nos marcaba de rojo) alrededor de nuestro dedo índice y las "carajitas" en sentido contrario, abanicándose o más bien cubriéndose la cara -con un bello y terminado abanico andaluz-; lo hacían con una ingenuidad estudiada y practicada que parecía como un acto natural; pero conscientes de que mostraban la clásica coquetería con que la naturaleza dotó a la belleza maeña.
Sí, eso éramos en aquel tiempo, simples "carajitos" sin importar si habíamos llegado a la adultez o no, al no existir la maldad, no envejecíamos; seguíamos siendo niños, éramos todos amigos y nos protegíamos unos a otros Los enamoramientos a lo "bobo" y los piropos sutiles, que entre dientes casi nos tragábamos, eran raramente escuchados por nuestra "Dulcinea".
Hay de aquel que osara insultar o propasarse con una de las muchachas, automáticamente quedaba fuera del grupo, hasta que alguien se apiadase de él y con la venia de todos era perdonado, no sin antes escuchar nuevamente nuestras estrictas condiciones y reglas grupales.
Nunca preguntábamos por el nombre de las obras maestras que la banda melodiosamente tocaba. Algunas veces, y para ver de más cerca a la mujer de nuestro sueño, nos hacíamos los cansados y decidíamos sentarnos en uno de los bancos ubicado en el rincón más oscuro. Era una verdadera odisea si una de las féminas tan siquiera nos dedicaba una mirada o una sonrisa furtiva. Normalmente, cuando esto sucedía, perdíamos el sueño y nos desvelábamos y al siguiente día, la escuela era todo un chismerío: "Fulano tiene amores con zutanita"; "sí, pero ella lo hizo por lástima, le cae mal", etc. Eran otros tiempos, en donde se debía llegar a la casa a más tardar a las 10:30 de la noche; ahora mis hijos salen a las 12:00 de la medianoche y me encuentran roncando.
Tampoco la música es la misma, odio el "Pum, pum moderno" y echo de menos los boleros de Gatica y también el rock de los Beatles, Presley, etc. Imagínense ustedes dándole la vuelta al parque al son de un "rap".
A las diez en punto, la banda recogía sus instrumentos, bajo el aplauso de los que aún permanecíamos en el entorno y mecánicamente, como tocados por un invisible reloj interior y agrupados en dispersos rebaños, nos dirigíamos a nuestras casas, nos despedíamos poco a poco de los que se iban quedando, no sin antes celebrar las conquistas de esa noche. Sin cesar repetíamos hasta mañana y no te desvele por fulana o consolábamos a los frustrados, que éramos los más. Tan sólo la sencillez del "guiño" del ojo derecho de nuestra "amada" era suficiente para pasarnos la semana entera hablando de nuestra conquista. Si por lo contrario nuestra querida "novia" nos hacía el despecho, era la debacle; nos arrinconábamos y nos convertíamos en sonámbulos y parcos al hablar, tan solo nos dirigíamos a nuestros íntimos amigos, no teníamos apetito y tratábamos de evitar encontrarnos con la causante de tan tremenda desgracia.
Algunas veces, éramos aceptados por los padres de nuestra amada, creo que mas por curiosidad que por otra cosa y frente a la madre o de una tía cercana, comíamos un poco de "gallina", recuerdo que siempre teníamos una sed intensa y la pobre "chaperona" debía levantarse tres o cuatro veces en busca de agua, lo que aprovechábamos para tocar la sedosa mano de nuestro agradable tormento; algunas de ellas conocían el truco y nos indicaban la dirección de la tinaja o la nevera con un "vaya usted mismo y sírvasela; acaso es usted ciego". Normalmente y por agotamiento, éramos aceptados y siempre lográbamos un buen platito de dulce de guayaba con queso. Aquello lo celebrábamos como una importante victoria, pero perdíamos la amistad de las otras muchachas, que nos rechazaban diciéndonos: "vaya usted a hablar con fulana, a mi déjeme tranquila".
Creo que las retretas deben volver a los pueblos, aunque tan solo sea a manera de educar nuestros oídos, así como para educarnos en la buena música.
¡¡¡Eso era vivir!!!
Por Pablo Mustonen
Todos los domingo a las 8:00 P.M y sin fallar, allí estaba la Banda Municipal, que normalmente era dirigida por los Arté (creo que eran padre e hija).
Los muchachos nos vestíamos con lo mejor que teníamos, bañaditos y con los zapatos bien lustrados, los cabellos envaselinados (con la vaselina Yardley) que tomábamos prestada de nuestros hermanos mayores.
Las marchas y los pasodobles eran el deleite de la muchachada, que al salir del "matinée" de las cinco, siempre nos quedábamos a la espera del inicio del concierto. Matábamos el momento de espera, casi siempre en el colmado que quedaba en la esquina, famoso por sus borugas en vaso grande y que hacíamos acompañar de un pan. La agradable y alimenticia ración costaba 5 centavos. Nos metíamos en los bolsillos casi siempre un chicle pollito (de los que tenían premios -banderitas, etc.-) y un par de mentas ekla. Minutos antes de las 8:00 nos reuníamos alrededor de un banco del parque, a comentar el último "extra" de la colección de las postalitas o los 9 ceros que había tirado Emilio Cueche. Tan pronto la música empezaba, también nosotros iniciábamos nuestra marcha de 2 horas; los "carajitos" caminábamos siempre en sentido del reloj, haciendo girar un llavero (normalmente, un pedazo de gangorra, que nos molestaba y nos marcaba de rojo) alrededor de nuestro dedo índice y las "carajitas" en sentido contrario, abanicándose o más bien cubriéndose la cara -con un bello y terminado abanico andaluz-; lo hacían con una ingenuidad estudiada y practicada que parecía como un acto natural; pero conscientes de que mostraban la clásica coquetería con que la naturaleza dotó a la belleza maeña.
Sí, eso éramos en aquel tiempo, simples "carajitos" sin importar si habíamos llegado a la adultez o no, al no existir la maldad, no envejecíamos; seguíamos siendo niños, éramos todos amigos y nos protegíamos unos a otros Los enamoramientos a lo "bobo" y los piropos sutiles, que entre dientes casi nos tragábamos, eran raramente escuchados por nuestra "Dulcinea".
Hay de aquel que osara insultar o propasarse con una de las muchachas, automáticamente quedaba fuera del grupo, hasta que alguien se apiadase de él y con la venia de todos era perdonado, no sin antes escuchar nuevamente nuestras estrictas condiciones y reglas grupales.
Nunca preguntábamos por el nombre de las obras maestras que la banda melodiosamente tocaba. Algunas veces, y para ver de más cerca a la mujer de nuestro sueño, nos hacíamos los cansados y decidíamos sentarnos en uno de los bancos ubicado en el rincón más oscuro. Era una verdadera odisea si una de las féminas tan siquiera nos dedicaba una mirada o una sonrisa furtiva. Normalmente, cuando esto sucedía, perdíamos el sueño y nos desvelábamos y al siguiente día, la escuela era todo un chismerío: "Fulano tiene amores con zutanita"; "sí, pero ella lo hizo por lástima, le cae mal", etc. Eran otros tiempos, en donde se debía llegar a la casa a más tardar a las 10:30 de la noche; ahora mis hijos salen a las 12:00 de la medianoche y me encuentran roncando.
Tampoco la música es la misma, odio el "Pum, pum moderno" y echo de menos los boleros de Gatica y también el rock de los Beatles, Presley, etc. Imagínense ustedes dándole la vuelta al parque al son de un "rap".
A las diez en punto, la banda recogía sus instrumentos, bajo el aplauso de los que aún permanecíamos en el entorno y mecánicamente, como tocados por un invisible reloj interior y agrupados en dispersos rebaños, nos dirigíamos a nuestras casas, nos despedíamos poco a poco de los que se iban quedando, no sin antes celebrar las conquistas de esa noche. Sin cesar repetíamos hasta mañana y no te desvele por fulana o consolábamos a los frustrados, que éramos los más. Tan sólo la sencillez del "guiño" del ojo derecho de nuestra "amada" era suficiente para pasarnos la semana entera hablando de nuestra conquista. Si por lo contrario nuestra querida "novia" nos hacía el despecho, era la debacle; nos arrinconábamos y nos convertíamos en sonámbulos y parcos al hablar, tan solo nos dirigíamos a nuestros íntimos amigos, no teníamos apetito y tratábamos de evitar encontrarnos con la causante de tan tremenda desgracia.
Algunas veces, éramos aceptados por los padres de nuestra amada, creo que mas por curiosidad que por otra cosa y frente a la madre o de una tía cercana, comíamos un poco de "gallina", recuerdo que siempre teníamos una sed intensa y la pobre "chaperona" debía levantarse tres o cuatro veces en busca de agua, lo que aprovechábamos para tocar la sedosa mano de nuestro agradable tormento; algunas de ellas conocían el truco y nos indicaban la dirección de la tinaja o la nevera con un "vaya usted mismo y sírvasela; acaso es usted ciego". Normalmente y por agotamiento, éramos aceptados y siempre lográbamos un buen platito de dulce de guayaba con queso. Aquello lo celebrábamos como una importante victoria, pero perdíamos la amistad de las otras muchachas, que nos rechazaban diciéndonos: "vaya usted a hablar con fulana, a mi déjeme tranquila".
Creo que las retretas deben volver a los pueblos, aunque tan solo sea a manera de educar nuestros oídos, así como para educarnos en la buena música.
¡¡¡Eso era vivir!!!
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Muy bueno su anécdota Pablo, me hizo recordar mis tiempos, entre don Emilio Arté y doña Ton Ton Arté, estuvo Daniel Colón "Lucero" quien dirigió dicha banda por unos quince años. Gracias por su exponencia, muy respetuosamente le hago esta reseña.
ResponderBorrarJuan Colón
Congratulaciones Pablo!!
ResponderBorrarExcelente recreación de épocas vividas, y lamentablemente desaparecidas para siempre. Nuestros hijos no han tenido estas vivencias y difícilmente crean que las mismas realmente existieron. En especial, lo referente a los bajísimos precios de la época.
Además de la vaselina "Yardley", existía la brillantina "Paramí" para lustrar nuestra entonces abundante cabellera, completamente libre de canas...
Saludos cordiales,
Fernan Ferreira.
Pablito: Me hiciste revivir esas retretas tan esperadas por todos. Qué tiempos tan maravillosos!. No sólo porque fueron tan nuestros, sino porque fueron tan sanos. Me comuniqué con Elsita en días pasados. Un abrazo.
ResponderBorrarLavinia del Villar.
Gracias a todos, principalmente al genial Isaias que tuvo la acertada idea de guardar mis pequeñas curiosidades que publicaba en la desaparecida página de Mao. Un cariñoso abrazo a la bella princesita Lavinia, que para esa época era una de mis más admiradas maeñas. Gracisa.
ResponderBorrarPablo
Que gratos recuerdos, Felicidades Estimado Pablo.
ResponderBorrarYo también fui testigo de esa época y recuerdo al Maestro Lucero Colón dirigiendo la Banda Municipal y Doña Tontón Arté con su gran vocación de enseñar.
Hace unos 7 u 8 años observé una Banda Infantil en la glorieta, tocando piezas clásicas y merengues que me sensibilizaron. Pocos pueblos estimulan a nuestros niños y niñas en ese sentido. Considero que debemos conservar ese sello maeño. Saludos afectuosos.
Henry Frías.
hfrias31@gmail.com