domingo, 14 de febrero de 2010
Creciendo en Mao (III): el comercio
Cosas de Mao
Por Isaías Ferreira
Vínculo a Creciendo en Mao-II
Vínculo a Creciendo en Mao-I
A finales de los años de 1950 y a través de los de 1960, como he dicho, Mao era breve. Apenas lo componían 5 barrios y el centro de la ciudad. A grandes rasgos, los barrios principales eran el Rincón, las Trescientas, los Cambrones, Sibila, y Hatico; Yerba de Guineas era diminuta, con Cuta Vargas como su habitante más celebrado; los Cajuiles apenas comenzaban a tomar forma, aunque era un barrio bastante extendido. Estaban, además, las cuarentas, pequeña también, y el barrio del Samán.
La posición geográfica del pueblo y lo incómodo de las carreteras, lo mantenían un poco aislado. Para entrar a Mao, había que salir de la carretera principal, la que lleva a Montecristi. Después de Mao, el pueblo principal era, y es, Santiago Rodríguez, que en ese entonces, salvo el Hotel Marién, tenía muy poco para atraer visitantes. Y no es que Mao tuviera mucho más atractivo, aparte del Samoa, y después el balneario Brisas del Mao.
Quizás por ese aislamiento, Mao era un pueblo autosuficiente, con un comercio floreciente.
Desde el bracero que arreglaba y “estiraba bastidores” (1), hasta el talabartero que te arreglaba o hacía una silla de montar caballos, o el hacedor de aparejos o esterillas para aparejar burros: todo aparecía en Mao. Por los alrededores de Salomón Arbaje, estaba la fábrica de colchonetas, hechas de “guata, algodón y capó”, como decían sus anuncios.
En Mao abundaban los zapateros que te ponían desde una media suela hasta un remiendo en los zapatos. Recuerdo a Chichito, al timbre (el Chino), a Dermis, a Chiche. Había otros no menos importantes. Mao tenía hasta una fábrica de zapatos por los alrededores del mercado municipal. Al dueño le llamaban Antonio, el gordito.
Los barberos que recuerdo con cariño: a Siboney Madera y a Elido Güichardo.
Mao tenía su central de meteorología, aunque no lujosa, sí funcional. Los encargados de esos menesteres eran el Sr. García y sus hijos Máximo y Nelson. ¿Quería saber cuántas pulgadas de lluvia cayeron en el pueblo durante el último chubasco? Los pluviómetros de esa entrañable familia se lo decían. No creo que fueran capaces de hacer pronósticos, pero para eso estaba meteorología, en la capital
Debido a la presencia de la Grenada Company, que utilizaba helicópteros para regar sus guineos con insecticidas y pesticidas, hubo en el pueblo un helipuerto, en Sibila.
¿Necesitaba un plomero? Toila Minaya, Gasó o Rafael Herrera le resolvían. Si necesitaba una cama de camión o camioneta, ahí estaba Ramón Bonilla con sus hijos Euclides y Simán para hacer un trabajo extraordinario. ¿Necesitaba muebles a su gusto? Neo “el tornero”, era el hombre ¿Darle lustre a los muebles de palito? No había problemas, Ramón y Neo, otra vez.
Mecánicos los había de muy buena fama: Andrés Liranzo, Coty, Cory, Joselito, Josesito, casi todos excelentes tanto en vehículos de gasolina como de gasoil. Juanito Núñez, en las Trescientas, era el especialista de carros Austin. Siendo la bicicleta uno de los principales medios de transporte en el pueblo, había un par de hermanos (Blanco y Orlando) quienes eran excelentes mecánicos en ese ramo. En las Trescientas también estaba “Papaíto” y sus hijos, Chiqui y Chandy.
Los choferes abundaban. De Camión estaban Piquilín, Ramón “Cana”, Monino (que creo manejaba desde los 13 años) y unos cuantos más. Recuerdo a Coplé, a Ñeño, y a Pomplín, hermanos los tres, quienes viajaban a diferentes puntos del país. Los choferes de carros públicos que recuerdo: a Mon Espinal, a Chilo y a Antonio Tavera. Estos últimos tenían carros de lujo, Chevrolet Impala, equipados con toca cintas de “8-tracks” y aire acondicionado, y generalmente iban “fletados” a la capital o donde fuera. También recuerdo a Felito Núñez, a quien los amigos de Juanito, su hijo, le llamábamos “la volanta gris” (por manejar un Austin gris). El más famoso de los choferes de Mao en su tiempo creo que fue “Chanfla”, por lo alborotao y campechano, a quien le decían “la saeta”, por su fama de andar rápido. Todavía recuerdo un anuncio que tenía Chanfla en una emisora de Santiago: de Mao a Santiago, Chanfla pa’quí y chanfla pa’llá. El “caballo” era un joven chofer que se ganó su sobrenombre porque si alguien lo “punchaba” (lo tocaba en los costados), como acto reflejo tiraba una patada hacia adelante.
A los limpiabotas que más recuerdo: Papo, en el parque, y a Mañé, por las inmediaciones del mercado.
Para pintar vallas (en el play municipal o el play de softball), no había gente con más pericia que la que exhibían los hermanos Federico y Oscar Peña. Federico emigró a los Estados Unidos y renunció a la pintura, pero Oscar siguió pintando. No sé donde están hoy.
Las ropas eran hechas a la medida, por eso las costureras (¡muy buenas!) y los sastres eran muy populares en el pueblo. Entre las primeras recuerdo a Filomena Núñez, a Ligia, a Chin, a María Diloné, y entre los sastres, a Toño Colón, a Coté (quien fuera una escuela para otros sastres que surgieron en el pueblo, entre ellos el hoy ingeniero Isidro Ventura, un tremendo sastre en su tiempo. Según tengo entendido, por ahí también pasó el amigo Berto Almonte), a Nicolasito, y muchísimos más. Entre la juventud de entonces, las camisas que causaban sensación eran las llamadas “Tineyi”, que constaban de un botón a cada lado en la parte inferior. Se usaban por fuera. ¿Te acuerdas, Juan Colón?
El comercio de Mao (tiendas y establecimientos) tenía algo peculiar: en su mayoría se concentraba en la calle Duarte, en una franja que iba desde el parque municipal hasta la calle Talanquera, salpicando un poquito la calle 27 de febrero, por los alrededores de la Independencia. Alrededor del parque estaba el teatro, primero el Jaragua en las Hermanas Mirabal, al lado de los del Villar, y luego el Elda (2), que al lado tenía el restaurante de Manchado. Por ahí mismo, detrás del teatro, en la Máximo Cabral, estaba la fábrica de vinagre y sazonador (páprika), Patrón Santiago, de Chichito Rodríguez. Frente al parque estaba (y está) el Samoa bar; una ferretería al lado de don Manuel Tineo, que luego se convirtió en el Colonial (bar), y la barra de Milito, en la esquina de la Duarte con Hermanas Mirabal.
En la misma Duarte, caminando hacia Sibila, estaba (o está) la panadería Reyes. La otra panadería que recuerdo es la de Mallía, en Sibila, detrás del bar Jimenoa.
Caminando por la Duarte, desde el parque, pero esta vez hacia la entrada del pueblo (Hatico), podíamos encontrar la fabrica de hielo de Yuyú, el hotel Central, la foto El Arte (de Quírico Güichardo), la farmacia Bogaert, la barra Central, la ferretería el Paraíso, la Dalinda, la Farmacia Mao, la Castianola (de Ligia de Núñez), enfrente de ésta estaba el hospital Luís L. Bogaert (luego guardería infantil); más adelante la tienda Ferreira, la tienda de Fello Reyes (Buy Buy), frente a la Opera; más abajo, la tienda Tejada (de Chelo y Minerva) y más allá la foto Viena, de Rafael Reyes. En la Talanquera estaba, además, el almacén de Fausto (creo que de apellido Herrera), la tienda de Estanislao Ferreira (antes de unirse a Vitalino) y frente a él, la farmacia Santa Rita. Todo concentrado en aproximadamente 7 cuadras.
Fuera de esas inmediaciones, las tiendas más populares eran la Mano Poderosa, en Sibila, y la tienda de “Tango”, en las Trescientas.
Las esquinas más activas eran las que formaban la calle independencia con la 27 de febrero. En una esquina estaba don Emilio Reyes, en la otra Manuel “el Portugués”, en el frente estaba el mercado municipal de verduras (donde después estaría el supermercado la Buena Esperanza de Polín Amaro y la repostería de Kin García) y la parada de carros que iban para Santiago y la capital. En la otra esquina (donde está hoy el supermercado Morel), estaba la ferretería Amaro-Peña.
Del mercado de verduras, cuando estaba en la 27 de febrero con Independencia, recuerdo a una persona con cariño, su nombre era Ernestora.
Excepto por la Dalinda y la Opera de Mao (de un comerciante español), que eran solamente de telas, todas las tiendas eran mixtas (mitad colmado y mitad tienda de ropas). En las de Fello Buy-Buy y don Emilio, se podía encontrar desde andullos (tabaco solidificado en un tubo, que era usado para picadura de cachimbos) hasta aparejos y ropa.
Otro sitio de mucha actividad era (y es) la parada situada en la salida para Pueblo Nuevo, Monción y Santiago Rodríguez. Chanito, con su ayudante la Macana (hoy ingeniero civil), se destacaban por el mondongo y la boruga que servían. Quizás la mejor boruga y el mejor morir-soñando, sin embargo, eran los de don Pepe, que estaba situado en la Mella, entre la Duarte y la 27 de febrero.
Las “marchantas” y los buhoneros eran muy activos, también. De vez en cuando aparecía uno que otro vendedor ambulante que venía de “otras tierras”. Los dos más notorios eran “Puerto Rico a pie” y al que le decíamos “Jojojojo”. Puerto Rico a pie llegaba con dos bultos repletos de cosas desde espejitos, gorras, estampas de peloteros, hasta LPs usados. El Jojojojo, como le decíamos se concentraba en cosas como agujas, dedales y elástico (que él decía era para jojojojo, por no decir para “panties”, que en esos tiempos eran mayormente de fabricación local; según tengo entendido).
Dentro de lo que se consideraba el centro del pueblo, había uno que otro bar. El bar Cidra, de Nanito, estaba frente a Chelo y Minerva, en la Duarte. Allí se celebraban los famosos concursos y maratones de baile en que participaban parejas desafiando a un tal “torito”, quien duraba días consecutivos bailando sin parar y los concursos de los “casquetes de oro molío”, que eran a base de las etiquetas del “cara e’ gato” de Bermúdez, las cuales usted coleccionaba y podía usar para ganar premios en efectivo. El bar Colón, de Francisco Colón, estaba en la Independencia casi con Gregorio Aracena. Los otros bares que se consideraban “decentes”, eran el Casino bar, de Faustino Rodríguez, que luego fue sustituido por el Típico, ambos en la Mella, en el Rincón. Por supuesto, en los llamados suburbios abundaban los bares de otra reputación. Entre los más sonados estaban Tomasina y el bombillo Rojo, pero yo de eso no sé.
Al caer la tarde, abundaban los sitios de carne azada, morcillas, longanizas, butifarras (3) y fritos, en casi todos los barrios. Recuerdo a Dña. Rosa (donde comí las mejores butifarras), cerca de Chelo y Minerva; y a Amalia, en Sibila
Mao, pueblo luchador, sigue siendo como entonces un pueblo pujante y trabajador. Siento gran orgullo cuando escribo estas crónicas, pues ninguna de las personas que menciono, aunque para ellos su labor de cada día era una forma de sobrevivir, fueron anónimas para mí, sino seres humanos a quienes respeté y admiré, y admiro, por su tesón. Espero haberles hecho justicia.
Notas:
(1) Las camas de dormir más populares de entonces constaban de un cuadro de madera que soportaba un “bastidor” (hecho de alambres tejidos); el bastidor a su vez era el soporte de la colchoneta, la que creaba una superficie más o menos flexible, suave y confortable para dormir. Con el tiempo, los alambres perdían su tensión. Para estirarlos, se necesitaba un experto.
(2) Antes de estar ahí el teatro Elda, estaba la escuela secundaria Presidente Trujillo (luego Eugenio Deschamps) y la biblioteca pública. Don Leo Ricardo era tanto el director de la secundaria, como el celoso bibliotecario. En esa biblioteca se podía oír hasta el zumbar de una mosca de lo silenciosa.
(3) Las butifarras, eran (o son) bolitas de carne, muy parecidas a las longanizas, pero más picantes.
Por Isaías Ferreira
Vínculo a Creciendo en Mao-II
Vínculo a Creciendo en Mao-I
A finales de los años de 1950 y a través de los de 1960, como he dicho, Mao era breve. Apenas lo componían 5 barrios y el centro de la ciudad. A grandes rasgos, los barrios principales eran el Rincón, las Trescientas, los Cambrones, Sibila, y Hatico; Yerba de Guineas era diminuta, con Cuta Vargas como su habitante más celebrado; los Cajuiles apenas comenzaban a tomar forma, aunque era un barrio bastante extendido. Estaban, además, las cuarentas, pequeña también, y el barrio del Samán.
La posición geográfica del pueblo y lo incómodo de las carreteras, lo mantenían un poco aislado. Para entrar a Mao, había que salir de la carretera principal, la que lleva a Montecristi. Después de Mao, el pueblo principal era, y es, Santiago Rodríguez, que en ese entonces, salvo el Hotel Marién, tenía muy poco para atraer visitantes. Y no es que Mao tuviera mucho más atractivo, aparte del Samoa, y después el balneario Brisas del Mao.
Quizás por ese aislamiento, Mao era un pueblo autosuficiente, con un comercio floreciente.
Desde el bracero que arreglaba y “estiraba bastidores” (1), hasta el talabartero que te arreglaba o hacía una silla de montar caballos, o el hacedor de aparejos o esterillas para aparejar burros: todo aparecía en Mao. Por los alrededores de Salomón Arbaje, estaba la fábrica de colchonetas, hechas de “guata, algodón y capó”, como decían sus anuncios.
En Mao abundaban los zapateros que te ponían desde una media suela hasta un remiendo en los zapatos. Recuerdo a Chichito, al timbre (el Chino), a Dermis, a Chiche. Había otros no menos importantes. Mao tenía hasta una fábrica de zapatos por los alrededores del mercado municipal. Al dueño le llamaban Antonio, el gordito.
Los barberos que recuerdo con cariño: a Siboney Madera y a Elido Güichardo.
Mao tenía su central de meteorología, aunque no lujosa, sí funcional. Los encargados de esos menesteres eran el Sr. García y sus hijos Máximo y Nelson. ¿Quería saber cuántas pulgadas de lluvia cayeron en el pueblo durante el último chubasco? Los pluviómetros de esa entrañable familia se lo decían. No creo que fueran capaces de hacer pronósticos, pero para eso estaba meteorología, en la capital
Debido a la presencia de la Grenada Company, que utilizaba helicópteros para regar sus guineos con insecticidas y pesticidas, hubo en el pueblo un helipuerto, en Sibila.
¿Necesitaba un plomero? Toila Minaya, Gasó o Rafael Herrera le resolvían. Si necesitaba una cama de camión o camioneta, ahí estaba Ramón Bonilla con sus hijos Euclides y Simán para hacer un trabajo extraordinario. ¿Necesitaba muebles a su gusto? Neo “el tornero”, era el hombre ¿Darle lustre a los muebles de palito? No había problemas, Ramón y Neo, otra vez.
Mecánicos los había de muy buena fama: Andrés Liranzo, Coty, Cory, Joselito, Josesito, casi todos excelentes tanto en vehículos de gasolina como de gasoil. Juanito Núñez, en las Trescientas, era el especialista de carros Austin. Siendo la bicicleta uno de los principales medios de transporte en el pueblo, había un par de hermanos (Blanco y Orlando) quienes eran excelentes mecánicos en ese ramo. En las Trescientas también estaba “Papaíto” y sus hijos, Chiqui y Chandy.
Los choferes abundaban. De Camión estaban Piquilín, Ramón “Cana”, Monino (que creo manejaba desde los 13 años) y unos cuantos más. Recuerdo a Coplé, a Ñeño, y a Pomplín, hermanos los tres, quienes viajaban a diferentes puntos del país. Los choferes de carros públicos que recuerdo: a Mon Espinal, a Chilo y a Antonio Tavera. Estos últimos tenían carros de lujo, Chevrolet Impala, equipados con toca cintas de “8-tracks” y aire acondicionado, y generalmente iban “fletados” a la capital o donde fuera. También recuerdo a Felito Núñez, a quien los amigos de Juanito, su hijo, le llamábamos “la volanta gris” (por manejar un Austin gris). El más famoso de los choferes de Mao en su tiempo creo que fue “Chanfla”, por lo alborotao y campechano, a quien le decían “la saeta”, por su fama de andar rápido. Todavía recuerdo un anuncio que tenía Chanfla en una emisora de Santiago: de Mao a Santiago, Chanfla pa’quí y chanfla pa’llá. El “caballo” era un joven chofer que se ganó su sobrenombre porque si alguien lo “punchaba” (lo tocaba en los costados), como acto reflejo tiraba una patada hacia adelante.
A los limpiabotas que más recuerdo: Papo, en el parque, y a Mañé, por las inmediaciones del mercado.
Para pintar vallas (en el play municipal o el play de softball), no había gente con más pericia que la que exhibían los hermanos Federico y Oscar Peña. Federico emigró a los Estados Unidos y renunció a la pintura, pero Oscar siguió pintando. No sé donde están hoy.
Las ropas eran hechas a la medida, por eso las costureras (¡muy buenas!) y los sastres eran muy populares en el pueblo. Entre las primeras recuerdo a Filomena Núñez, a Ligia, a Chin, a María Diloné, y entre los sastres, a Toño Colón, a Coté (quien fuera una escuela para otros sastres que surgieron en el pueblo, entre ellos el hoy ingeniero Isidro Ventura, un tremendo sastre en su tiempo. Según tengo entendido, por ahí también pasó el amigo Berto Almonte), a Nicolasito, y muchísimos más. Entre la juventud de entonces, las camisas que causaban sensación eran las llamadas “Tineyi”, que constaban de un botón a cada lado en la parte inferior. Se usaban por fuera. ¿Te acuerdas, Juan Colón?
El comercio de Mao (tiendas y establecimientos) tenía algo peculiar: en su mayoría se concentraba en la calle Duarte, en una franja que iba desde el parque municipal hasta la calle Talanquera, salpicando un poquito la calle 27 de febrero, por los alrededores de la Independencia. Alrededor del parque estaba el teatro, primero el Jaragua en las Hermanas Mirabal, al lado de los del Villar, y luego el Elda (2), que al lado tenía el restaurante de Manchado. Por ahí mismo, detrás del teatro, en la Máximo Cabral, estaba la fábrica de vinagre y sazonador (páprika), Patrón Santiago, de Chichito Rodríguez. Frente al parque estaba (y está) el Samoa bar; una ferretería al lado de don Manuel Tineo, que luego se convirtió en el Colonial (bar), y la barra de Milito, en la esquina de la Duarte con Hermanas Mirabal.
En la misma Duarte, caminando hacia Sibila, estaba (o está) la panadería Reyes. La otra panadería que recuerdo es la de Mallía, en Sibila, detrás del bar Jimenoa.
Caminando por la Duarte, desde el parque, pero esta vez hacia la entrada del pueblo (Hatico), podíamos encontrar la fabrica de hielo de Yuyú, el hotel Central, la foto El Arte (de Quírico Güichardo), la farmacia Bogaert, la barra Central, la ferretería el Paraíso, la Dalinda, la Farmacia Mao, la Castianola (de Ligia de Núñez), enfrente de ésta estaba el hospital Luís L. Bogaert (luego guardería infantil); más adelante la tienda Ferreira, la tienda de Fello Reyes (Buy Buy), frente a la Opera; más abajo, la tienda Tejada (de Chelo y Minerva) y más allá la foto Viena, de Rafael Reyes. En la Talanquera estaba, además, el almacén de Fausto (creo que de apellido Herrera), la tienda de Estanislao Ferreira (antes de unirse a Vitalino) y frente a él, la farmacia Santa Rita. Todo concentrado en aproximadamente 7 cuadras.
Fuera de esas inmediaciones, las tiendas más populares eran la Mano Poderosa, en Sibila, y la tienda de “Tango”, en las Trescientas.
Las esquinas más activas eran las que formaban la calle independencia con la 27 de febrero. En una esquina estaba don Emilio Reyes, en la otra Manuel “el Portugués”, en el frente estaba el mercado municipal de verduras (donde después estaría el supermercado la Buena Esperanza de Polín Amaro y la repostería de Kin García) y la parada de carros que iban para Santiago y la capital. En la otra esquina (donde está hoy el supermercado Morel), estaba la ferretería Amaro-Peña.
Del mercado de verduras, cuando estaba en la 27 de febrero con Independencia, recuerdo a una persona con cariño, su nombre era Ernestora.
Excepto por la Dalinda y la Opera de Mao (de un comerciante español), que eran solamente de telas, todas las tiendas eran mixtas (mitad colmado y mitad tienda de ropas). En las de Fello Buy-Buy y don Emilio, se podía encontrar desde andullos (tabaco solidificado en un tubo, que era usado para picadura de cachimbos) hasta aparejos y ropa.
Otro sitio de mucha actividad era (y es) la parada situada en la salida para Pueblo Nuevo, Monción y Santiago Rodríguez. Chanito, con su ayudante la Macana (hoy ingeniero civil), se destacaban por el mondongo y la boruga que servían. Quizás la mejor boruga y el mejor morir-soñando, sin embargo, eran los de don Pepe, que estaba situado en la Mella, entre la Duarte y la 27 de febrero.
Las “marchantas” y los buhoneros eran muy activos, también. De vez en cuando aparecía uno que otro vendedor ambulante que venía de “otras tierras”. Los dos más notorios eran “Puerto Rico a pie” y al que le decíamos “Jojojojo”. Puerto Rico a pie llegaba con dos bultos repletos de cosas desde espejitos, gorras, estampas de peloteros, hasta LPs usados. El Jojojojo, como le decíamos se concentraba en cosas como agujas, dedales y elástico (que él decía era para jojojojo, por no decir para “panties”, que en esos tiempos eran mayormente de fabricación local; según tengo entendido).
Dentro de lo que se consideraba el centro del pueblo, había uno que otro bar. El bar Cidra, de Nanito, estaba frente a Chelo y Minerva, en la Duarte. Allí se celebraban los famosos concursos y maratones de baile en que participaban parejas desafiando a un tal “torito”, quien duraba días consecutivos bailando sin parar y los concursos de los “casquetes de oro molío”, que eran a base de las etiquetas del “cara e’ gato” de Bermúdez, las cuales usted coleccionaba y podía usar para ganar premios en efectivo. El bar Colón, de Francisco Colón, estaba en la Independencia casi con Gregorio Aracena. Los otros bares que se consideraban “decentes”, eran el Casino bar, de Faustino Rodríguez, que luego fue sustituido por el Típico, ambos en la Mella, en el Rincón. Por supuesto, en los llamados suburbios abundaban los bares de otra reputación. Entre los más sonados estaban Tomasina y el bombillo Rojo, pero yo de eso no sé.
Al caer la tarde, abundaban los sitios de carne azada, morcillas, longanizas, butifarras (3) y fritos, en casi todos los barrios. Recuerdo a Dña. Rosa (donde comí las mejores butifarras), cerca de Chelo y Minerva; y a Amalia, en Sibila
Mao, pueblo luchador, sigue siendo como entonces un pueblo pujante y trabajador. Siento gran orgullo cuando escribo estas crónicas, pues ninguna de las personas que menciono, aunque para ellos su labor de cada día era una forma de sobrevivir, fueron anónimas para mí, sino seres humanos a quienes respeté y admiré, y admiro, por su tesón. Espero haberles hecho justicia.
Notas:
(1) Las camas de dormir más populares de entonces constaban de un cuadro de madera que soportaba un “bastidor” (hecho de alambres tejidos); el bastidor a su vez era el soporte de la colchoneta, la que creaba una superficie más o menos flexible, suave y confortable para dormir. Con el tiempo, los alambres perdían su tensión. Para estirarlos, se necesitaba un experto.
(2) Antes de estar ahí el teatro Elda, estaba la escuela secundaria Presidente Trujillo (luego Eugenio Deschamps) y la biblioteca pública. Don Leo Ricardo era tanto el director de la secundaria, como el celoso bibliotecario. En esa biblioteca se podía oír hasta el zumbar de una mosca de lo silenciosa.
(3) Las butifarras, eran (o son) bolitas de carne, muy parecidas a las longanizas, pero más picantes.
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Excelente artículo lo he disfrutado un montón y el recuerdo de ese Mao entrañable, lo he vivido paso a paso, letra por letra.Te felicito. Un abrazo.
ResponderBorrarRafael Taveras Reyes
rafaeltaveras832@hotmail.com
Saludos !!!
ResponderBorrarExcelente cronica. Es un gran inventario de las riquezas humanas, valores, costumbres, que consolidan la idiosincracia de un pueblo que como Mao, tiene muchos heroes y heroinas anonimas. Algo a destacar, es que en el caso del barrio Los Cambrones, al que pertenezco, tambien estaban los barberos Nino y Papiro,Bienvenido Flores y su bodega, el ex-pelotero del Licey, la gloria Alcibiades Colon, los efectivos lanzadores de piedras a la policia en los doce anos, chimeto y Carlos Sari, sector al que respetaron durante un buen tiempo, ademas el colmado de Faelo Matias y su peculiar, simpatica tartamuda de ganarse los clientes.
Un abrazo,
Henry Frias
hfrias31@gmail.com
¡Que Dios bendiga esa memoria privilegiada! No sé cómo puedes "almacenar" todos esos nombres, que después de leerlos, los recuerdo perfectamente (a las personas y lugares).
ResponderBorrarDe Federico Peña no he vuelto a saber jamás. Su hermano Oscar falleció hace un par de años, víctima de cáncer.
Fernan Ferreira.
Excelente escrito,estoy aqui en la capital, pero cuando estaba leyendo me parecía que estaba alla en mi mao querido de aquellos años.Isaías que mente tan privilegiada tienes, porque recordar a todas esas personas por su nombre no es facil.Quiero decirte que Oscar Peña el que pintaba letreros en el pley él murió aqui en la capital él tenía una compañia aqui en la capital de hacer letreros.
ResponderBorrarIsaías,
ResponderBorrarEres un narrador de a verdad. Excelente tu forma de desmenusar esos datos con todos sus detalles y adornos sutiles. Creo firmemente que tenemos en ti a un gran narrador, pausado y lleno de humor... me gusto lo de "yo de eso no se" cuando te referias a los bares de los suburbios.
Que hermoso viaje he dado a mi Mao de la mano de tu pluma. Dios te bendiga hombre.
Zunilda Cabral