lunes, 10 de marzo de 2014
EMOCIONES ENCONTRADAS
Por Fernando Ferreira Azcona
Si bien disfruto las navidades, el reunirme y compartir con mis amigos y especialmente con mis familiares durante estos días, esta época del año nunca ha sido mi preferida.
En mi niñez, a pesar de que siempre fui obediente y un estudiante brillante, el “Niñito Jesús” nunca me dejó los regalos que yo le pedía. Si aspiraba un velocípedo, me dejaba unos zapatos para ir a la escuela. Si deseaba un uniforme para jugar pelota, me dejaba un corte de pantalón kaki para que Don Felix María Bonilla, el sastre de la familia, me confeccionara unos pantalones que me quedaran largos, para que al crecer, “no se me quedaran”. Claro, en casa éramos “una turba” de muchachos y nuestro adorado Viejo aprovechaba la ocasión para suplir algunas necesidades primarias, antes que satisfacer aspiraciones infantiles…
Mis frustraciones infantiles con el “Niñito Jesús” terminaron una vez que Papá me encontró maldiciendo a dicho personaje y sacándole en cara, que a pesar de lo bueno que yo era nunca satisfacía mis deseos, mientras a otros niños malcriados y malos estudiantes, los colmaba de regalos. Papá me abrazó, se revistió de paciencia y mientras me mimaba, me convenció de que ese personaje no existía. Que el “Niñito Jesús” era el papá de cada niño y que por esa razón, a los niños ricos, sin importar cuán malcriados y mal estudiantes fueran, les compraban muchos regalos.
Ya adulto, he podido comprobar que en nuestro país, el período navideño es la época del año donde más se acentúan las diferencias sociales: los que tenemos algunos recursos, los derrochamos sin ningún reparo, mientras que los que no tienen nada, siguen con sus necesidades a cuestas sin encontrar quién mitigue su miseria. Quizás por esta razón el poco de sensibilidad social que tengo crece un poco, y soy menos tacaño con las necesidades de la gente que me rodea.
Con el preámbulo anterior, las navidades del año 2013 me “agarraron” con una carga y un estrés emocional fuera de lo normal. Nuestra hija Paula tuvo un embarazo de alto riesgo, con los altibajos propios de esta condición médica y el 20 de diciembre fue sometida a una cesárea debidamente programada, pero que se complicó en la sala de parto. Afortunadamente, tanto nuestra hija como nuestro quinto nieto, Gael, salieron bien de todo el proceso y continúan “viento en popa”. Sin embargo, nos pasamos todos esos días de la casa a la clínica y viceversa.
Ya el 31 de diciembre todo había vuelto a la normalidad, así que fuimos a cenar a casa de Paula e Iván, su esposo. Como se estila en estas ocasiones, nos tomamos unos tragos antes de sentarnos a la mesa, y cuando la cena estuvo lista, pasamos al comedor.
Ya ante los alimentos que nos preparábamos a degustar, Paula pidió la bendición de los mismos al Altísimo y le dio gracias por su hijo recién nacido, por su familia, y por todo lo que le dio en el transcurso del año, “incluyendo las pruebas a que la sometió, porque éstas la hicieron crecer y madurar como persona y a convertirse en un mejor ser humano”.
Yo escuchaba en silencio, mientras por mis mejillas corrían las lágrimas a borbotones. Pero lo que “le puso la tapa al pomo”, como dicen los cubanos, fue que una vez Paula terminó de invocar al Señor, su hijo Ian Alejandro, de cinco años edad, preguntó si él podía decir algo. Obviamente, la respuesta fue positiva. Entonces, Ian Alejandro con la inocencia característica de los niños de su edad dijo: “Papá Dios, gracias por mandarme a vivir a un hogar tan lleno de amor y tan respetuoso como este”.
¿Es necesario decir que mi estado emocional no me permitió cenar esa noche? Estoy seguro, que quienes me conocen, lo adivinaron perfectamente.
Si bien disfruto las navidades, el reunirme y compartir con mis amigos y especialmente con mis familiares durante estos días, esta época del año nunca ha sido mi preferida.
En mi niñez, a pesar de que siempre fui obediente y un estudiante brillante, el “Niñito Jesús” nunca me dejó los regalos que yo le pedía. Si aspiraba un velocípedo, me dejaba unos zapatos para ir a la escuela. Si deseaba un uniforme para jugar pelota, me dejaba un corte de pantalón kaki para que Don Felix María Bonilla, el sastre de la familia, me confeccionara unos pantalones que me quedaran largos, para que al crecer, “no se me quedaran”. Claro, en casa éramos “una turba” de muchachos y nuestro adorado Viejo aprovechaba la ocasión para suplir algunas necesidades primarias, antes que satisfacer aspiraciones infantiles…
Mis frustraciones infantiles con el “Niñito Jesús” terminaron una vez que Papá me encontró maldiciendo a dicho personaje y sacándole en cara, que a pesar de lo bueno que yo era nunca satisfacía mis deseos, mientras a otros niños malcriados y malos estudiantes, los colmaba de regalos. Papá me abrazó, se revistió de paciencia y mientras me mimaba, me convenció de que ese personaje no existía. Que el “Niñito Jesús” era el papá de cada niño y que por esa razón, a los niños ricos, sin importar cuán malcriados y mal estudiantes fueran, les compraban muchos regalos.
Ya adulto, he podido comprobar que en nuestro país, el período navideño es la época del año donde más se acentúan las diferencias sociales: los que tenemos algunos recursos, los derrochamos sin ningún reparo, mientras que los que no tienen nada, siguen con sus necesidades a cuestas sin encontrar quién mitigue su miseria. Quizás por esta razón el poco de sensibilidad social que tengo crece un poco, y soy menos tacaño con las necesidades de la gente que me rodea.
Con el preámbulo anterior, las navidades del año 2013 me “agarraron” con una carga y un estrés emocional fuera de lo normal. Nuestra hija Paula tuvo un embarazo de alto riesgo, con los altibajos propios de esta condición médica y el 20 de diciembre fue sometida a una cesárea debidamente programada, pero que se complicó en la sala de parto. Afortunadamente, tanto nuestra hija como nuestro quinto nieto, Gael, salieron bien de todo el proceso y continúan “viento en popa”. Sin embargo, nos pasamos todos esos días de la casa a la clínica y viceversa.
Ya el 31 de diciembre todo había vuelto a la normalidad, así que fuimos a cenar a casa de Paula e Iván, su esposo. Como se estila en estas ocasiones, nos tomamos unos tragos antes de sentarnos a la mesa, y cuando la cena estuvo lista, pasamos al comedor.
Ya ante los alimentos que nos preparábamos a degustar, Paula pidió la bendición de los mismos al Altísimo y le dio gracias por su hijo recién nacido, por su familia, y por todo lo que le dio en el transcurso del año, “incluyendo las pruebas a que la sometió, porque éstas la hicieron crecer y madurar como persona y a convertirse en un mejor ser humano”.
Yo escuchaba en silencio, mientras por mis mejillas corrían las lágrimas a borbotones. Pero lo que “le puso la tapa al pomo”, como dicen los cubanos, fue que una vez Paula terminó de invocar al Señor, su hijo Ian Alejandro, de cinco años edad, preguntó si él podía decir algo. Obviamente, la respuesta fue positiva. Entonces, Ian Alejandro con la inocencia característica de los niños de su edad dijo: “Papá Dios, gracias por mandarme a vivir a un hogar tan lleno de amor y tan respetuoso como este”.
¿Es necesario decir que mi estado emocional no me permitió cenar esa noche? Estoy seguro, que quienes me conocen, lo adivinaron perfectamente.
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Excelente testimonio que deja muchas enseñanzas para quienes tenemos nietos.
ResponderBorrarRafael Darío Herrera
Con un testimonio asi, a cualquiera se le quita el apetito Fernan.....es una gran muestra del gran alcance y sentimientos que tienen los niños y su gran conexcion con el Univero, el Creador y su lenguaje especial que no necesita de palabras. Hermoso relato Fernan. Abrazos del alma para ti y los tuyos.
ResponderBorrarSinceramente
Juan Colon
Muy emotivo tu mensaje Fernan, éste refleja tu gran sensibilidad humana. Y no es para menos, dada la educación hogareña recibida de tus padres, ejemplo a seguir por otras familias.
ResponderBorrarCon deferencia y respeto,
Diómedes Rodríguez
Jajajaja,primero hice una páusa al leer y reirme, por el instinto económico - comercial de Don Vitalo al prever el crecimiento de sus crias con los pantalones , cosa esta que solo lo conocia para la compra de zapatos ,1/2 número más.
ResponderBorrarLo segundo; sus declaraciones de su niñez que muchos ,seguro estoy pensaban por desconocimientos que era acomodada cuando en sí no lo era y se llena de orgullo en narrarla .Y digo esto porque conozco muchas familias hoy ricas,millonarias con un pasado de miserias terrible y se sienten ofendidos al recordarlo o que se los recuerden ,no sabiendo que ese pasado es que le dá el buen final a la novela.
Y tercero, lo brotado de sus ojos ,no es de ese lugar,es del corazón que salen y eso sucede cuando en el existe la bondad y la sinceridad .Creo que a pesar de mis fallas pertenezco al Club de usted, de los llorones y eso lo comprobé en MIami ,cuando usted se encontraba en el Hospital en recuperación de su dificil cirujía, cuando al despedirnos para mi regreso a NY, nos dimos las manos y nos trancamos sin poder hablar y salí lo más pronto posible para evitar usar una toalla,jajajaja .
Me despido ,no sin antes recordar la bendita paletica dejada por los Reyes Magos durante años y yo loco por un rifle . No tomaron en cuenta la jartura que le daba a los camellos del coño !!jajaja
Como siempre ,y digale al Comandante Evelio que ,El MONUMENTO VA !!
manito
Ramon ,nada de lo que ha puerto aqui me es inverosimil .Lloroncito y lagrimero o " vicevelsa " no lo puedes negar .Lo que no me sorprende es que tu familia es un modelo a imitar y de la que me siento orgulloso de pertenecer . ! Salud Hermano ! Abrazos . Evelio Martinez
ResponderBorrarMano,
ResponderBorrarCreo que tu reacción retrata el efecto de tan sabias palabras salidas de un niño de esa edad, y no es para menos. Dios lo bendiga.
Abrazos y besos a Ian Alejandro y a Paula.
Isaias
Gracias, amigos/hermanos por sus bellos comentarios y por comprender los sentimientos de un padre/abuelo que ya hace unos años entró en la tercera edad. Creo que en esta etapa de la vida nos hacemos más sentimentales, y por tanto, ¡más llorones!
ResponderBorrarQue el Señor los bendiga a todos.
Afectos,
Fernan Ferreira.
Fernan, nada mas grande se puede sentir y decir.
ResponderBorrarMonchy.