martes, 21 de septiembre de 2010

A ARTHUR SCHOPENHAUER

Arthur Schopenhauer (22 de febrero de 1788 — 21 de septiembre de 1860)

Por Carlos Reyes

La voluntad de vivir (Wille zum Leben)

El genio de la especie, el duendecillo burlón agazapado en los pliegues del sentimiento para vapulear la razón, conmina nuestra voluntad a una miseria cotidiana de tormentos e impasibilidades: exige con fuerza sobrenatural su fruto, el fruto de nuestras desdichas; de ahí la sensación pesimismóloga de Schopenhauer al observarse como la marioneta de la naturaleza, impulsiva en su pedir la reproducción, la continuidad de la vida a costa de nuestras horas de angustia. Toda la belleza del mundo, la exultante realidad del amor, la promesa de una felicidad inherente a las claves de la sexualidad y de la piel femenina perecible, de repente arrinconadas por los baches de la individualidad y del engaño de la voluntad de la naturaleza, ¡lacerado de mí que puedo oír al diablo reír justo después de la copulación!

El arte de ser infeliz

Todos desdichados en la sala de espera de la felicidad: atiborrados de objetos, sensaciones y sueños que atenazan sus espíritus a las enajenantes voluptuosidades siempre insatisfactorias. Los bellos artistas de la infelicidad, expertos en granjearse sufrimientos, desquiciados ante la incomprensión de su locura, esperando que algún día le subsanen la herida las mieles del paraíso terrenal lleno de espinas. El ahora ignorado, visto con ojeriza, ese que tiene el poder de salvarnos de la neurosis existencial, no nos seduce, no le permitimos la entrada a nuestra conciencia: somos los artistas, los escultores, los Picasso y da Vinci de nuestro gran fresco amargo-vital. Schopenhauer desde su choza, con un trozo de pan duro y un vaso lleno de polvo, muerto de sed reivindicando a Epicuro, para rescatarnos de la locura, para darnos la vida, para encontrar el arte de ser feliz.

El trasfondo budista

Ante una existencia de aparente sin sentido el ser ha de buscar en la fuente inagotable de la sabiduría. En casa de Schopenhauer el busto de un Buda, tal vez en una gaveta de un escritorio un ejemplar del Bhagavad-gītā y en su cabeza la firme convicción de ofrecer al ser humano la herramienta de su salvación terrena a través de las ideas más radicales. La discrepancia nietzscheana con el pensamiento schopenhaueriano sobre la repatriación del sufrimiento del alma nos ofrece una clave de decodificación metafísica del filósofo misógino de Dánzig. La evitación del sufrir de raigambre budista vista con sorna por Nietzsche quien veía en el dolor la fase necesaria para el alcance de la plenitud, es en Schopenhauer una victoria de los sentidos sobre los aguijones de la naturaleza y sobre el sistema social consumista que nos impulsa a ser felices con las baratijas producidas por sus medios de producción. He aquí el hombre: una hoja seca que bambolea sin rumbo impulsada por los vientos del capitalismo y de la sensualidad, un ser infeliz a la busca de la inalcanzable felicidad.

Arthur Schopenhauer falleció el 21 de septiembre de 1860 en Fráncfort del Meno.

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