martes, 9 de febrero de 2010

Los celos

Cuento
Por Juan Dietsch (*)

Este relato aparece en el primer número de la revista cultural Adjalala, del Círculo de escritores de Valverde.

Los rayos del sol llegaban con furia como queriendo carbonizar el suelo. Las gallinas se picoteaban entre sí queriendo ocupar la poca sombra que proyectaba un moribundo árbol de Baitoa. A unos pocos metros de allí, el negro Beltré, a pleno sol y desnudo de la cintura hacia arriba, manejaba como todo un experto la azada en el desyerbo de aquella plantación de gandules. El sol a pesar de su calentura no parecía molestarle. Pero en su pensamiento, algo muy grande le perturbaba. No era para menos, pues el patrón se había introducido a su casa hacía aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos y no lo había visto salir a pesar de haber estado observando desde unos cincuenta metros de donde trabajaba. Eso le estaba mortificando de tal manera que no podía trabajar. Cada vez que daba varios golpes de azada, miraba hacia aquel hogar hecho de tablas de palmera y yagua donde había dejado a su esposa acostada, consciente de que estaban aprovechándose de ella. Así pasaron otros quince minutos en que la mente se le empezara a nublar.

El sudor le corría por la frente y todo su cuerpo empapándole la ropa interior y algo de los pantalones. Pero seguía observando su casa. En una se dijo:

— ¡Qué carajo! El maldito me la está aprovechando en mis narices atento que él es mi jefe y tiene dinero.

Sin pestañear caminó hacia la casa. Al estar cerca vio que la puerta estaba semiabierta. Se acercó cautelosamente y trató de escuchar algo, pero nada se sentía; al cabo de unos minutos escuchó quejido de la sensación que da el sexo. Caminó alrededor de la vivienda con pasos sigilosos. Sacó el machete de la vaina y buscó la puerta para ultimarlo a ambos por traidores. Pero cuando iba hacia la puerta, miró un envase lleno de combustible que había traído el patrón para la bomba de riego; tomó el combustible, fue a la puerta, la cerró de golpe, le pegó el candado y desde adentro su esposa dijo:

— ¿Eres tú Beltré?

Beltré no contesto, sí roció la gasolina por todo el hogar. Morirán como lo que son, un par de traidores. Tomó los fósforos de su bolsillo y encendió la casa. Se retiró unos pasos. El fuego enseguida cubrió el hogar. Escuchó los gritos de ella y no le importó. Corrió hacia el árbol de Baitoa haciendo que las gallinas salieran disparadas por todas partes. Desde allí vio la casa arder con aquellos dos malditos que jamás volverían a traicionarlo; tras verla consumirse ahogando los gritos de aquella pobre mujer, se dirigió al camino en dirección al pueblo donde pensaría qué hacer; pero cuando llegó al portón y lo cerraba, escuchó una voz desde atrás:

— Beltré, Beltré, ¿para dónde vas?

Se volteó lleno de sorpresa, entreabrió los ojos y dijo tembloroso:

— Patrón, patrón, ¿usted no estaba en mi casa?

El patrón, con una sonrisa le dijo:

— No, estaba buscándote la comida y te dejé dicho con tu esposa que volvería lo más pronto posible.

(*) Juan Dietsch. Adjalala trae esta descripción de Dietsch: Es narrador y poeta. En sus microrrelatos desborda imaginación y perfección sorprendiéndonos siempre con un final de alto cenit. Ha participado en recitales poéticos en Casa de Arte, en Santiago, y en la Casa de Cultura de Mao. Es miembro del Círculo de escritores de Valverde. Su libro de cuentos, Los celos, está en proceso de publicación. Es una de las estacas más prometedoras de la narrativa en la provincia Valverde.

2 comentarios:

  1. Juan, me gustó mucho este relato. Maneja bien el tiempo y las imágenes son efectivas. La lección es clara: las emociones son malas consejeras. Siga echando pa'lante.
    Isaías

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  2. Una historia bien narrada con un desenlace inesperado. Te felicito Juan

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