lunes, 3 de agosto de 2015
PARADIGMAS
Por Fernando Ferreira Azcona
Recientemente, nuestro dilecto amigo y compueblano, Lic. Jesús María Hernández, publicó unas notas muy halagadoras, acerca de la familia Ferreira Azcona, las cuales leímos en el blog Mi Rinconcito Maeño, dirigido por Humberto Perdomo, otro amigo de toda la vida. Gracias a Jesús María por la labor de su intelecto y por su alto concepto acerca de nuestra familia, y gracias a Humberto, por darle cabida en hoja electrónica, la cual se ha convertido en una costumbre diaria en muchos de nosotros.
Como la nota que nos ocupa generó decenas de comentarios favorables de viejos amigos y de jóvenes, a quienes no tengo el honor de conocer, pero que probablemente, son amigos de mis hermanos menores, me permito compartir con mis amables lectores, algunos de los paradigmas bajo los cuales fuimos criados.
Lo ajeno, no se toca. Nuestros progenitores nacieron y se criaron en hogares muy humildes y con muchas carencias materiales. Papá nos cuenta, con lágrimas en los ojos, las precariedades con que vivieron en casa de nuestros abuelos paternos. Sin embargo, ¡Cuidado con coger lo ajeno! ¡Cuidado con robar! Fueron criados en base a una honestidad acrisolada. Por estas razones, papá se vio forzado a abandonar el hogar cuando apenas era un niño de 13 años de edad y dedicarse a trabajar como empleado de un colmado ubicado en Magua. Su mísero salario lo enviaba íntegro a sus padres, con el propósito de contribuir a mitigar la situación de su hogar.
Afortunadamente, en nuestro hogar, producto del trabajo honesto, las precariedades fueron más ligeras. Pero, la frase “lo ajeno no se toca” siempre fue un paradigma inviolable. Si alguno de nosotros llegaba a casa con un chele, o un objeto con el cual no salió, tenía que explicar convincentemente cómo y dónde lo adquirió y… nuestros padres se encargaban de verificar la versión ofrecida.
El trabajo honrado, no importa cuán sucio sea, dignifica al hombre. Tengo una fotografía grabada en mi mente. Yo era entonces un niño de alrededor de diez años de edad. El Juzgado de Paz estaba en el segundo piso de la casa donde vivía Don Damico Reyes, diagonal a la nuestra, en la calle Duarte. Mientras Papariro, con su silbido incesante barría la calle próximo a nuestra casa, por la acera más distante, un policía llevaba un preso, con un pollo en las manos, para ser juzgado. Papá me llamó, echó su brazo sobre mis hombros y señalándome la escena me dijo: “Si usted tiene que barrer la calle, hágalo con la frente en alto. Pero nunca le dé a la familia el dolor de que lo paseen por las calles con lo que usted se ha robado, en sus manos”. Es imposible que una lección tan contundente se borre de la mente de un niño.
Estudien, es lo único que les vamos a dejar, pues las herencias dividen las familias. Esta frase la escuchábamos con frecuencia en nuestro hogar. Nuestros padres, cuyas escuelitas de campo sólo llegaban hasta tercer grado de la primaria, eran abanderados de la academia, y además, para ellos, la familia estaba por encima de todo bien material. “Cuenten con nuestro apoyo para todos los títulos universitarios que quieran alcanzar, pero no esperen ni un chele de herencia”, nos repetía una y otra vez El Visionario… y ese apoyo, nunca nos faltó. Lo anteriormente enunciado, sin lugar a dudas, explica dos cosas: las decenas de títulos universitarios alcanzados por nuestra familia y la unidad monolítica que la caracteriza. Como colofón, nuestro adorado Viejo se lamenta de que a ninguno de nosotros nos atrajo el comercio, en su opinión, “la más rentable de las profesiones”. Y yo les pregunto, sin que él se entere, ¿Quién es el responsable de que esto haya sucedido?
La gente seria, ni ve, no oye. “Si por casualidad, usted ve la novia o la esposa de alguien con otro hombre, usted no ha visto nada. Si alguien le cuenta que fulano es un tal por cual, esto, aquello y lo otro, usted no ha escuchado nada”. Con esta frase lapidaria siempre nos ha invitado El Visionario, a no convertirnos en herramientas destructivas de reputaciones ajenas, ni en cómplices de quienes hacen de esta mala costumbre, un oficio. Obviamente, este sabio consejo nos ha mantenido alejado de “chismes de barrios” y/o conflictos entre familias y amigos. Soy tan fiel seguidor del mismo, que cuando voy a un restaurante y me encuentro con un amigo que anda con una mujer, que sé que no es su esposa o novia, ni siquiera lo saludo. ¡Lo ignoro completamente! ¡Yo no he visto nada!
La familia Ferreira Azcona nunca tendrá con qué pagarle a Mao. Nuestra familia llegó a Mao en el año 1944, proveniente de La Sierra. Yo aun no había nacido, pero me imagino que “con una mano adelante y la otra atrás”. Con la ayuda de sus hermanos mayores, tío Félix y tío José, papá puso una tienda en la calle Máximo Cabral, en Sibila. Debido a una enfermedad que lo mantuvo en cama por casi dos meses y a que mis hermanos mayores aun eran niños muy pequeños, este negocio quebró. Sin embargo, esto no amilanó a El Visionario, quien empezó desde cero nuevamente. Y con trabajo tesonero y el apoyo de nuestro querido pueblo logró criar a su familia de manera decente, educarla y prosperar económicamente. La frase que encabeza este párrafo y el contenido del mismo, explican por sí solos el porqué de nuestra solidaridad y compromiso con el Mao de nuestros amores, que hace tres cuartos de siglo, nos acogió como hijos suyos.
Ni el agiotismo, ni la especulación tienen cabida en mi negocio. Papá fue un comerciante “atípico”. En una ocasión, un suplidor suyo le informó que la tela kaki del uniforme escolar de la época subiría mucho de precio y le propuso que acaparara toda la que pudiera, “para que se hiciera rico”. Sin inmutarse, nuestro viejo le respondió: “yo no soy especulador, y mucho menos con la gente de Mao, a la que tanto le debo”. De igual manera, con frecuencia le escuchábamos decirle a un cliente que le pedía rebaja con insistencia, “No se puede. Pero está bien, lléveselo a ese precio. Yo hago más con su amistad y fidelidad como cliente, que con el peso que le pueda ganar”.
La dignidad no se negocia. Nuestro papá fue desafecto al régimen de Trujillo, lo cual era de conocimiento de las autoridades civiles y militares de la época. Por esta razón, era “invitado” con frecuencia a pasar por la fortaleza, donde pasaba horas detenido, siendo interrogado y amenazado. No faltaron amigos que le aconsejaran, que por su seguridad, se fuera de Mao, a lo cual, nunca accedió. De forma sutil nos trasmitió sus sentimientos, de tal manera, que Norman siendo ya estudiante de medicina, se enroló en el Movimiento Clandestino 14 de Junio, y posteriormente, ya muerto el sátrapa, nuestra casa fue la primera asaltada por los tristemente célebres paleros del Cojo de Catuca, Niñito El Buzo y otros perversos, “de cuyos nombres, no quiero acordarme”. En esa ocasión, las autoridades que fueron a casa, a “investigar los hechos”, le dijeron: “Controle a sus hijos”, y papá les respondió: “Yo no soy un dictador. Mis hijos son jóvenes y tienen todo el derecho a vivir en libertad”. La frase que sirve de subtítulo a este párrafo ha sido mi fiel compañera en mi periplo por la vida, y ha jugado un rol de primer orden en el limitado éxito que he alcanzado tanto individual, como profesionalmente.
Recientemente, nuestro dilecto amigo y compueblano, Lic. Jesús María Hernández, publicó unas notas muy halagadoras, acerca de la familia Ferreira Azcona, las cuales leímos en el blog Mi Rinconcito Maeño, dirigido por Humberto Perdomo, otro amigo de toda la vida. Gracias a Jesús María por la labor de su intelecto y por su alto concepto acerca de nuestra familia, y gracias a Humberto, por darle cabida en hoja electrónica, la cual se ha convertido en una costumbre diaria en muchos de nosotros.
Como la nota que nos ocupa generó decenas de comentarios favorables de viejos amigos y de jóvenes, a quienes no tengo el honor de conocer, pero que probablemente, son amigos de mis hermanos menores, me permito compartir con mis amables lectores, algunos de los paradigmas bajo los cuales fuimos criados.
Lo ajeno, no se toca. Nuestros progenitores nacieron y se criaron en hogares muy humildes y con muchas carencias materiales. Papá nos cuenta, con lágrimas en los ojos, las precariedades con que vivieron en casa de nuestros abuelos paternos. Sin embargo, ¡Cuidado con coger lo ajeno! ¡Cuidado con robar! Fueron criados en base a una honestidad acrisolada. Por estas razones, papá se vio forzado a abandonar el hogar cuando apenas era un niño de 13 años de edad y dedicarse a trabajar como empleado de un colmado ubicado en Magua. Su mísero salario lo enviaba íntegro a sus padres, con el propósito de contribuir a mitigar la situación de su hogar.
Afortunadamente, en nuestro hogar, producto del trabajo honesto, las precariedades fueron más ligeras. Pero, la frase “lo ajeno no se toca” siempre fue un paradigma inviolable. Si alguno de nosotros llegaba a casa con un chele, o un objeto con el cual no salió, tenía que explicar convincentemente cómo y dónde lo adquirió y… nuestros padres se encargaban de verificar la versión ofrecida.
El trabajo honrado, no importa cuán sucio sea, dignifica al hombre. Tengo una fotografía grabada en mi mente. Yo era entonces un niño de alrededor de diez años de edad. El Juzgado de Paz estaba en el segundo piso de la casa donde vivía Don Damico Reyes, diagonal a la nuestra, en la calle Duarte. Mientras Papariro, con su silbido incesante barría la calle próximo a nuestra casa, por la acera más distante, un policía llevaba un preso, con un pollo en las manos, para ser juzgado. Papá me llamó, echó su brazo sobre mis hombros y señalándome la escena me dijo: “Si usted tiene que barrer la calle, hágalo con la frente en alto. Pero nunca le dé a la familia el dolor de que lo paseen por las calles con lo que usted se ha robado, en sus manos”. Es imposible que una lección tan contundente se borre de la mente de un niño.
Estudien, es lo único que les vamos a dejar, pues las herencias dividen las familias. Esta frase la escuchábamos con frecuencia en nuestro hogar. Nuestros padres, cuyas escuelitas de campo sólo llegaban hasta tercer grado de la primaria, eran abanderados de la academia, y además, para ellos, la familia estaba por encima de todo bien material. “Cuenten con nuestro apoyo para todos los títulos universitarios que quieran alcanzar, pero no esperen ni un chele de herencia”, nos repetía una y otra vez El Visionario… y ese apoyo, nunca nos faltó. Lo anteriormente enunciado, sin lugar a dudas, explica dos cosas: las decenas de títulos universitarios alcanzados por nuestra familia y la unidad monolítica que la caracteriza. Como colofón, nuestro adorado Viejo se lamenta de que a ninguno de nosotros nos atrajo el comercio, en su opinión, “la más rentable de las profesiones”. Y yo les pregunto, sin que él se entere, ¿Quién es el responsable de que esto haya sucedido?
La gente seria, ni ve, no oye. “Si por casualidad, usted ve la novia o la esposa de alguien con otro hombre, usted no ha visto nada. Si alguien le cuenta que fulano es un tal por cual, esto, aquello y lo otro, usted no ha escuchado nada”. Con esta frase lapidaria siempre nos ha invitado El Visionario, a no convertirnos en herramientas destructivas de reputaciones ajenas, ni en cómplices de quienes hacen de esta mala costumbre, un oficio. Obviamente, este sabio consejo nos ha mantenido alejado de “chismes de barrios” y/o conflictos entre familias y amigos. Soy tan fiel seguidor del mismo, que cuando voy a un restaurante y me encuentro con un amigo que anda con una mujer, que sé que no es su esposa o novia, ni siquiera lo saludo. ¡Lo ignoro completamente! ¡Yo no he visto nada!
La familia Ferreira Azcona nunca tendrá con qué pagarle a Mao. Nuestra familia llegó a Mao en el año 1944, proveniente de La Sierra. Yo aun no había nacido, pero me imagino que “con una mano adelante y la otra atrás”. Con la ayuda de sus hermanos mayores, tío Félix y tío José, papá puso una tienda en la calle Máximo Cabral, en Sibila. Debido a una enfermedad que lo mantuvo en cama por casi dos meses y a que mis hermanos mayores aun eran niños muy pequeños, este negocio quebró. Sin embargo, esto no amilanó a El Visionario, quien empezó desde cero nuevamente. Y con trabajo tesonero y el apoyo de nuestro querido pueblo logró criar a su familia de manera decente, educarla y prosperar económicamente. La frase que encabeza este párrafo y el contenido del mismo, explican por sí solos el porqué de nuestra solidaridad y compromiso con el Mao de nuestros amores, que hace tres cuartos de siglo, nos acogió como hijos suyos.
Ni el agiotismo, ni la especulación tienen cabida en mi negocio. Papá fue un comerciante “atípico”. En una ocasión, un suplidor suyo le informó que la tela kaki del uniforme escolar de la época subiría mucho de precio y le propuso que acaparara toda la que pudiera, “para que se hiciera rico”. Sin inmutarse, nuestro viejo le respondió: “yo no soy especulador, y mucho menos con la gente de Mao, a la que tanto le debo”. De igual manera, con frecuencia le escuchábamos decirle a un cliente que le pedía rebaja con insistencia, “No se puede. Pero está bien, lléveselo a ese precio. Yo hago más con su amistad y fidelidad como cliente, que con el peso que le pueda ganar”.
La dignidad no se negocia. Nuestro papá fue desafecto al régimen de Trujillo, lo cual era de conocimiento de las autoridades civiles y militares de la época. Por esta razón, era “invitado” con frecuencia a pasar por la fortaleza, donde pasaba horas detenido, siendo interrogado y amenazado. No faltaron amigos que le aconsejaran, que por su seguridad, se fuera de Mao, a lo cual, nunca accedió. De forma sutil nos trasmitió sus sentimientos, de tal manera, que Norman siendo ya estudiante de medicina, se enroló en el Movimiento Clandestino 14 de Junio, y posteriormente, ya muerto el sátrapa, nuestra casa fue la primera asaltada por los tristemente célebres paleros del Cojo de Catuca, Niñito El Buzo y otros perversos, “de cuyos nombres, no quiero acordarme”. En esa ocasión, las autoridades que fueron a casa, a “investigar los hechos”, le dijeron: “Controle a sus hijos”, y papá les respondió: “Yo no soy un dictador. Mis hijos son jóvenes y tienen todo el derecho a vivir en libertad”. La frase que sirve de subtítulo a este párrafo ha sido mi fiel compañera en mi periplo por la vida, y ha jugado un rol de primer orden en el limitado éxito que he alcanzado tanto individual, como profesionalmente.
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Gracias Isaías, por compartir este hermoso artículo de Fernán, como siempre impecable y que lección de vida !! Cuantos valores adornan esa familia que considero mía también, por ser el hijo mayor, hermano de mis amores; hágale saber a Fernán que lo felicito, que es un maestro de la narrativa: claro, conciso, y cuantas lecciones de valores; quiero que sepa que ahora entiendo nuestro gran amor al Dr. Ferreira, leyendo el artículo.
ResponderBorrarEs como si estuviese recordando la formación en mi casa y mis padres; las mismas lecciones y el mismo sentir, por eso mi padre adoptó a Norman como su hijo!! Los valores no se negocian!! Maravilloso artículo que sigue poniendo en alto ese apellido que llevan. En mi casa por igual la educación era lo primero, por eso somos cuatro profesionales!! Cuan parecidas fueron las enseñanzas, que agradecidos de los padres que Dios deparó para realizar la inmensa labor de educarnos! Mis parabienes a toda la familia y a Fernán en especial a quien quiero como un hermano más!! Pero me sorprende como dos familias se rigieron por las mismas normas!! Felicidades y artículos así son testimonio de lo que deben ser las familias ahora!! LOS VALORES NO SE NEGOCIAN .... Un afectuoso saludo!!!
Thamara
Felicitaciones querido hermano por este articulo sobre los fundamentos de una familia maeña digna y honorable. Cuanta falta nos hacen esos paradigmas hoy dia.
ResponderBorrarUn fuerte abrazo,
Diogenito
Conozco a la familia Ferreira Azcona desde que tenía la edad de siete años porque Freddy y yo iniciamos la Escuela Básica desde el primer curso. Luego, se unieron a nosotros Vilerca e Isaías; como frecuentaba la morada familiar, soy testigo de muchos de esos consejos que servían de máximas, las cuales don Vitalo dirigía hacia Freddy y a mí desde que éramos niños y cuando éramos mayorcitos. Es un magnífico artículo escrito por una persona muy diestra en el arte del buen escribir. Nada espolea más mi numen que una cuartilla bien escrita. Vuestro artículo, apreciado Fernan, sirve de código de ética para cualquier sociedad del mundo, y hoy en día tiene mayor peso específico porque vivimos en una sociedad convulsa, en la cual predominan los desvalores. Mi reconocimiento para esa honorable familia. En adición, le solicito a Isaías que publique en MEEC una entrevista que le hice a don Vitalino. con la intención de conocer aspectos de la vida de Norman.
ResponderBorrarPor el estilo y las apfreciaciones que hace, me atrevería a apostar que quien escribe el comentario anterior es Niño Almonte. De ser así: amigo, envía la entrevista que hiciste al viejo Vitalo, que con gusto y orgullo la publicaré.
BorrarIsaías
Soy de los Menos de pura cepa, que he tenido el honor de conocer la familia Ferreira Azcona desde hace muchos años. Me enorgullece el escrito de Fernán. Realmente la formación estricta que estos padres le dieron, me sirvieron a mi de ejemplo para hoy día ser un hombre de buenos modales en honradez y comportamientos.
ResponderBorrarLuis Alberto Santiago
santialuis@gnail.com
Gracias Thamara, Diogenito, Niño, Luis Alberto y claro, a Isaías: A los cuatro primeros por sus bellos y sentidos comentarios, y a Isaías, por darle cabida a mis añoranzas de loco enamorado de la amistad y los grandes valores. Pero, sobre todo, gracias a nuestros Viejos, que con amor, paciencia y sabiduría nos inculcaron valores y paradigmas que nos han guiado toda la vida, y sin proponernoslo, ni saberlo, haber servido de ejemplo a familiares, amigos y relacionados cercanos. ¡Bendiciones de lo Alto para todos!
ResponderBorrarCon mucho afecto,
Fernan Ferreira.
Deberíamos de coger estos como guía para las crianzas de las nuevas familias. Siempre recuerdo que un tío mío se apareció a su casa con un huevo que le había regalado la vecina y después de su respectiva pela por coger el huevo lo enviaron a devolver el huevo. Regreso con el huevo y la vecina la cual admitió que ella se lo había regalado.
ResponderBorrarJanio Pérez Estévez
Tuve el honor de conocer a Don Vitalo, tremendo ser humano, mi papa y mi mama, eran muy Buenos amigos y clients en la Tienda Ferreira, muy servicial y buen consejero, tremendo articulo.
ResponderBorrarPablo Morel