martes, 30 de julio de 2013
A PROPÓSITO DE...
MIS EXPERIENCIAS CON EL DEPARTAMENTO DE MIGRACIÓN MEXICANO
Por Fernando Ferreira Azcona
He tenido la suerte de visitar el precioso país azteca, en al menos, cuatro oportunidades. Soy un gran admirador de su belleza, su gente, su cultura, su comida y parte de su música.
La primera vez que visité a México, yo era un mozalbete de 20 años. Me acababa de graduar de Agrónomo en la Escuela Agrícola Panamericana (Zamorano), en Tegucigalpa, Honduras, y junto a José Miguel Cordero Mora, mi compañero de habitación, veníamos de regreso a nuestro país.
Nos graduamos el 2 de diciembre de 1967 y planificamos llegar a Santo Domingo el 24 de ese mes. Hicimos un recorrido que nos llevó por El Salvador, Guatemala, México y Texas, en los Estados Unidos de América, donde visitamos a nuestro hermano Fausto, quien para entonces, estudiaba en Texas A & M University.
Ya un compañero colombiano que había vivido en México, nos había alertado que en migración mexicana, no eran del todo amables con dominicanos y españoles. Pero, ¡qué caray, no le hicimos caso, y seguimos adelante con nuestros planes!
Efectivamente, cuando llegamos a migración mexicana, un “cuate” con tremendo bigote y fuerte acento mexicano gritó a todo pulmón: “españoles y dominicanos por esta fila”. Ni modo, mano… pues por esa fila, no hay de otra… Cuando nos tocó el turno a José Miguel y a mí, además de la falta de cortesía al hablarnos y cuestionar el objetivo de nuestra visita, nos llevaron a sendos cuartitos, donde tuvimos que mostrar nuestra documentación, el pasaje de salida de México y hasta el más mínimo centavo, en US$, que teníamos en los bolsillos. ¡Más que descortés, vejatorio!
Pero, la vida siempre le ofrece a uno otra oportunidad. Y unos 15 meses más tarde, mi gran amigo y hermano, Diogenito Castellanos y yo aplicamos por la beca Fullbright del Departamento de Estado Americano, y nos ganamos además, la beca Benito Juárez, para visitar a México, como invitados especiales del gobierno Mexicano, con todos los gastos pagos.
Cuando aterrizamos en México, le dije a Diogenito, “Compadre, déjeme pasar a mí primero por migración.” “¿Por qué?”, preguntó mi compañero de toda una vida. “No se preocupe, usted se va a enterar cuando nos toque el turno”. Llegamos a dicha área, y un inspector de migración voceó: “dominicanos y españoles por esta fila”, e ipso facto, yo me froté las manos, y le reiteré a Diogenito: “venga detrás de mí…”
Cuando me tocó el turno, con la misma falta de cortesía de la primera vez, el inspector me preguntó: “ay mano y a qué viene a mi país,” y como yo estaba preparado, con toda la insolencia del mundo, le respondí: “porque su maldito gobierno me invitó.” El inspector se quedó “de una sola pieza” como dicen los centroamericanos. No se había repuesto aún, cuando yo, de manera brusca, le mostré la visa mexicana que tenía en mi pasaporte: “Invitado Especial del Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos”. El inspector entró en pánico y me dijo: “hey, manito, no vaya a decir nada, que pierdo mi chamba”. Yo me limité a decirle, con autoridad: “Mi amigo también es invitado especial de su gobierno.” Está de más decir que pasamos por migración como si se tratara de dos grandes personajes. Ya en el área de aduanas, nos esperaba una comitiva oficial, que nos dio la bienvenida “con bombos y platillos”.
Mi tercera visita a México se debió a una invitación que recibí de la institución mexicana homóloga a la que trabajo en nuestro país, a participar como expositor en un cónclave sobre medicamentos falsificados. Ellos pagaron mi pasaje vía Miami, hotel y comidas.
Cuando llegué al aeropuerto leí un letrero que decía: “Viajeros procedentes de Estados Unidos de América y Unión Europea” y una flecha que indicaba por dónde debían seguir. Otro letrero señalaba por dónde debían desviarse los “viajeros del resto del mundo.” No hay dudas, una manera burda de discriminación. A tal punto, que la persona que me fue a buscar al aeropuerto no me encontró, porque yo salí por la puerta que él no me esperaba…
Como yo venía procedente de Miami, seguí la flecha de viajeros provenientes de USA y Europa. Cuando llegué a migración, esa área estaba llena de blancos altos, rubios y de ojos azules. Me imagino que yo parecía “mosca entre leche”.
Llegué ante la inspectora de migración, que sin lugar a dudas era descendiente directa de Moctezuma, quien tomó mi pasaporte y empezó a hojearlo desde la primera hasta la última página, sin mirarme la cara… y yo “cogiendo cuerda”. Cuando lo había hojeado varias veces, mordiéndome la lengua para no “explotar”, le pregunté con mucha cortesía: “¿Señora, hay algo anormal con mis documentos?” A lo que me respondió: “No, es que no encuentro la visa mexicana”, respuesta que terminó con mi paciencia y mis buenos modales. Pues había observado que cada vez que llegaba a la página de mi pasaporte que tenía dicha visa, se detenía momentáneamente.
“¿Usted es ciega o analfabeta, coño?”, le pregunté con rabia, y continué “porque yo se que en México hay muchos indios, pero no me imagino que nombren una analfabeta, inspectora de migración”. Mi explosión dio resultados inmediatos, pues la señora inspectora en seguida “encontró” la visa mexicana en mi pasaporte y me permitió entrar a territorio del bello país azteca.
Por Fernando Ferreira Azcona
He tenido la suerte de visitar el precioso país azteca, en al menos, cuatro oportunidades. Soy un gran admirador de su belleza, su gente, su cultura, su comida y parte de su música.
La primera vez que visité a México, yo era un mozalbete de 20 años. Me acababa de graduar de Agrónomo en la Escuela Agrícola Panamericana (Zamorano), en Tegucigalpa, Honduras, y junto a José Miguel Cordero Mora, mi compañero de habitación, veníamos de regreso a nuestro país.
Nos graduamos el 2 de diciembre de 1967 y planificamos llegar a Santo Domingo el 24 de ese mes. Hicimos un recorrido que nos llevó por El Salvador, Guatemala, México y Texas, en los Estados Unidos de América, donde visitamos a nuestro hermano Fausto, quien para entonces, estudiaba en Texas A & M University.
Ya un compañero colombiano que había vivido en México, nos había alertado que en migración mexicana, no eran del todo amables con dominicanos y españoles. Pero, ¡qué caray, no le hicimos caso, y seguimos adelante con nuestros planes!
Efectivamente, cuando llegamos a migración mexicana, un “cuate” con tremendo bigote y fuerte acento mexicano gritó a todo pulmón: “españoles y dominicanos por esta fila”. Ni modo, mano… pues por esa fila, no hay de otra… Cuando nos tocó el turno a José Miguel y a mí, además de la falta de cortesía al hablarnos y cuestionar el objetivo de nuestra visita, nos llevaron a sendos cuartitos, donde tuvimos que mostrar nuestra documentación, el pasaje de salida de México y hasta el más mínimo centavo, en US$, que teníamos en los bolsillos. ¡Más que descortés, vejatorio!
Pero, la vida siempre le ofrece a uno otra oportunidad. Y unos 15 meses más tarde, mi gran amigo y hermano, Diogenito Castellanos y yo aplicamos por la beca Fullbright del Departamento de Estado Americano, y nos ganamos además, la beca Benito Juárez, para visitar a México, como invitados especiales del gobierno Mexicano, con todos los gastos pagos.
Cuando aterrizamos en México, le dije a Diogenito, “Compadre, déjeme pasar a mí primero por migración.” “¿Por qué?”, preguntó mi compañero de toda una vida. “No se preocupe, usted se va a enterar cuando nos toque el turno”. Llegamos a dicha área, y un inspector de migración voceó: “dominicanos y españoles por esta fila”, e ipso facto, yo me froté las manos, y le reiteré a Diogenito: “venga detrás de mí…”
Cuando me tocó el turno, con la misma falta de cortesía de la primera vez, el inspector me preguntó: “ay mano y a qué viene a mi país,” y como yo estaba preparado, con toda la insolencia del mundo, le respondí: “porque su maldito gobierno me invitó.” El inspector se quedó “de una sola pieza” como dicen los centroamericanos. No se había repuesto aún, cuando yo, de manera brusca, le mostré la visa mexicana que tenía en mi pasaporte: “Invitado Especial del Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos”. El inspector entró en pánico y me dijo: “hey, manito, no vaya a decir nada, que pierdo mi chamba”. Yo me limité a decirle, con autoridad: “Mi amigo también es invitado especial de su gobierno.” Está de más decir que pasamos por migración como si se tratara de dos grandes personajes. Ya en el área de aduanas, nos esperaba una comitiva oficial, que nos dio la bienvenida “con bombos y platillos”.
Mi tercera visita a México se debió a una invitación que recibí de la institución mexicana homóloga a la que trabajo en nuestro país, a participar como expositor en un cónclave sobre medicamentos falsificados. Ellos pagaron mi pasaje vía Miami, hotel y comidas.
Cuando llegué al aeropuerto leí un letrero que decía: “Viajeros procedentes de Estados Unidos de América y Unión Europea” y una flecha que indicaba por dónde debían seguir. Otro letrero señalaba por dónde debían desviarse los “viajeros del resto del mundo.” No hay dudas, una manera burda de discriminación. A tal punto, que la persona que me fue a buscar al aeropuerto no me encontró, porque yo salí por la puerta que él no me esperaba…
Como yo venía procedente de Miami, seguí la flecha de viajeros provenientes de USA y Europa. Cuando llegué a migración, esa área estaba llena de blancos altos, rubios y de ojos azules. Me imagino que yo parecía “mosca entre leche”.
Llegué ante la inspectora de migración, que sin lugar a dudas era descendiente directa de Moctezuma, quien tomó mi pasaporte y empezó a hojearlo desde la primera hasta la última página, sin mirarme la cara… y yo “cogiendo cuerda”. Cuando lo había hojeado varias veces, mordiéndome la lengua para no “explotar”, le pregunté con mucha cortesía: “¿Señora, hay algo anormal con mis documentos?” A lo que me respondió: “No, es que no encuentro la visa mexicana”, respuesta que terminó con mi paciencia y mis buenos modales. Pues había observado que cada vez que llegaba a la página de mi pasaporte que tenía dicha visa, se detenía momentáneamente.
“¿Usted es ciega o analfabeta, coño?”, le pregunté con rabia, y continué “porque yo se que en México hay muchos indios, pero no me imagino que nombren una analfabeta, inspectora de migración”. Mi explosión dio resultados inmediatos, pues la señora inspectora en seguida “encontró” la visa mexicana en mi pasaporte y me permitió entrar a territorio del bello país azteca.
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Mejicano,
Migración
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Mano,
ResponderBorrarYo pasé tan "intoxicado" por la migración mejicana cuando fui, que todas las damas allí trabajando eran Lucía Félix para mi.
Isaias
En junio de 2009 visité a México a impartir una conferencia en la Universidad de Guadalajara titulada "Acercar los archivos a la ciudadanía" y aproveché para visitar algunos lugares como Tlaquepaque, Morelos, etc. La comida mexicana es riquísima y visitar el llamado Zócalo de ciudad México también es una experiencia fascinante. Pero no tuve problemas con migración como Fernan.
ResponderBorrarRafael Darío Herrera
Cabezón : Cuba en años atrás considero lo peor allí eran un grupo de acomplejados ,que ni reirte podía porque lo consideraban como burlas. Ese comportamiento se notaba en algunos pueblos con la excepción de Santiago de Cuba;muy hospitalaria esa ciudad. Tuve la suerte de ir al Mundial de Beisbol Amateur 1984,donde participaron Barry Bond , Larkin, y otros luego super estrellas de Grandes Ligas.
ResponderBorrarManito
Oiga mi cuate cuando vuelvas a ese chingado país llevese a Carlos "Micuate",el que lavaba los carros en la bomba de Niño.El le dirá a los indios de inmigración "Con tequila y con mezcal a Méjico voy a entrar y si no te quita pronto el c..te voy patear" Es el mejor antídoto y ¡ Qué viva la revolución de los carros ! ¿ Y "padonde" fue que cogió Manito ? ¡ pa' Cuba ..¿ Es tequila o Cuba libré ? ¡ Alabao !. Abrazos hermano . Evelio Martínez.
ResponderBorrarPor temor a que el artículo se hiciera demasiado largo, no conté mi cuarto viaje a México:
ResponderBorrarUn grupo de parejas amigas "nos entrotamos" con un viaje a Cancún. Cuando fui a buscar la visa, en la Embajada Mexicana me dijeron que si tenía visa USA por diez años, con seis o más meses de vigencia, como era mi caso, no necesitaba visa mexicana para entrar a su país.
Como "culebra no se amarra en lazo", hice una consulta formal, y efectivamente, la Embajada Mexicana me respondió por escrito, con su papel membretado, reiterándome lo expresado en el párrafo anterior. Obviamente, esta respuesta pasó a formar parte de mis documentos de viajes.
Cuando llegamos a Cancún, me tocó un verdadero patriota mexicano, como inspector de migración. Hojeó mi pasaporte y en seguida expresó: "hey mano, no tienes visa mexicana". Sin inmutarme, le mostré la respuesta de la Embajada Mexicana en Santo Domingo, y con amargura, el patriota mexicano admitió la realidad y empezó a rumear la "pérdida de la soberanía nacional" y a lamentarse de que "era el Tío Sam quien mandaba en México". Como su perorata no me concernía, mantuve mi boca cerrada, y no expresé una sola palabra, ni siquiera de consolación...
Afectos para todos,
Fernan.
Ramon, que bueno que haya contado tus peripecias viajeras a través de este medio y la manera tan valiente y correcta de responder a una agresión o desconsideración, porque son muchas las humillaciones que sufrimos los Dominicanos al entrar a diferentes paise por estúpidos que se creen superiores a nosotros. A mi quiso uno pasarse de la raya al entrar por Miami, y la respuesta que le di junto a la risa de sus compañeros que la oyeron, todavía debe de zumbarle en los oídos. Sigue contándonos tus vivencias. Abrazos querido hermano. Jochy Reyes.
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