martes, 23 de junio de 2015

EL GRUPO LITERARIO DEL CIBAO

Por Manuel Mora Serrano

Es difícil ahora precisar cuándo y cómo se fue formando lo que luego sería conocido como El grupo literario del Cibao porque no había un núcleo central ni un asiento fijo en algún lugar, sino que eran encuentros de escritores libres que nunca censuramos a nadie por su ideología o sus preferencias.

Si algo distinguió aquel movimiento cuasi espontáneo, fue la tolerancia y la libertad absoluta de los creadores, algo de lo que soy adicto defensor, de ahí que todos fuéramos diferentes y que nadie tratara de imitar a otros o seguir sus corrientes. Éramos un grupo, pero bien abierto y a nuestros actos concurría un pueblo ávido entonces de novedades y poroso para recibir el verso. Todavía la palabra poeta tenía resplandores en este país, de modo que aun había algo que se ha perdido totalmente en estos tiempos, que era el "ambiente" social y las ansias de saber y conocer que tenía nuestra gente: Todos los periódicos tenían suplementos culturales y algunos decididamente literarios; podíamos seguir la evolución de nuestra literatura en diarios, semanarios y revistas. No había el boom de publicaciones, aunque las ediciones eran baratas, pero no teníamos dinero y muchos no considerábamos que teníamos obras dignas de ser publicadas. Nos movía el entusiasmo y el deseo de llenar las lagunas y el amor a la página en blanco para llenarlas de algo que agradara a los demás o lo consideraran valioso.

Sin embargo, nadie podrá negar que de aquellos encuentros que parecían bohemios (comíamos y bebíamos mientras hablábamos de literatura), se fue gestando en las provincias del país por el eco en los periódicos la espléndida realidad que vivimos años después.

En cuanto a su gestación y desarrollo, algunos aventuran que todo surgió luego del Primer Coloquio de Literatura Dominicana celebrado en 1969 en la entonces Universidad Madre y Maestra de Santiago (UCMM); coincidencialmente el mismo día que se dio apertura al evento al que asistieron las personalidades más connotadas y los jóvenes de postguerra que luego se han distinguido en nuestras letras, apareció mi primer artículo de Turismo Literario en el cual narraba un viaje con el poeta Chery Jimenes Rivera por la Línea Noroeste. Sin olvidar que desde antes estaba empeñado en una lucha contra la apatía capitaleña frente a lo que hacíamos en provincias y mi campaña para que se reconocieran algunos talentos preteridos como Juan de Jesús Reyes el gran poeta maeño, y para que los suplementos, entonces muy abiertos a la poesía y el ensayo, publicaran los textos de los jóvenes.

No me doy por ello el bombo de haber nucleado ese fervor que hubo en toda la región por la literatura; eso no podía ser obra de uno solo, sino que era algo que estaba en el ambiente; de ahí que hable de que fue cuasi espontáneo y es que un intelectual que decide formarse literariamente, no se improvisa de momento sino que es el fruto de muchas lecturas, aspiraciones y fracasos antes de mostrar sus primeros pininos a la atención general.

Y como las aspiraciones de los escritores noveles es que lo lean y yo tenía facilidades entonces en varios periódicos para presentarlos y hablar de ellos, reconozco mi papel de agitador cultural, además, me movía viajando por los diversos pueblos y contactando valores, tanto en Santiago, como en La Vega, Moca, Salcedo, San Francisco de Macorís, Bonao y dando a conocerlos a través de las facilidades que mis artículos me abrían, sobre todo en los turismos literarios.

Sin embargo, debo admitir que los verdaderos impulsos para ese renacer cultural en la región, que ahora abarca toda su geografía, tuvo dos mentores: Uno que apenas se nombra, fue Héctor Incháustegui Cabral, cuya gestión en Santiago, centro de la zona, no solo con la organización de aquel evento pionero que puso en hora los relojes literarios del país, sino por el remozamiento cultural que él significó, personalmente y a través de las publicaciones y del rescate de valores jóvenes que se hizo. La hoy PUCMM, por el solo hecho de existir, de sus exigencias académicas, por la formación que hizo de profesores que se especializaron fuera del país en humanidades y sobre todo por la publicación de la obra de Alberto Baeza Flores que generosamente mencionaba a muchos de esos jóvenes que surgían comentando sus textos, sin duda alguna, aquel centro de estudios vino a llenar una necesidad cultural que siempre hubo y hasta entonces no se tuvo, quedando en la historia señero y airoso como el Monumento cultural y educativo de Santiago.

Otro elemento importante para el auge y la importancia que tuvo el grupo, fue la presencia física y el apoyo de prominentes figuras de la Poesía Sorprendida como Aída Cartagena Portalatín y Freddy Gatón Arce y la inclusión entusiasta de Juan Alberto Peña Lebrón, uno de los más importantes poetas de la Generación del 48, que era la cabeza cultural más relevante que residía en la zona.

De modo que tuvimos de primera mano y con anécdotas y textos a estos dos movimientos importantes. Freddy nos mostró la colección que conservaba de La Poesía Sorprendida y Peña Lebrón nos hablaba de sus compañeros.

En el caso de Aída fue su presencia en Moca adonde íbamos a la casona paterna o en sus frecuentes viajes a Pimentel donde hicimos las lecturas y conocimos secretos.

En el de Freddy Gatón Arce, tuvimos la suerte de que el padre de doña Luz, su esposa, viviera en Pimentel y continuamente viajara a visitarlo y se quedara por el fin de semana que aprovechábamos para leer poemas, especialmente sus últimos libros.

En Pimentel había entonces un fervor por la literatura en diversos grupos que desde 1961 se compactaron en la Sociedad Literaria Amidverza (Amigos de la verdad y la belleza, que habíamos fundado Francisco Nolasco Cordero, Elpidio Guillén Peña y yo en febrero de 1961) y en la revista del mismo nombre, que desapareció después de la muerte de Trujillo; entre otros, recordamos a jóvenes entusiastas que llenaban los bares y las plazas de comentarios y lecturas literarias, entre ellos a Freddy Ortiz Landrón, Osvaldo Cepeda y Cepeda, Pedro Grullón Antigua, Mendy López Sr., Héctor Polanco Pérez, José Joaquín Burgos, Rafael Mejía Amparo y Benigno Taveras Castro. Luego residiría en nuestro pueblo Héctor Amarante y desde su llegada formó parte integral del grupo, y con él recorrimos todos los pueblos y participamos de los coloquios.

Además, debemos señalar que la presencia de Juan José Ayuso y Eulogio Santaella animó tanto en Santiago como en Pimentel diversos encuentros. Sin olvidar las tertulias con Chery Jimenes Rivera y bien aparte con Tomás Morel, que culminaron con el encuentro en Santiago en la casa de Zaidy Zouain donde respaldamos el pluralismo de Manuel Rueda.

Los del grupo nos reuníamos con cierta regularidad en diversos escenarios. Ofrecíamos recitales, misas líricas, conferencias.

Gestión y formación del Grupo Literario del Cibao

El primer encuentro, que podríamos llamar "fundador," ocurrió en Arenoso, Villa Riva, patrocinado por Manuel Porfirio Córdova a las veras del río Yuna; allí hubo presencias de Moca, La Vega, San Francisco de Macorís y Pimentel; más tarde hicimos encuentros en Bonao con Héctor Bueno, Pedro Pablo Fernández, Fausto del Rosal, Diómedes Núñez Polanco, Emilio Muñoz Marte y varios más; en Salcedo donde estaban Emelda Ramos y Pedro Camilo Camilo y una vez asistimos a una presentación de Pedro Mir, donde declaró que desertaba de la poesía y se pasaba a la novela, por su reciente Cuando amaban las tierras comuneras, que había publicado Siglo XXI en México, aunque aceptara poco tiempo después la declaración de Poeta Nacional con la cual lo designó la Cámara de Diputados (que no fue ley por la oposición de Jacobo Majluta, presidente del Senado entonces), que fue iniciativa de Joaquín Balaguer; por Pimentel a cada rato nos visitaba un escritor y eso era motivo de una tertulia en el Ateneo Popular; presentamos libros como La tierra más hermosa de Alberto Baeza Flores y tuvimos intercambios en El Rancho Amalia de La Joya en San Francisco de Macorís en el paraíso de doña Violeta Martínez de Ortega; en La Vega, además de Julio César de Peña que estuvo en Arenoso, con Mario Concepción entre otros intelectuales, en el hogar de Gonzalo Córdova y Ana María Gassó. En Moca había una actividad febril. Moca era un bastión cultural desde hacía mucho tiempo, no solo con la presencia de Juan Alberto Peña Lebrón, sino por la de Julio Jaime Julia, que aunque tenía tienda aparte, había sido un creador de entusiasmos y formador de intelectuales y porque allá, sobre todo en el Club de Amigos de la Duarte (lo de la, que tanto chocó a Antonio Zaglul, era por la Carretera Duarte), con la presencia entusiasta de Bruno Rosario Candelier, Adriano Miguel Tejada, Sally Rodríguez, Darío Bencosme y Báez, Pedro Pompeyo Rosario, José Enrique García, Rafael Castillo y a veces José Rafael Vargas, entre otros jóvenes entusiastas de entonces, hicimos encuentros inolvidables con Antonio Zaglul, con Héctor Incháustegui, con Antonio Fernández Spencer, respaldados por Juan Alberto, Aída y Freddy. En Pimentel le hicimos una misa lírica a Juan Sánchez Lamouth, otra a Franklin Mieses Burgos con presencia de Federico Henríquez y Grateraux, que nos ofreció el panegírico que había pronunciado en su tumba, y tres sorprendidos: Freddy Gatón Arce, Antonio Fernández Spencer y J. M. Glass Mejía; además, Ramón Francisco, Chery Jimenes Rivera y los jóvenes de Moca y San Francisco de Macorís y J. M. Glass Mejía; un responso lírico a Rubén Darío en 1967 en ocasión del centenario de su nacimiento y otro a René del Risco y Bermúdez al mes de su deceso, al que asistieron Abel Fernández Mejía y Ricardo Rojas Espejo, donde escanciamos vino y miel. Nos dieron conferencias Mateo Morrison, Ramón Francisco, a la que asistió Marcio Veloz Maggiolo. Declaramos a Alberto Baeza Flores en el Ayuntamiento local, como Hijo de Pimentel y le hicimos un agasajo a Manuel del Cabral y un día nos visitó Luis Manuel Despradel y una noche el postumista José Bretón leyó poemas y realizó un acto bajo fuego en el Ateneo Popular.

Nos había visitado varias veces Juan Sánchez Lamouth, a quien rendimos homenaje cuando ganó el Premio Nacional de Poesía con el Pueblo y la Sangre. Luis Alfredo Torres fue otro de los miembros importantes de la Generación del 48 que fue a visitarnos.

Le hicimos el último homenaje a Domingo Moreno Jimenes en el interior del país en 1971, llevándolo a Pimentel a un acto público que contó con la presencia de Efraim Castillo y Abel Fernández Mejía, y una masiva presencia de los demás miembros del grupo.

En El Rancho Amalia de la Joya en San Francisco de Macorís tuvimos la visita de Freddy Prestol Castillo, Franklin Mieses Burgos y Rubén Suro. En sus jardines hay una tarja recordando esa visita que dice que el poeta Mieses Burgos dijo sus versos allí y otra en memoria de Freddy Gatón Arce con uno de sus poemas.

A la Joya fueron huéspedes, en diversas oportunidades Manuel Rueda, Aída Cartagena Portalatín, Antonio Zaglul y su familia; Federico Henríquez y Gratereaux y su familia y durante mucho tiempo la ocupábamos con Freddy Gatón Arce y Cayo Claudio Espinal; allí escribimos poesía, novelas y corregimos libros.

También nos desplazamos por Puerto Plata donde estaban Félix Castillo Plácido y Rafael Brugal; fuimos a Altamira donde el doctor Joaquín Manuel Mendoza, Vicking, que era un formidable entusiasta y un lector maravilloso de poesía; una vez nos hospedamos en el Hotel Río San Juan y tuvimos jornadas inolvidables, pero la más memorable de todas fue el viaje a Samaná.

Precisamente en un libro de reciente aparición Sobremesa de Anadel Comentarios a la novela de Julio Vega Batlle (Editora Nacional abril 2012), aparece la invitación que hicimos en El Caribe en enero de 1977 para una peregrinación a Anadel. La misma se realizó años más tarde y fue un éxito. Participamos Cayo Claudio Espinal, Freddy Gatón Arce, Juan Alberto Peña Lebrón y otros, y dictó una conferencia Antonio Zaglul en la Logia samanesa.

Dormimos en la ciudad y al otro día nos ofrecieron un agasajo en la playa de Las Galeras donde procedimos a apadrinar todos al echado de agua al niño Francisco Alberto, hijo de nuestro anfitrión, el doctor Porfirio Moratín, oficiando Hugo Pérez Caputo. Entre los que estuvimos en ese peregrinaje, que entre otras cosas me dio motivos para escoger a Las Galeras como utopía cultural para mi novela Goeíza, además de los citados, estuvieron esposas e hijos de los peregrinos, y entre otros el Benjamín de los sorprendidos J. M. Glass Mejía, Cayo Claudio Espinal, Pedro Pompeyo Rosario, Bruno Rosario Candelier, Félix Castillo Plácido, Orlando Morel.

De esos años hay ecos en los periódicos y en las revistas tanto de la ciudad Capital como de Santiago y algunos de los citados publicaron por primera vez. Muchos recuerdan mi polémica en el periódico El Sol versus Andrés L. Mateo, que defendía lo indefendible; defendiendo el derecho a los espacios que teníamos los de provincias en los medios capitaleños, requiriendo que se nos prestara atención; ciertamente fuimos preteridos, pero a la larga aquella empresa no ha sido vana y la prueba está en los nombres que han surgido de aquel grupo, que luego se escindió cuando Bruno Rosario Candelier montó tienda aparte con el Interiorismo y Cayo Claudio Espinal con el Contextualismo, y la proliferación de talleres por toda la geografía nacional, concursos regionales como los de Higüey y La Vega patrocinados por entidades religiosas; los encuentros en diversos lugares como en Miches, Jarabacoa, Sosúa, etc. y la existencia de la magnífica eme-eme dirigida por Frank Moya Pons; y en la actualidad, la única revista literaria que ha soportado todas las contingencias, con sede también en Santiago: Mythos, dirigida por la escritora Rosa Julia Vargas y la proliferación de talentos, cuya producción de libros duplica o triplica la que se hubiera publicado en el interior del país durante toda nuestra historia anterior a 1970, y bastaría ver quiénes han dirigido la cultura desde posiciones oficiales, dirigen periódicos importantes y son referencia actual obligatoria de la literatura nacional para darnos cuenta de que aquello no fue en vano.

En resumen, había algo importante: Nosotros nos juntábamos, pero nadie obligaba ni exigía a otros que escribieran de esta o de la otra manera. Discutíamos, hablábamos de literatura, hacíamos lecturas y criticábamos en absoluta libertad.

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