Aplaudimos que el Papa Francisco pidiera perdón por las atrocidades de los curas pedófilos. Bien por él, un hombre sin duda bien intencionado. Ahora debe pedir perdón por la complicidad de su iglesia con saqueos y tiranías; por las tantas veces que su institución ha negado, y niega, al Cristo que dice representar poniéndose del lado de los opresores, de espaldas a la justicia social. Pero, más importante, debe sentar las bases para evitar que haya reincidencia.
Francisco tiene la gran oportunidad de revolucionar su iglesia, de pasar del mero simbolismo a conformar una iglesia comprometida con los de abajo, una iglesia cuyos representantes muestren mansedumbre de corazón y se suscriban a una moral incuestionable. Ojalá y lo dejen.
Y no es caridad lo único que necesita el mundo, sino Justicia Social. Que cada humano de este planeta tenga oportunidades de desarrollar sus talentos, de ser útil y vivir una vida plena y digna, y que la iglesia, en vez de alinearse con los poderosos, lo defienda, como lo hubiera hecho Cristo.
¡Que el Altísimo guíe al hermano Francisco y esté con él en cada paso de la requerida reforma de una iglesia que ha demostrado ser harto corrupta, amoral, parasitaria e indolente!
Es la suya una tarea titánica, pues los tiburones están hasta en la bañera; prestos a desmembrarlo.
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